Hubo
llaves, domingos frente al mar,
las
algas de la playa, casa de sus abuelos,
y
viajes y mochilas, bicicletas, ternura,
unos
poquitos muebles, tantas risas,
silencios
agradables, aeropuertos
y
puertos, vuestra gata, terrazas de verano,
cenas,
porros, vino, versos, despedidas
y
encuentros, besos de tango, abrazos
de
bolero, traslados, tuberías
que
siempre se averiaban, alquileres,
desahucios,
una moto, la gente que no daba
dos
duros por vosotros, tu bohemia, sus ganas
de
encontrarte cualquier trabajo estable,
su
arcoiris perenne en tu país tan negro,
amor
que ambos sabíais que era eterno.
Dónde
ha quedado todo, qué fue del maizal
que
ardía entre vosotros si os tocabais.
Sólo
pequeñas cosas te han quedado:
algunas
fotos buenas, otras malas,
este
poema que escribes para ella, trece cartas,
al
hilo del teléfono su voz de terciopelo,
el
ligero terror a meterte en la cama
y
estar solo ante el frío
de
su nombre quemado,
tratando
de entender por qué sigues cantando,
para
qué si la vida rompió la partituras,
si
se hizo la sorda y te apartó de ella.
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