Caballeros 1

lunes, 8 de marzo de 2021

Sirenas.

 Entretanto la sólida nave en su curso ligero

se enfrentó a las Sirenas: un soplo feliz la impelía

mas de pronto cesó aquella brisa, una calma profunda

se sintió alrededor: algún dios alisaba las olas.

Levantáronse entonces mis hombres, plegaron la vela,

la dejaron caer al fondo del barco y, sentándose al remo,

blanqueaban de espumas el mar con las palas pulidas.

Yo entretanto cogí el bronce agudo, corté un pan de cera

y, partiéndolo en trozos pequeños, los fui pellizcando

con mi mano robusta: ablandáronse pronto, que eran

poderosos mis dedos y el fuego del sol de lo alto.

 

Uno a uno a mis hombres con ellos tapé los oídos

y, a su vez, me ataron de piernas y manos

en el mástil, derecho, con fuertes maromas y, luego,

a azotar con los remos volvieron al mar espumante.

Ya distaba la costa no más que el alcance de un grito

y la nave crucera volaba, mas bien percibieron

las Sirenas su paso y alzaron su canto sonoro:

“Llega acá, de los dánaos honor, gloriosísimo Ulises,

de tu marcha refrena el ardor para oír nuestro canto,

porque nadie en su negro bajel pasa aquí sin que atienda

a esta voz que en dulzores de miel de los labios nos fluye.

Quien la escucha contento se va conociendo mil cosas:

los trabajos sabemos que allá por la Tróade y sus campos

de los dioses impuso el poder a troyanos y argivos

y aún aquello que ocurre doquier en la tierra fecunda”.

Tal decían exhalando dulcísima voz y en mi pecho

yo anhelaba escucharlas. 

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