En 1929, publica Machado sus Canciones a Guiomar ¿Quién
es Pilar de Valderrama? Una mujer de carne y hueso, por supuesto: nace en
Madrid en 1892 (16 años después que Antonio Machado); no es feliz en su
matrimonio con Rafael Martínez Romarate, que trabaja en el teatro como
luminotécnico; publica varios libros de poemas («Las piedras de Horeb»,
«Esencias») y de teatro («El tercer mundo»). Toda la familia es católica, de
derechas: huyen a Portugal en 1936. (Mientras tanto, Antonio Machado ha
reforzado su adscripción al bando republicano, a diferencia de su hermano
Manuel). Muere en 1979, dos años antes de la publicación de sus memorias.
Antonio escribe a Guiomar cerca de 200 cartas,
de las que se conservan sólo unas 40. Ella -por pudor, se supone- destruyó las
restantes: una pérdida lamentable. Y las publica con mutilaciones; llega a
tratarlas con productos químicos, para borrar algunos párrafos que el tiempo,
paradójicamente, ha hecho reaparecer.
Se conocen los dos en Segovia, el 2 de junio
de 1928. Ella acaba de sufrir un gran dolor al confesarle su marido que se ha
suicidado una joven con la que él mantenía relaciones. Le lleva a Antonio un
libro de poemas; cenan, juntos, en el Hotel Comercio; pasean de noche, hasta el
Alcázar. Ahí comienza su relación epistolar.
Ella tiene 36 años; él, más de 50.
No es éste el Machado
trascendental, filosófico, sino un hombre
maduro que se ha enamorado de una mujer más joven y que sueña con
ella. Hasta el recuerdo de su mujer se ha ido borrando: «El secreto es,
sencillamente, que yo no he tenido más amor que éste. Ya hace tiempo que lo he
visto claro. Mis otros amores sólo han sido sueños, a través de los cuales
vislumbraba yo la mujer real, la diosa. Cuando ésta llegó, todo lo demás se ha
borrado. Solamente el recuerdo de mi mujer queda en mí, porque la muerte y la
piedad lo han consagrado». ¿Hasta dónde llega este amor? Parece claro que es
ella, por sus criterios religiosos, la que impide su consumación. Suele él
quejarse de unas barreras que no entiende... pero acepta. Todo parece quedar en
un «amor cortés», como el de los trovadores. Aunque algunos detalles apuntan a
algo más. Una vez, ella va a Hendaya, para reponerse. Hasta allí acude Antonio.
Contemplan el río Bidasoa y, al fondo, Fuenterrabía; pasean por la playa y el
cuerpo parece reclamar sus derechos: «¡Y, en la tersa arena,/cerca de la mar, /tu carne rosa y morena, /súbitamente,
Guiomar!».
Antonio, como cualquier novio que se precie,
le ha traído un regalo, unos zarcillos de oro, que acaban de un pendiente de
nácar: «En el nácar frío/de tu zarcillo en mi boca,/
Guiomar, y en el calofrío/de una amanecida loca». ¿Qué llegó a pasar en esa
«amanecida loca»? Nunca lo sabremos.
El amor
insatisfecho se sigue refugiando en los sueños. Una vez, sueña él que les casa
en Segovia, en el monasterio del Parral, al son de La Marsellesa, un fraile que
resulta ser don Miguel de Unamuno. Otra vez, algo semejante tiene un final
feliz:
«Soñé, sencillamente, que
me casaba contigo (...) Mi estado de espíritu era, en
esta ocasión, de una alegría rebosante, todo lo contrario de lo que fue, en mis
nupcias auténticas. La ceremonia fue entonces, para mí, un verdadero martirio.
Y, ahora, salía yo contigo, del brazo, lleno de alegría y de orgullo. Se diría
que, en el sueño, tomaba yo el desquite de nuestro secreto amor, pregonándolo a
los cuatro vientos... El resto del sueño, no te lo puedo contar. Es demasiado
feliz, aun para contarlo».
Luego, la guerra los separa:
ella, con su familia, se va a Portugal, después de haber destruído muchas de
sus cartas; él, a la Valencia republicana: «De mar a mar, entre los dos, la
guerra,/ más honda que la mar...».
En sus «Canciones a Guiomar», insiste
Machado en la trama misteriosa que enlaza la realidad con el ensueño: «Todo amor es fantasía: / él inventa el año, el día,
/ la hora y su melodía; / inventa el amante, y, más, / la amada. No prueba nada
/contra el amor, que la amada/no haya existido jamás».
Algunos han utilizado estos versos para
concluir que Guiomar fue solamente un sueño poético: las cartas que conservamos
indican otra cosa. Otros la han enjuiciado con dureza: quizá no amó de verdad a
Machado, quiso aprovecharse de su fama... En todo caso, él sí sintió renacer, con ella, sus viejas ilusiones.
Cuando Antonio Machado muere, en Collioure, hace exactamente 75 años, su
hermano José encuentra, en su chaqueta, un papelillo arrugado. En él ha escrito
la cita del Hamlet («To be or not to be») y el último verso que ha escrito, con
sus más dulces recuerdos sevillanos: «Estos días azules y este sol de la
infancia...»
Pero también guardaba allí una variante de
una de sus Canciones a Guiomar: «Y te daré mi canción:/
«Se canta lo que pierde»/, con un papagayo verde/ que la diga en tu balcón: /
se canta lo que se pierde». Es difícil imaginar mejor definición de la poesía:
«Se canta lo que pierde».
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