Sabemos que la luna es símbolo de los ritmos biológicos. La observancia de sus ciclos de crecimiento, decrecimiento y desaparición, nos da la idea del devenir, nacimiento, transformación y muerte. Esa luna que mengua y que se dirige indefectiblemente a la fase oscura, es asimilada en todas las mitologías a un estado de desaparición momentánea asociada a la muerte, en los casos en que se relaciona con algún tipo de ritual iniciático
Representa la medida del tiempo, desde épocas inmemoriales el hombre marcó los meses lunares en marfil, en piedra, los pintó en las cavernas, en las rocas. A esto sumamos los aspectos que la unen a lo femenino, los embarazos, los animales, la caza, el destino del hombre después de la muerte y las ceremonias de iniciación. Ya el hombre arcaico percibió el patrón de variación de la luna, así estableció diversas relaciones entre el astro y los demás aspectos de su vida.
En mitología, la luna representa al primer muerto y al reino de los muertos evoca lo tenebroso, y alude además el conocimiento conceptual. Al relacionarla con Jano, divinidad de las puertas y los accesos, de los puntos cardinales y los comienzos, este astro se transforma en puerta del cielo y del infierno, se la asociará con Hécate, divinidad de las encrucijadas y antigua diosa madre que quedó reducida a sus aspectos oscuros, seguida de perros negros. Hécate es temida como Señora de las enfermedades y su asociación con la muerte.
Los celtas irlandeses juraban por la luna. Cada pueblo ha visto diferentes cosas en las manchas de la luna, animales, rostros, una niña llevando dos baldes de agua, los turcos tártaros del Altai creen ver un caníbal que fue sacado de la tierra por los dioses para proteger a la humanidad. Otros ven distintos animales según la fase de la que hablemos y han elaborado toda una mitología específica en relación con cada fase, esto último ocurre entre pueblos de Asia Central como los buriatos, los gold, los ghiliacos.
Otra asociación viene en relación con la personalidad, se refiere a nuestras pulsiones más viscerales e instintivas, es lo primitivo que duerme en nosotros, al mismo tiempo que las ensoñaciones y los fantasmas atávicos de nuestro pasado remoto que han envuelto por milenios nuestro desarrollo psíquico.
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