Caballeros 1

martes, 8 de marzo de 2016

Diablesas.



La belleza Edad Media tenía mucho que ver con tener una piel libre de impurezas, es decir, de marcas, lunares, pecas y cicatrices. La palidez era el objetivo. Las pecas, granos, lunares y cicatrices eran inaceptables para las mujeres de la aristocracia; de hecho, cualquier marca en la piel podía ser relacionada con la marca de las brujas; es decir, con alguien que ha firmado un pacto con el demonio.

Para eliminar las impurezas epidérmicas las mujeres medievales se sometían a un dolorosísimo tratamiento que consistía en erosionar paulatinamente la piel con una solución en base a limadura de amatista. Lo que hacían, literalmente, era abrasar la piel hasta dejarla en carne viva y así eliminar las áreas ofensivas.

Las pecas eran tratadas con una combinación de avena y vinagre, producto que debía frotarse al menos tres veces al día.

Las mujeres del medioevo menos acaudaladas podían recurrir a tratamientos más económicos a base de sangre de conejo.

Las manchas en la piel eran tratadas con un ungüento a base de pepinos y fresas, con resultados excelentes.

Si alguna mujer medieval sufría quemaduras en la piel, para nosotros, un ligero tono bronceado, inmediatamente recurría a las propiedades asombrosas del jugo de lirios, aplicado en compresas durante varios días.

Para aumentar la efectividad de estos remedios caseros se utilizaba una venda hecha con cuero de oveja, la cual impedía infecciones potencialmente letales.

El maquillaje en la Edad Media, y por tal caso todos los productos cosméticos que las mujeres utilizaban, funcionaban a partir de la siguiente premisa:


El maquillaje de la mujer debe ser lo suficientemente agradable como para mantener a un marido pero no tanto como para despertar la tentación en otros hombres.


Tomás de Aquino, por ejemplo, alentaba a las mujeres casadas a maquillarse. Sus motivaciones no tenían nada que ver con ideas progresistas. El santo opinaba que un hombre atraído por su esposa lo salvaba de cometer el pecado de adulterio.

Por otro lado, la línea entre un correcto maquillaje y uno excesivo quedaba limitada por la propuesta anterior; es decir, nunca debe ser lo suficientemente llamativo como para inducir al pecado a otros hombres.

Una de las más populares bases cosméticas de la Edad Media fue registrada en la obra del siglo XIII: De ornatu mulierum —algo así como Sobre los adornos de las mujeres—, de Trotula de Salerno, probablemente una de las primeras mujeres en ganarse una justa reputación en la medicina.

Sus consejos poseen la métrica de los actuales artículos en revistas femeninas:


Coloca brotes puros de trigo en agua durante quince días. Luego debes molerlos, filtrarlos en un paño y dejar que el líquido se evapore. Así obtendrás una pasta blanca como la nieve. Puedes utilizarla todas las mañanas, mezclada con agua de rosas, después de lavarte el rostro con agua tibia. A continuación, secar con un paño limpio.


Si bien el maquillaje para pestañas y párpados estaba disponible desde hacía siglos, si no milenios, en la Edad Media sencillamente no estaba de moda.

La mayoría de las pinturas medievales con sujetos femeninos muestran mujeres pálidas, con párpados sin definir y delgadas cejas. No obstante, los ojos propiamente dichos sí podían tratarse en ciertas ocasiones.

Algunas mujeres utilizaban unas gotas de belladona justo debajo de los ojos, lo cual lograba dilatar de forma considerable las pupilas, luciendo así más grandes y atractivas para los parámetros de la época. De hecho, la belladona —literalmente, mujer hermosa— debe su nombre a sus propiedades dilatantes.

Contrariamente a lo que ocurría con los ojos, las mujeres de la Edad Media se pintaban los labios aunque en ocasiones especiales.

Gilbertus Anglicus explica en su obra del siglo XII, Compendium Medicinae, la forma de fabricar rouge en base a hierbas colorantes como la angélica y el cártamo.

Existían otros métodos más económicos para darle color a los labios.

El jugo de limón, frotado a conciencia, lograba intensificar el color natural de los labios al aumentar el flujo sanguíneo en el área. Las muchachas más pobres podían recurrir a una mezcla de moras y sangre, que también era utilizaba para enrojecer las mejillas y así lucir más saludables.

Finalmente, el cuidado de las manos también tenía su pequeño espacio en la coquetería medieval.

Alexius Pedemontanus, ya en el siglo XVI, recicla una serie de cremas medievales para las manos en su obra De' secreti del reuerendo donno Alessio Piemontese; donde brinda las proporciones justas de sebo, mejorana y vino para dejar las manos suaves.

Para finalizar hay que insistir en un concepto: la belleza es subjetiva; y la belleza en la Edad Media no era distinta de la actual, aunque sus proporciones y aspiraciones sí.

Todas las prohibiciones que las mujeres debían observar tenían una sola razón: la idea de que la mujer puede extraviar al hombre, enloquecerlo, arrancarlo del camino de la virtud para transitar otros más ligados al placer y, en consecuencia, al pecado.

De modo que, en cierta forma, la mejor manera de lucir atractiva en la Edad Media era justamente luciendo lo menos atractiva posible.

Desde aquí brindamos por todas las mujeres de frentes amplias, pálidas, cuellos largos y cejas exiguas. Todas ellas fueron presas del ideal de belleza de su tiempo; al igual que hoy, con diferentes parámetros, otras son igualmente esclavas.





Más literatura gótica:
Diccionario de demonios femeninos: las mujeres del infierno.




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