Caballeros 1

martes, 18 de febrero de 2020

Ni más ni menos que unos textos de Atwood.




"Siempre me han interesado las cosas sobre las que no se debe hablar"


Margaret Atwood (Ottawa, 1939) es una de las escritoras canadienses de mayor renombre internacional. Autora prolífica, ha cultivado diversos géneros literarios y su obra ha sido traducida a más de cuarenta idiomas. Entre sus novelas destacan, además de Alias Grace,El cuento de la criada ,  Ojo de gato, finalista del Premio Booker, un galardón que obtuvo con El asesino ciego, su décima novela. . Ha recibido  el Governor General’s Award, la Orden de las Artes y las Letras, el Premio Montale, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, el Premio Nelly Sachs, el Premio Giller, el National Arts Club Literary Award, el Premio Internacional Franz Kafka y el Premio de la Paz del Gremio de los Libreros Alemanes.
En 1985 Atwood publicó la distopía El cuento de la criada , ambientada en una república del futuro donde se han suprimido los derechos femeninos. Explica al respecto que en su juventud se vio muy influída por las novelas sobre un futuro totalitario escritas por Aldous Huxley o George Orwell, pero constató que no había ninguna firmada por una mujer. Vertida a las principales lenguas, fue llevada al cine por Volker Schlöndorff en 1990. Más recientemente ha sido objeto de una serie de televisión, de la que se han rodado tres tem­poradas, con Elisabeth Moss en el papel protagonista de Offred y ha publicado la secuela Los testamentos .
El gran éxito de la serie, la absorción de los personajes por parte de la cultura popular, marcan una emancipación que recuerda, salvados los siglos que median entre ambas, a la de Don Quijote respecto a su autor. “Es un buen ejemplo –asiente Atwood–. Mis personajes, al igual que el Quijote, acaban huyendo del libro para conseguir autonomía y otra configuración”. Y subraya que la serie de televisión “no es mi obra”.

En su juventud .al igual que otros intelectuales de su generación,Atwood frecuenta el ambiente bohemio del Riverboat Café de Toronto. “Estaba en la línea de las librerías café de San Francisco, se tocaba jazz y se celebraban lecturas de poesía. Nos encontrábamos un grupo de gente que luego, al hacernos mayores, se dispersó. Leonard Cohen empezó a cantar allí. Yo por supuesto le traté, aunque no fuimos amigos íntimos”.  “No soy nostálgica pero fue un tiempo muy interesante para artistas y escritores”.
En tres de sus Cuentos malvados se acerca al ambiente del Riverboat Café. En uno de ellas la protagonista es una escritora del género fantástico, de mucho éxito popular y muy poco prestigio. En otro encontramos a un poeta, relacionado con ella, con aura casi mítica y muy influyente, pero con pocos lectores. Cada uno parece envidiar al otro. ¿Una parodia? Atwood confiesa :“Estoy familiarizada con el esnobismo ­literario, unos autores tienen éxito y otros no y nadie sabe por qué ­ocurre. En aquella época los au­tores de género, como el fantástico, no tenían ningún prestigio”. 
En el tríptico de la Cafetería Riverboat, como llama Atwood al sitio donde se amontonaban poetas en Toronto en los sesenta, los personajes, que saltan de un cuento al otro, miran el pasado desde un presente con arrugas, próstatas hinchadas y alucinaciones generadas por el ácido lisérgico de la vejez. Al igual que en su libro de ensayos Under the thumb, Atwood se ríe de la solemnidad de los poetas de su época, capaces de burlarse de su novia porque escribía fantasy –como ocurre en el maravilloso “Alphilandia”–, pero ineptos para hacer un té sin azúcar o para lidiar con su ego sin lastimar a la persona que dicen amar en sus textos.   
La mirada de Atwood sobre el pasado, mejor dicho, la mirada de sus personajes, no es nostálgica. No lo cristalizan en formas ideales ni lo dejan guardado en un cajón, como un álbum de fotos para repasar en los aniversarios. En los cuentos, hermosamente malvados, el pasado es reelaborado desde el presente; el recuerdo moviliza a los personajes, los pone en acción. Sucede en “La Dama Oscura”, donde el funeral de un antiguo amor deviene en la liberación de un rencor avinagrado entres mujeres que compartían amante. O, con mayor intensidad, en “Colchón de piedra”: el encuentro casual en un crucero de jubilados entre Verna y Bob –“el Partidazo, el Bob de los barrios altos”, que camino al baile de graduación violó a la joven Verna, y abandonó en un descampado–, se convierte en un acto de justicia poética que reconcilia al lector con su dimensión más mórbida.  
Lo único que los personajes de Atwood añoran del pasado son los cuerpos sanos, que no deben depender de pastillas para respirar ni de enfermeros que los acunen para ir a dormir. “Creías que con la edad serías capaz de trascender el cuerpo. Pero eso sólo se consigue a través del éxtasis, y el éxtasis se alcanza a través del cuerpo precisamente. Sin el esqueleto y la nervadura de las alas, no hay vuelo”, se dice Wilma, la protagonista de “A la hoguera con los carcamales”, quizás el mejor cuento de un libro de cuentos muy buenos. Wilma, que padece el síndrome de Charles Bonner que le hace ver enanitos imaginarios, debe escapar junto a Tobías, su romance de geriátrico, de una grupo de jóvenes con caretas de bebés que asedian a viejos y viejas hasta la muerte, como si fuese una adaptación libre del clásico Diario de la guerra del cerdo de Adolfo Bioy Casares..  
Otra de las virtudes de Nueve cuentos malvados es la versatilidad de géneros que trabaja Atwood en un mismo volumen. Pasa del thriller duro y puro en el ingenioso “El novio liofilizado”, al gótico en “Lusus naturae” o al realismo intelectual –por llamarlo de algún modo– en “La mano muerta te ama”, donde un contrato firmado por necesidad y urgencia en los años universitarios, condena a un escritor de best sellers a actualizar mes a mes las presencias de sus antiguos compañeros de cuartos. Nueve cuentos malvados es un libro ecléctico, compuesto por ficciones escritas en diferentes contextos, a pedido de revistas y antologías, que son enhebradas por la prosa pícara, elegante y reflexiva de Atwood.
LEER MÁSPoemD7

   En los nueve relatos encontramos la maldad, asociada a la belleza y también a la decadencia del cuerpo, protagoniza una serie de historias que reúne a varias generaciones de artistas y bohemios. Y Atwood narra desde la perspectiva de la gente mayor que lucha por la vida entre el recuerdo y un presente ominoso.
Durante el principio del siglo 20, la maldad como elemento estético estuvo vinculada al Expresionismo, que ponía el foco en la percepción de la catástrofe moderna que estaba a la vuelta de la esquina. A lo largo de su obra, Atwood toma dimensiones del expresionismo y de la ficción especulativa para decirnos que la maldad llegó hace rato, que ya no es necesario anunciarla, que en el nuevo siglo está aquí, entre nosotros. “La belleza tiene su lado oscuro”, dice en la primera página del libro, “igual que las mariposas venenosas”. 
En sus Nueve cuentos malvados los personajes encuentran el veneno en la persona que aman, en la mano amiga, en el perro que les mueve la cola, como sucede en el cuento “Sueño con Zenia, la de los colmillos rojo brillantes”. Y, sobre todo, sienten recorrer el veneno en sus propios cuerpos, gastados, vencidos, pero que aún tienen la fuerza necesaria para hacer una última maldad. O, al menos, para imaginarla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario