Caballeros 1

martes, 20 de mayo de 2014

La colaboradora necesaria. Brígida.

Su intervención es imprescindible en la conquista de doña Inés, igual que la Celestina en la de Melibea, además su motivación es la misma, el dinero. En la primera mención de la vieja por don Juan vemos que se asocia con el demonio (parte I, acto I, escena I):

Don Juan: Del diablo con guardapiés
que la asiste, de su dueña,
que mis intenciones sabe,
recogerás una llave,
una hora y una seña; (vv. 44-48)

Asociación que se reitera (parte I, acto II, escena IX):

Brígida: ¿Estáis solo?

Don Juan: Con el diablo.

Brígida: ¡Jesucristo!

Don Juan: Por vos lo hablo.

Brígida: ¿Soy yo el diablo?

Don Juan: Creoló. [...]

Brígida: Vos sí que sois un diablillo.

Don Juan: Que te llenará el bolsillo
si le sirves. (vv. 396-402) [...]
Y si acierto
a robar tan gran tesoro,
te he de hacer pesar en oro. (vv. 507-509)

La alcahueta y el galán son pues familiares del demonio.

Brígida ha preparado a la novicia para facilitar la conquista de don Juan, sugestiona a la muchacha de forma que crea que el galán tiene poderes mágicos y es capaz de cualquier cosa por ella (parte I, acto II, escena IX) . La astucia es la principal característica de la vieja, así contraviene, cuando hace falta, la rígida disciplina del convento (parte I, acto III, escena III):

Brígida: Voy a cerrar esta puerta.

Doña Inés: Hay orden de que esté abierta.

Brígida: Eso es muy bueno y muy santo
para las otras novicias
que han de consagrarse a Dios:
no, doña Inés, para vos.

Doña Inés: Brígida, no ves que vicias
las reglas del monasterio,
que no permiten...

Brígida: ¡Bah! ¡bah!
Más seguro así se está,
y así se habla sin misterio
ni estorbos (vv. 116 -127)

Conduce a la inocente Inés y le presenta a don Juan como un pobre enamorado (parte I, acto III, escena III):

Brígida: ¡Pues quedó con poco afán
el infeliz! [...]
¡Pobre mancebo!
Desairarle así, sería
matarle.
Si ese Horario no tomáis,
tal pesadumbre le dais,
que va a enfermar, lo estoy viendo.

Doña Inés: ¡Ah! No, no; de esa manera
le tomaré.

Brígida: Bien haréis. [...]
Si ese Horario
le despreciáis, al instante
le preparan el sudario. (vv. 136-257)

Don Juan confía plenamente en las artes de la vieja (parte I, acto IV, escena I):

Ciutti: que don Juan
encargó que sola vos
debíais con ella hablar.

Brígida: Y encargó bien, que yo entiendo
de esto. (vv. 88-92)

Brígida convence a la joven, acostumbrada a la austeridad del monasterio, con las riquezas y el lujo de la quinta de don Juan (parte I, acto IV, escena II):

Doña Inés: ¿Dónde estamos? Este cuarto
¿es del convento?

Brígida: No tal;
aquello era un cuchitril
en donde no había más
que miseria. [...]
Mirad,
mirad por este balcón,
y alcanzaréis lo que va
desde un convento de monjas
a una quinta de donJuan.

Doña Inés: ¿Es de don Juan esta quinta?

Brígida: Y creo que vuestra ya. (vv. 103-114)

Sus recursos celestinescos son inagotables, para explicar la estancia de la joven en la quinta de don Juan confunde a Inés con el falso incendio del convento donde presenta al caballero como un héroe (parte I, acto IV, escena II):

Brígida: Estabais en el convento [...]
cuando estalló en un momento
un incendio formidable.[...]
Espantoso, inmenso;
el humo era ya tan denso,
que el aire se hizo palpable. [...]
con la carta entretenidas,
olvidamos nuestras vidas,[...]
que entrambas a su lectura,
achacamos la tortura
que sentíamos interna.
Apenas ya respirar
podíamos, y las llamas
prendían en nuestras camas;
nos íbamos a asfixiar,
cuando don Juan [...]
con inaudito valor, [...]
se metió para salvaros [...]
y del fuego nos sacó. (vv. 117-152)

Brígida ha cumplido bien con su trabajo de alcahueta: ha entregado una carta del amante a la amada, le ha mostrado al galán, le ha hablado de él, le ha destacado sus gracias, le ha hecho saber el compromiso de matrimonio (ya anulado) y le ha asegurado que la ama (parte I, acto IV, escena II):

Doña Inés: Tú me diste un papel
de manos de ese hombre escrito, [...]
Una sola vez le vi
por entre unas celosías,
y que estaba, me decías,
en aquel sitio por mí.
Tú, Brígida, a todas horas
me venías de él a hablar,
haciéndome recordar
sus gracias fascinadoras.
Tú me dijiste que estaba
para mío destinado
por mi padre, y me has jurado
en su nombre que me amaba. (vv. 193-208)

Además utiliza su ingenio para evitar que doña Inés se escape de la quinta (parte I, acto IV, escena II):

Brígida: Esperad.
¿No oís? [...]
Ruido de remos. [...]
Ya imposible que salgamos. [...]
mas antes de irnos,
es preciso despedirnos
a lo menos de don Juan. (vv. 221-236)

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