Caballeros 1

martes, 4 de mayo de 2021

Shelley y las teorías illuminati.

 


El libro de Barruel fue traducido al inglés en 1797-8 con el título Memoirs of Ingolstadt. The History of Jacobinism, en cuatro volúmenes. Percy lee el libro en 1811, cuando tiene19 años, y se entusiasma tanto con los fines reformistas de los Iluminados que escribe al crítico y poeta Leigh Hunt, editor del Examiner, publicación que divulgaba las poesías de Shelley, para proponerle la creación de una sociedad que reuniera a los miembros ilustrados y más desprejuiciados de la comunidad,  para luchar contra la coalición de los enemigos de la libertad. Percy nunca perdió de vista ese deseo de crear su propia sociedad de iluminados, como se desprende del hecho de que, al escapar de Inglaterra con las jovencísimas Mary Godwin Wollstonecraft, su amante, y la hermanastra de esta, Claire Clermont, no dudara en viajar al extranjero cargando con el tocho de Barruel.

Del mismo modo que Weishaupt, Shelley aspiraba a crear el hombre perfecto, libre de las ataduras del catolicismo y capaz de desarrollar al completo las posibilidades de la ciencia. Pero, contradictoriamente, el siempre curioso Percy también fue un mago en ciernes. Mientras estudiaba en Eton, en donde ingresó en 1804 con solo 12 años, actuó como nigromante para despertar a un fantasma mediante un encantamiento que incluía beber de una calavera. Aunque el experimento fracasó, echando mano del típico ajuste de la disonancia cognitiva Percy pensó que no había ejecutado con precisión todos los pasos necesarios, antes que aceptar que se trataba de una superchería. Percy sentía pasión por los libros de magia y hechicería. Entre sus autores favoritos, como los de Victor Frankenstein, se encontraban Agrippa, Alberto Magno y Paracelso. Sobre ellos escribiría una carta al filósofo radical William Godwin, padre de Mary, cuya obra le entusiasmaba. 

Como Victor Frankenstein, cuando Percy ingresó en Oxford en 1810, también puso en práctica su otra pasión, la ciencia experimental. Llenó su habitación de crisoles, microscopios, una bomba de aire e incluso disponía de un laboratorio portátil. Su interés por la química y la electricidad era a la vez física y metafísica, y se había despertado en Eton gracias a unos carismáticos profesores. En 1811, el mismo año en que se entusiasma con los Illuminati, durante su corta temporada en Oxford que acabó en expulsión por publicar un panfleto defendiendo la necesidad del ateísmo, Percy escribe una novela juvenil, St. Irvyne, or the Rosacrucian. Se basaba en la sociedad filosófica secreta fundada por el alemán Christian Rosenkreuz en la Baja Edad Media. A su vez, esta sociedad se remontaba al saber esotérico del pasado más remoto, que habría permanecido oculto al hombre común.

Una idea esencial para la orden rosacruciana era la alquimia, que no debe entenderse literalmente como la transmutación del metal en oro sino como la transformación espiritual del hombre, de acuerdo con la ley de la correspondencia. La novela de Percy narra la historia de un enigmático personaje, Ginotti, un poderoso alquimista capaz de aparecer, desaparecer y cambiar de forma, que descubre la piedra filosofal y posee el secreto de la vida eterna. Un párrafo en el capítulo III de esta obra, cuando Ginotti evoca sus años de formación, recuerda poderosamente la novela de Frankenstein, como podréis comprobar:

“From my earliest youth, before it was quenched by complete satiation, curiosity, and a desire of unveiling the latent mysteries of nature, was the passion by which all the other emotions of my mind were intellectually organized”. Traduzco esta parte y la que continúa:

“Desde mi más temprana juventud […] la curiosidad y el deseo de descubrir los misterios latentes de la naturaleza fue la pasión que arrastraba todas las demás emociones de mi mente. Este deseo ardiente primero me llevó a cultivar con éxito las diversas ramas del aprendizaje que conducen a las puertas de la sabiduría. Luego me dediqué al cultivo de la filosofía, y el esfuerzo con el que lo perseguí superó mis expectativas más optimistas. […] La filosofía natural se convirtió finalmente en la ciencia a la que dirigí todas mis anhelantes preguntas. Aquello me condujo a un laberinto de meditaciones”.

 

En el cap. III de Frankenstein podemos leer:

“A partir de este día, la filosofía natural y en especial la química, en el más amplio sentido de la palabra, se convirtieron en casi mi única ocupación. Leí con gran interés las obras que, llenas de sabiduría y erudición, habían escrito los investigadores modernos sobre esas materias. Asistí a las conferencias y cultivé la amistad de los hombres de ciencia de la universidad. […] Nadie salvo los que lo han experimentado, puede concebir lo fascinante de la ciencia. En otros terrenos, se puede avanzar hasta donde han llegado otros antes, y no pasar de ahí; pero en la investigación científica siempre hay materia por descubrir y de la cual asombrarse. Cualquier inteligencia normalmente dotada que se dedique con interés a una determinada área, llega sin duda a dominarla con cierta profundidad. También yo, que me afanaba por conseguir una meta, y a cuyo fin me dedicaba por completo, progresé con tal rapidez que tras dos años conseguí mejorar algunos instrumentos químicos, lo que me valió gran admiración y respeto en la universidad”. 

 

Incluso he encontrado una asombrosa coincidencia entre una de las frases más celebres de Frankenstein, la que encabeza el capítulo IV, justo antes del nacimiento de la Criatura, y otra en St. IrvyneAquella dice: “It was on a dreary night of November that I beheld the accomplishment of my toils” (“Una desapacible noche de noviembre contemplé el final de mis esfuerzos.”). En el capítulo VII de la historia de Ginotti, una obra muy anterior de Percy, puede leerse: “Cold and dreary was the night: November”.

 

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