Caballeros 1

miércoles, 22 de septiembre de 2021

Catulo: Poema 68-

Poema 68 Que me mandes, agobiado / por la suerte y un suceso amargo, esta nota que es / lágrimas sobre papel, para que al que está arrojado / a un mar de espumosas olas socorra yo y del umbral / de la muerte traiga acá; porque ni la santa Venus / reposar en blando sueño 5 le consiente (y es que está / solo, en lecho sin amor), ni las Musas con el dulce / canto de antiguos poetas lo alegran, cuando sin paz / su mente velando está: todo esto me agrada, porque / me llamas tu amigo y pides de aquí el obsequio que las / Musas y Venus me den. 10 Pero a fin de que mis penas / no te sean, Manio, ignotas ni, que rechazo el deber, / pienses, de hospitalidad, conoce en cuáles oleajes / de la fortuna me anego, y de este mísero un don / dichoso no pidas más. Aquel tiempo en que la toga / pura recién me habían puesto, 15 y una feliz estación / cumplía mi vida en flor, me di a muchas experiencias: / de mí no ignora la diosa que al dulceamargo placer / mezcla la preocupación. Pero el dolor por la muerte / de mi hermano estos afanes tronchó. ¡Hermano, ay de mí! / ¡Me faltas, pobre de mí! 20 Tú, al morir, has quebrado, / hermano, tú, mis solaces; contigo todo el hogar / nuestro enterrado quedó; todas contigo murieron / de una vez mis alegrías, que nutría con dulzor, / mientras vivías, tu amor. Yo expulsé, por su partida, / de todo mi pensamiento 25 estos afanes y mil / delicias del corazón. Por eso, lo que me escribes / (que estar en Verona no honra a Catulo, porque aquí / todo aquel de calidad en el tálamo dejado / entibia sus miembros fríos), esto, deshonra no es, / Manio, desgracia más bien. 30 Sabrás perdonar entonces / si no te ofrendo esos dones que el dolor me arrebató: / es que no lo puedo hacer. Que no tenga aquí conmigo / gran cantidad de escritura, consecuencia es de vivir / en Roma, mi casa es aquella, aquella mi sede, / allá mi vida consumo, 35 aquí, de muchos, me está / siguiendo un solo anaquel. Siendo esto así, no decidas, / espero, que yo, de avaro, hago esto o con actitud / no bastante liberal, porque no te di raciones / de ambas cosas que pedías: las mandara yo por mí / si tuviera para dar. 40 No puedo callarme, diosas, / en qué materia a mí Alio su auxilio me dio, o también / con cuál ayuda acudió: para que el tiempo, en su fuga, / nunca, con siglos de olvido, estos empeños de aquel / hunda en ciega oscuridad. Pero lo diré a vosotras, / vosotras decidlo a muchos 45 miles por siempre y haced / que hable anciano este papel, para que en vida trascienda / en fama por todo el orbe y gane notoriedad / con la muerte más y más; y que la ingrávida araña, / urdiendo su tenue tela, sobre el nombre en soledad / de Alio no haga su labor. 50 Porque sabéis qué aflicciones / me dio Amatusia, la falsa, y en qué extrema condición / me hizo precipitar entonces, cuando ardí tanto / como el volcán de Trinacria y el agua Malia termal / que las Termópilas dan, y de fundirse mis ojos / mustios en asiduo llanto 55 no cesaban, y mi faz / de empaparse en lluvia atroz. Como en la cumbre de un monte / airoso, claro prorrumpe un torrente de cristal / de la musgosa pared, y, tras rodar con violencia / por la pendiente del valle, de un camino por mitad / cruza, de gran población, 60 dulce alivio en la fatiga / del cansado caminante, cuando un ardiente calor / parte el reseco terrón; y como al nauta, entregado / a un funesto torbellino, le llega el suave soplar / de ese viento bienhechor, implorado hasta el extremo / con ruego a Pólux y Cástor: 65 de igual modo para mí / Alio fue una salvación. Él un ancho territorio / me abrió, que estaba cerrado, una casa él me brindó, / y a mi señora también, para que en ella gozáramos / los recíprocos amores. Allí, con grácil andar, / mi divina, en su esplendor, 70 ingresó y en el gastado / umbral su planta radiante, afirmándose, posó, / e hizo la suela crujir. Así, de amor encendida, / una vez, por su marido, Laodamía llegó / al protesileo hogar, iniciado en vano, cuando / sacra sangre de una víctima 75 aún no había puesto en paz / a la corte celestial. Nada tan en demasía / me plazca, virgen Ramnusia, que lo acometa a pesar / de no quererlo algún dios. Cuánto las aras ayunas / reclaman sangre piadosa, Laodamía aprendió / al perder a su varón; 80 del cuello del desposado / tuvo que soltarse antes de que el invierno, al venir / por una vez y otra vez, su voraz amor hubiese / satisfecho en largas noches, para así poder vivir, / interrumpida la unión; que habría de terminarse / no en mucho tiempo sabían 85 las Parcas, si iba a pelear / él a los muros de Ilión. Troya, entonces, con el rapto / de Helena, había comenzado a convocar lo mejor / del argivo contra sí. Troya (¡Infausta!), sepultura / común de Asia y Europa, Troya, aciaga destrucción / de hombres y de virtud, 90 que también a nuestro hermano / una muerte miserable le trajo. ¡Hermano, de mí / arrancado! ¡Ay de mí! ¡Ay, luz dichosa, arrancada / al hermano miserable!, contigo todo el hogar / nuestro enterrado quedó; contigo a la vez murieron / todas nuestras alegrías, 95 que nutría con dulzor, / mientras vivías, tu amor. A él ahora, tan lejos, / no entre sepulcros amigos ni guardado en vecindad / de ceniza familiar, sino en Troya, en la funesta, / maldita, Troya, enterrado, en un remoto confín / lo retiene tierra hostil. 100 Dicen que, a ella acudiendo / de todas partes, la joven hueste griega abandonó / los altares del hogar, para que no prolongara / Paris, ufano del rapto de la adúltera, un placer / sin freno en lecho feliz. Por este suceso, entonces, / bellísima Laodamía, 105 arrebatada te fue / aquella más dulce unión que el alma y la vida. El fuego / de amor, en tal torbellino tragándote, te arrojó / a un abismo tan voraz como el que –según los griegos– / cerca de Féneo deseca el fértil suelo al tragar / el pantano del Cilén; 110 lo cavó una vez -se oye–, / abriendo entrañas del monte, el que falsamente es / descendencia de Anfitrión, cuando con flecha infalible / a los monstruos estinfalios abatió, por potestad / de un patrón a él inferior, para que el portal del cielo / por más dioses fuese hollado, 115 y Hebe no hubiera de ser / de larga virginidad. Más hondo fue, sin embargo, / tu hondo amor que aquel abismo: tierna aún, te sometió / al yugo matrimonial. Porque ni es más querido / a un padre de edad provecta el nieto tardío, que / su sola hija le da, 120 quien, finalmente obtenido / para heredar al abuelo, inscribe su nombre en el / escrito testamental, y, burlando el regodeo / malvado de algún pariente, de la cabeza senil / expulsa al ave rapaz; ni más, paloma ninguna, / gozó de un níveo palomo, 125 compañera que –según / dicen– lo fuerza a besar mordiéndolo con su pico / sin pausa, con más lascivia que una mujer que se da / con desenfreno al placer. Pero tú venciste sola / los grandes ardores de éstos, una vez que con amor / te uniste al rubio varón. 130 Nada o poco impar a ella / en mérito, la luz mía aquella vez se entregó / a mi abrazo protector; Cupido le andaba en torno, / de aquí y de allá, insistente, con luminoso candor, / en su túnica azafrán. Pero, aunque a ella no le basta / Catulo sólo, a mi dueña, 135 la escapada ocasional, / discreta, le aceptaré; no seamos demasiado / molestos como los tontos. Juno también, la mayor / de la corte celestial, con ira ardiente en la culpa / de su esposo se ha cocido, al saber tanta traición / de Jove, el omnivoraz. 140 Pero ni es justo a los hombres / comparar con los divinos, . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . la molesta gravedad / deja, de un padre senil. Pero no fue que, entregada / a mí por diestra paterna, llegó ella a una mansión / fragante de asirio olor, sino que en noche admirable / me dio furtivos regalos, 145 la que al marido robé / del regazo conyugal. Por eso me es suficiente / si a mí solamente brinda ella el día que la más / blanca piedra ha de marcar. Este regalo compuesto / de canción –lo que he podido– por tu infinito sostén, / Alio, va en ofrenda a ti, 150 para que, con sucia herrumbre, / no manchen el nombre tuyo este día de hoy y aquel / otro y otros que vendrán. A esto agregarán los dioses / cuantos puedan de los dones que Temis solió entregar / a los piadosos de ayer. Seas tú feliz y sea / a un tiempo feliz tu amada 155 y la casa en que gozar / pudimos mi dueña y yo; y el que al principio nos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . de quién por primera vez / toda mi dicha nació; y por delante de todos / la que amo más que a mí mismo, mi luz, que, con su vivir, / me hace más dulce el vivir. 160

No hay comentarios:

Publicar un comentario