Caballeros 1

miércoles, 5 de enero de 2011

Muñoz Molina lee El Quijote

Pensemos no en términos de pedantería, de exhibición de plumaje, sino de ‘collage’, de acto de reconocimiento, de diálogo. Para mí el agradecimiento es mucho más importante que la ‘anxiety of influence’, tan celebrada. La gratitud a aquello que nos educa, que nos ha entusiasmado: lo que llaman ‘licks’ (literalmente lametones) los músicos de jazz, cuando en medio de una improvisación introducen una cita más o menos larga de un solo de otro músico. Quizás también, en los primeros años de mi trabajo publicado, había una urgencia juvenil, muy inmadura, por desplegar todo lo que uno sabía, que en realidad tampoco era tanto. La actitud postmoderna, el saberse epígono, parte de una tradición, de un sistema de citas, no debe de serlo tanto cuando parece que es la sustancia misma del libro que inaugura la literatura ‘moderna’: ahora estoy releyendo de principio a fin el Quijote y me asombra cómo la que es en gran medida la primera novela parece también la última, la más sofisticada, la más culturalista. Don Quijote no pierde nunca la conciencia de que está actuando, y casi todos sus interlocutores comparten con él, en mayor o menor medida, un sistema de referencias culturales que manejan continuamente en la vida diaria. ¿Hay algo más posmoderno que la conciencia que tienen don Quijote y Sancho, en la segunda parte, de ser personajes de un libro? ¿Y cuando se encuentran nada menos que a un personaje del Quijote apócrifo? No deben de ser tan rigurosas esas teorías de la posmodernidad aplicadas a nuestro tiempo cuando el ejemplo que mejor las ilustra es una novela de principios del siglo XVII…

Don Quijote: decide ser lo que no es, actúa para dotarse de una identidad nueva, que no le pertenecía, en la que es un impostor. El ‘self made man’ no debería ser un término de los negocios, sino de la literatura, porque eso es la tarea de los personajes, hacerse a sí mismos, contra el mundo, contra el pasado, contra lo que sea: devenir. Pero hay otro aspecto, que es el del malentendido, tema también fundamental de la novela: el de las percepciones equivocadas o confusas, causadas por la distracción, por la ceguera del amor, por la falta de experiencia. Proust es el maestro máximo: alguien parece ser una cosa y resulta ser otra, la identidad de los demás –los más próximos- es un misterio que nunca se acaba, y sólo se poseen indicios que hace falta interpretar. La anagnórisis sería paralela al desengaño: alguien llega a ser quien es, o descubre quién es de verdad; pero también, alguien descubre quién es el otro, o en qué se ha convertido.

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