Caballeros 1

domingo, 4 de marzo de 2018

(condesa de Pardo Bazán, condesa de Torre de Cela y Dama Noble de la Orden de María Luisa)



JUAN LOSA En Publico. (http://www.publico.es/culturas/emilia-pardo-bazan-puta-planto.html)

Puta, marimacho, gorda, fea… estas son sólo algunas de las lindezas que desde sus tribunas maceradas en humo de pipa y ranciedad dedicaron nuestros ilustres académicos a la inefable Emilia Pardo Bazán. La gallega fue declarada culpable por sus señorías, como lo oyen, culpable de ser mujer, escribir y —tremenda osadía se viene— querer ser reconocida por ello. Hasta en tres ocasiones fue rechazada su candidatura para ingresar en la Real Academia de la Lengua, hasta en tres ocasiones recibió un portazo como respuesta por parte de los Clarín, los Zorrilla o los Valera, este último, por cierto, en un alarde de agudeza machirula denegó su ingreso porque "su trasero no cabría en un sillón de la RAE".

¿Amedrentó esto a la autora de Los Pazos de Ulloa? ¿Disuadió su anhelo de significación? ¿Se arredró acaso? Si dudan es que no conocen a la Pardo Bazán. “Ella era como le daba la gana”, despacha Noelia Adánez, responsable del texto de Emilia, y que cuenta con la dirección de Anna R. Costa y la interpretación de Pilar Gómez. Una obra que da inicio a la trilogía Mujeres que se atreven con la que el Teatro del Barrio rinde tributo y reivindica la figura de mujeres relevantes que lucharon porque la sociedad les reconociera como iguales.
“No me explico de dónde sacaba la fuerza moral para enfrentarse a todos ellos”


La  faceta como feminista De Emilia Pardo Bazán es uno de los rasgos más progresistas de la trayectoria personal de la autora, pues en este terreno se alejó notoriamente del conservadurismo de su ideología político-social. Ella misma se autocalificaba en 1915 como “radical feminista” y realmente ese tipo de planteamientos, tan poco comunes y tan rompedores en la España de la Restauración, la escritora no solamente los defendió en su obra, sino que también los puso en práctica inequívocamente a lo largo de su vida. En primer lugar porque consiguió, de forma fundamentalmente autodidacta, una formación intelectual totalmente inusual en las mujeres de su época. De extraordinaria energía fue una voraz lectora y tuvo una curiosidad intelectual enorme y aunque básicamente hoy se la recuerda por su obra de ficción, ya se trate de novelas o cuentos, también practicó otros muchos géneros: periodismo, crónicas de viajes, crítica e historia literaria, biografías de personajes históricos o santos, libros de cocina, al margen del teatro y la poesía. A fuerza de trabajo y perseverancia consiguió hacerse un espacio en un terreno exclusivamente masculino, el de las letras españolas. No obstante, su condición femenina le acarreó no pocas discriminaciones, como el rechazo a su candidatura a la Real Academia de la Lengua en 1889, o las feroces críticas que recibió en determinados momentos. Además, fue una convencida cosmopolita y, junto con el francés que adquirió durante su infancia en el Colegio Francés de Madrid, aprendió el inglés y el alemán para poder leer en su propia lengua a diversos autores. Sus continuos viajes y estancias en el extranjero le permitieron entrar en contacto con la intelectualidad y los círculos literarios de otros países (Francia, Italia, Alemania, Austria,…) y difundió en España la mejor literatura de su época12. También fue una divulgadora de alguna de las grandes corrientes intelectuales del momento.
A lo que en el siglo XIX se llamó la “cuestión de la mujer” la Pardo Bazán dedicó un buen número de páginas en varios trabajos teóricos y diversos artículos periodísticos15. Según doña Emilia la mujer española estaba anclada en un modelo tradicional, de total inferioridad y dependencia con respecto al varón. A la mujer se le había hurtado los derechos y libertades logrados por el hombre con el liberalismo y se la había apartado de todas las facetas relacionadas con el ámbito público. Carecía de destino propio, pues su función primordial era cuidar del padre, hermano, esposo e hijos y si éstos no existiesen de la “entidad abstracta del género masculino”. Toda la educación femenina se encaminaba al cumplimiento de esta misión, con lo que se convertía a las mujeres en seres sin ninguna formación. De hecho, la ignorancia femenina no se consideraba un demérito, sino más bien todo lo contrario. La falta de instrucción tenía consecuencias muy negativas tanto en el ámbito privado como en el público. No sólo no permitía que las mujeres pudiesen valerse por sí mismas, consiguiendo una independencia económica, sino que impedía una relación plena de pareja, dada la imposibilidad de comunicación intelectual entre los cónyuges. Al mismo tiempo, el inmovilismo en el que se mantenía a la mujer era para la condesa una de las razones fundamentales del atraso español16 . La situación era especialmente grave en el caso de las mujeres de la burguesía o clase media, grupo social que según Pardo Bazán era difícil de definir, dada la imprecisión de sus límites. En él cabía desde: “la mujer del opulento fabricante –que es clase media sólo porque no es aristocracia- hasta la mujer del telegrafista o del subteniente –que es clase media sólo porque no es pueblo. Se necesita para precisar algo la clasificación (aunque sea basándose en circunstancias externas), decir que pertenece a la burguesía la mujer que no viste como el pueblo, que paga un criado o criada que la sirva, posee una salita donde recibir a quien la visite etc., etc. El menor cargo oficial en la familia, el pretexto más leve, basta a la mujer española para ingresar en el número de las señoras o señoritas y salir de las filas del pueblo propiamente dicho”17 . Hacia este grupo social la condesa dirigió sus críticas más feroces, pues consideraba que la mujer burguesa no servía “para cosa alguna”. Su horizonte mental no pasaba más allá de conseguir un “buen marido”, que a ser posible le permitiese escalar socialmente. A las “señoritas” se las mantenía en una “perpetua infancia” y nunca lograban alcanzar una auténtica madurez personal, pues primero dependían del padre y más tarde del marido o hermano. Su incultura llegaba a extremos ridículos, hasta el punto de que no sabían valerse por sí mismas en la situación más elemental. Mucho más benevolente fue su descripción sobre los miembros femeninos de la aristocracia. Aunque no dejó de denunciar la frivolidad de algunas de las mujeres de la clase alta, también salió en la defensa de este grupo cuando determinados escritores como Pereda las desacreditaron en alguna de sus novelas –Las Montálvez-. Deseaba que se les fomentase una mayor preparación intelectual, pues consideraba demasiado superficial su educación, pero en general la balanza se inclinaba a su favor y en su obra hay numerosos homenajes hacia mujeres de la clase social con la que se identificaba doña Emilia. De igual forma fue bastante benevolente con las mujeres de las clases populares, ya viviesen en la ciudad o en el medio rural. Las presentó como ingenuas e ignorantes, pero su pobreza les había conducido a algo muy positivo para doña Emilia: su dedicación al trabajo. La condesa siempre defendió el trabajo femenino en cualquier ámbito, pues como convencida feminista pensaba que la mujer podía realizar las mismas funciones que el varón. Únicamente factores culturales se lo impedían. El remedio para acabar con la inferioridad femenina y convertir a la mujer en un sujeto pleno, con destino propio, pasaba por proporcionarle una educación, había que acabar con la dualidad de principios que regía la instrucción de los dos sexos18. Estos argumentos fueron expuestos en varias conferencias y ensayos y aparecen también de forma más indirecta en su obra de ficción19. Sin confesar expresamente su propósito, en las protagonistas femeninas de algunas novelas incluso llegó a dibujar cómo había de ser la nueva mujer por la que ella abogaba20. En sus cuentos básicamente lo que se observa es una crítica a la situación en la que se mantiene a la mujer, se denuncia la desigualdad de la que es objeto y la dependencia sicológica y económica que sufre con respecto al varón.

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