[1] Día y noche iba por la ciudad buscando una mirada. Vivía nada más que para esa tarea, aunque intentara hacer otras cosas o fingiera que las hacía, sólo miraba, espiaba los ojos de la gente, las caras de los desconocidos, de los camareros de los bares y los dependientes de las tiendas, las caras y las miradas de los detenidos en las fichas. El inspector buscaba la mirada de alguien que había visto algo demasiado monstruoso para ser suavizado o desdibujado por el olvido, unos ojos en los que tenía que perdurar algún rasgo o alguna consecuencia del crimen, unas pupilas en las que pudiera descubrirse la culpa sin vacilación [...] Sería probablemente la mirada de un desconocido, pero el inspector estaba seguro de que la identificaría
[2] : Temía , confusamente, que lo llamaran del sanatorio. Temía, también , y al mismo tiempo, que fuesen a comunicarle un atentado, la muerte de algún compañero de la comisaría , pero al recobrar la conciencia también recordó que ya no estaba destinado en Bilbao, que le habían concedido el traslado unos meses antes, después de una espera tan larga, cuando tal vez ya era tarde, como siempre, o casi
[3] Un día el inspector vio su propia cara en el telediario, tomada de muy cerca, con su nombre y su cargo escritos en la parte baja de la pantalla, como si quedara alguna duda, y se irritó mucho y se alarmó más de lo que él mismo estaba dispuesto a reconocer [...] Se preguntó si alguna de esas imágenes las estaría viendo alguno de los que le enviaban anónimos cuando vivía en el norte. (30
[4] Alguien ha asesinado a una niña y quizás ve la noticia del crimen en la televisión [...] Alguien decide [asesinar al inspector], anota, llama por teléfono [...] Alguien se hace una foto de carnet de identidad con gafas y bigote postizo [...] Alguien llega al atardecer a una ciudad donde no ha estado nunca, pero de la que ya posee un plano muy detallado y varias guías turísticas.
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