Caballeros 1

viernes, 22 de mayo de 2015

Espazos de Limpeza de sangue: Los Mallos.

Los Mallos no se rinde

Aquí sobrevive esa especie en vías de extinción llamada tienda de la esquina
15 de febrero de 2015.     
Los Mallos no es un barrio cualquiera. Es un barrio con ambulatorio. Y poseer un ambulatorio es la forma que tienen los barrios de A Coruña de marcar paquete, de decir: aquí estoy yo y estos son mis poderes. Puedes tener centro cívico, instituto, párking subterráneo, ORA verde, ORA azul, chalés, centros comerciales, un estadio o una casa de algo -del agua, de los peces, del hombre, da igual-, hasta puedes tener vistas al mar o un faro romano a pie de playa, pero si no tienes ambulatorio, no eres nadie.
El ambulatorio de los Mallos antes estaba en un cuarto piso (o un tercero, ya no me acuerdo) en la ronda de Outeiro. En los pisos de antes cabían muchas cosas. Lo mismo cabía una familia que un ambulatorio o un colegio. En la ronda de Nelle recuerdo que había un colegio en un piso, en un primero que daba a los Puentes.
Pero ahora el ambulatorio de los Mallos se llama centro de salud y se lo ha llevado el Sergas hasta la calle Napoleón Bonaparte, ya en Vioño. Justo enfrente del centro cívico, que tampoco está exactamente en los Mallos, sino en la Sardiñeira, junto a las últimas casas de la calle Puerto Rico, que siguen en pie desde los tiempos en que no había traída (ni nada de nada) y antes hasta tenían su jardincito y su silla en la puerta para echar un pitillo o charlar con la vecindad.
Del antiguo Vioño solo ha quedado un hórreo como colgando de un hilo en medio del presunto progreso (Vioño Park, lo llaman) y un jardín ondulado que en otoño se pone muy yanqui, con los árboles de muchos colores (al estilo de Central Park, tal vez de ahí lo de Vioño Park).
En los Mallos todavía existe el comercio callejero, esa tienda de la esquina donde la señora Lola aún se sabe los nombres de sus clientas y suma con lápiz en un papel de estraza el precio de los dos kilos de patatas de Coristanco y la bolla de Carral.
-Ponme unos grelos y algo de unto, Lola.
-El grelo es pura manteca, bonitiña.
-Ay, sí.
Los tomates que vende la señora Lola son feos (no esféricos), pero saben a huerta, a sol. A algo.
En los Mallos uno hace la compra en Comestibles San Luis y en la Mercería Manoly. Si no lo ve, entre y pregunte, seguro que lo tenemos, anuncia en un paño bordado con punto de cruz. Porque aquí sobrevive, como en ninguna otra parte de A Coruña, el colmado, el ultramarinos, el bazar, la ferretería, el lavado y engrase, la tintorería, el estanco, la joyería y hasta el estudio fotográfico y su revelado antediluviano.
Los Mallos, además de ambulatorio, antes tenía un economato, que era una especie de supermercado secreto, oculto entre la trastienda de calles que palpitan detrás de la ronda de Outeiro. Fue hace mucho tiempo, pero debí de perderme más de una vez entre las estanterías de la lejía y el Cristasol, porque me acuerdo de andar vagando sin rumbo por la sección de limpieza de aquel economato semiclandestino.
Por los Mallos acampan, con sus maletines y su Aranzadi, los abogados, que acechan en las proximidades de los juzgados y la Audiencia a ver si cae un pleito, un recurso, un papel donde estampar esa frase que, de viejuna, suena a idioma extranjero:
-Otrosí digo.
Hasta hay algún magistrado enrollado, de esos descorbatados que llevan vaqueros raídos bajo la toga y las puñetas, que para en El Chaflán, en la plaza de Monforte, donde hay un monumento a las cerilleras que recuerda que por allí caía la fábrica de fósforos. También había un cine, el Alfonso Molina, y ya en la Falperra estaba el España, pero la Falperra ya es otro barrio, otro mundo.
En los Mallos nació una de las cimas históricas del grafiti coruñés: «Clemente chivato de los Mallos», que tiznó los muros de media ciudad y que entre otras variantes tildaba al vapuleado Clemente de «chivata». El grafiti de Clemente solo ha sido superado por aquella pintada que apareció en una esquina de Orillamar: «Pelirroja Merchi cuando peor está de quien te rodeas más disfrutas».
Los Mallos también tiene su calle peatonal, Ángel Senra, con la ferretería El Compás y la carbonería La Mina, que durante la temporada de verano alimenta las brasas del churrasco dominguero de media comarca.
-Vamos a la peatonal.
A Ángel Senra se le llama, así, la peatonal, para abreviar. En los Mallos son mucho de abreviar, de ir al grano y punto.
En una ciudad que tira hacia arriba siempre que le deja el plan general, los Mallos es una de las reservas urbanas de las casas unifamiliares, que aquí no tienen el empaque de los chalés de Ciudad Jardín, pero que dan algo de luz al urbanismo local con sus limoneros y sus camelias en los patios. De niño me intrigaban los vidrios rotos de colores que clavaban en lo alto de aquellos muros para espantar a los cacos.
En estas manzanas de casas bajas uno puede repasar la geografía de la EGB, o enumerar los mil ríos de la leyenda, porque hay mucha calle con nombre de río, Sil, Eume y así. Aunque los de la Logse ya no se lo crean, de pequeños teníamos que rellenar muchos mapas mudos a fuerza de memoria, con los afluentes del Ebro, y hasta del remoto Volga.
Si uno quiere ver el lado enxebre de la fuerza tiene que parar en la bodega Présaras, servicio a domicilio, en la empinada cuesta llamada Filipinas, o asomarse a la maltrecha calle Europa, que explica mejor que todos los análisis políticos el zarrapastroso estado de la Unión.
Eso ya es por la Sardiñeira, que mira desde lo alto a la estación de tren y su playa de vías.
La Sardiñeira empieza arriba, junto al mercadillo de los martes, todo a 2 euros, y va resbalando por las cuestas hasta la estación de San Cristóbal.
Los factores jubilados de la Renfe se asoman a la verja para jugar en la distancia con su Ibertren de tamaño real en esta estación donde mueren los caminos de hierro y nunca pasan de largo los trenes. Es una estación de punto final. Como la propia Coruña, que no es una ciudad de paso, sino definitiva.
El jubilado lía un pitillo y afina la puntería:
-Dicen que en Nueva York no hay AVE ni nada.
-Pues aquí vamos a tener un AVE a los Mallos.
-Será a la Sardiñeira.
-Pero a mí el tren que siempre me gustó es el de Andrés do Barro, que va pasiño a pasiño polo seu camiño.
-Acabáramos.
En los bares de los Mallos todavía hay serrín por el suelo. No todo está perdido.

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