PRIMER ACTO Escena I
Elsinor es una pequeña ciudad portuaria de ambiente medieval, a 40 km al norte de Copenhague. En ella se levanta el castillo de Kronborg, gran fortaleza mandada construir por el rey Federico II, entre 1574 y 1585. Está situado junto al estrecho de Oresund, que separa Dinamarca de Suecia. El castillo es uno de los mejores ejemplos de arquitectura renacentista del norte de Europa y está declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. No hay duda de que su fama debió llegar a los oídos de Shakespeare, quien lo escogió para situar en él su genial obra. Por este motivo, hoy día es una atracción turística. También merece ser mencionado el cercano castillo de Marienlist, en cuyo jardín se encuentra la tumba de Ofelia, la amada de Hamlet.
Respecto a la localización temporal, el autor no nos da ninguna fecha, pero no es difícil datarla, en primer lugar por los mismos años en que se levantó el castillo de Kronborg, luego tiene que localizarse en el siglo xvi. Pero para asegurarnos más, en la escena II de este mismo acto se alude a la Universidad de Wittenberg, en la que estudiaba Hamlet. Esta universidad se encuentra en Alemania y fue fundada en 1502 por Federico el Sabio, príncipe de Sajonia. Era un centro humanístico de gran prestigio en toda Europa, cuyo nombre iba unido al del reformador religioso Martín Lutero (1483-1546), por haber sido profesor allí, convirtiéndose en aquel tiempo en un importante foco de la ideología protestante. A este centro no solo asistió Hamlet, sino otro personaje literario famoso: el doctor Fausto de Christopher Marlowe. En el siglo xviii se convirtió en centro difusor de la Ilustración alemana.
Un fantasma aparece en las almenas del castillo. Su presencia era común en las tragedias de venganza. Este «presagia una mala tempestad sobre nuestro reino», según Horacio. ¿Dinamarca se encontraba en una situación crítica realmente en ese momento? Con su presencia, el fantasma crea en el auditorio el suspense ante la posibilidad de que ocurra algo malo. ¿Qué va a pasar? El país vivía entonces unos momentos de incertidumbre ante su futuro, pues el traspaso de poder de un rey muerto a otro siempre conlleva un temor que angustia al pueblo. De ahí que se compare la situación con la que vivió la antigua Roma poco antes de la muerte de César, hechos que Shakespeare conocía bien porque acababa de escribir su tragedia Julio César en 1599.
Por otro lado, una amenaza real parecía cernirse sobre el reino, pues se rumoreaba que la vecina y enemiga Noruega estaba preparándose para la guerra contra Dinamarca, a raíz de la muerte del rey Fortimbrás por el rey Hamlet y su correspondiente pérdida de tierras, las cuales quería recuperar su hijo no por la ley, sino por la fuerza.
No hay realidad histórica en estos datos puesto que Noruega formaba parte de Dinamarca en el siglo xvi. Dinamarca se había constituido como Estado a finales del siglo ix y su poderío llegó a ser tal que dominaba todo el Báltico. En 1381 Noruega fue incorporada a la corona danesa y en 1389 lo fue Suecia hasta 1448, año en que recobró su independencia con Gustavo Vasa, y solo Noruega quedo unida a Dinamarca hasta 1814. En la época en que se ambienta Hamlet reinaba en Dinamarca el rey Christian IV (1577-1648), un rey humanista con el que Dinamarca amplió su cultura. Sin embargo, las circunstancias que se estaban viviendo en Inglaterra en esos años sí eran críticas, y Shakespeare traspasa esa situación a su obra. Hamlet fue escrita en 1600, en los últimos años del reinado de Isabel I, tras más de cuarenta años de dirigir el país. Sin hijos que la heredasen, el único candidato legítimo al trono era James de Escocia, el hijo de su enemiga, la católica María Estuardo, a quien ella había mandado decapitar en 1587. James ya era rey de Escocia cuando heredó el trono de Inglaterra. Nosotros lo conocemos como Jacobo I Estuardo.
El fantasma va vestido con una armadura. La pesada armadura medieval de cota de malla fue sustituida en el siglo xiv por otra mucho más ligera, de origen italiano, que se componía de placas de acero cogidas entre sí por tuercas, ganchos y aldabillas, y se sujetaba al cuerpo con tiras de cuero y hebillas. El casco se convirtió en un elegante yelmo con plumero o penacho. En el siglo xvi la confección de la armadura llegó a ser tan primorosa que constituía una verdadera vestimenta de gala para el caballero. La armadura fue desapareciendo en el siglo xvii a medida que se generalizaba el uso de las armas de fuego y en el siglo xviii era solo objeto de recuerdo histórico.
ESCENA II. Pasamos al interior del castillo para conocer a los personajes principales, especialmente al protagonista Hamlet. Asistimos al primero de sus monólogos. En esta escena conocemos a Hamlet. De su aspecto físico solo se nos dice que viste de negro y que aparece con la cara llorosa. Mucho más tarde nos enteraremos de su edad, treinta años (en el Quinto acto, escena I). Su aspecto refleja su estado de ánimo, en el que destaca su enorme tristeza, su abatimiento, su desencanto y hastío ante su nueva y desgraciada situación: su padre, el rey Hamlet, ha muerto hace dos meses y su tío Claudio ha tomado el trono y se ha casado con su madre, la reina Gertrudis. Hamlet nos habla en su monólogo del amor a su valeroso padre, del odio hacia su tío, de su tremendo desengaño ante el reciente matrimonio de su madre, lo que él considera una traición hacia su padre y una debilidad de carácter: «Fragilidad, tienes nombre de mujer». De este convencimiento derivará su misoginia. Hamlet ve en todo ello una clara corrupción, pues ese nuevo matrimonio es incestuoso, dado que la esposa es la hermana política del marido y así lo veía también el público isabelino de la época. Por eso exclama: «¡Esto no está bien ni puede acabar bien!». Pero nadie es consciente de ello, de ahí la aparente normalidad y alegría de la corte, que celebra la nueva coronación y esponsales del rey. Esa sensación de perversión en las costumbres, Hamlet la extiende a todo el mundo: «En lo que podría ser un jardín, solo crece la podredumbre». A esta, él no es ajeno, sino que forma parte de ella, de ahí que considere su «carne demasiado manchada». Todo ello le va a llevar a pensar en el suicidio, que ya sabe se opone a la ley del Eterno. El suicidio se va a convertir en un leitmotiv o motivo central en la obra. Y la reflexión siempre será la misma: vivir en este mundo corrompido es doloroso, pero si uno comete suicidio para liberarse, se condena a las penas del infierno. Esta inclinación al suicidio, unido a su profunda tristeza, son síntomas de su supuesta enfermedad, la melancolía o depresión. Este estado es más acusado por cuanto Hamlet no puede manifestar lo que piensa, pues la relación con su madre y con su tío, aparentemente cariñosa, en el fondo es distante, fría y protocolaria, por eso concluye: «Pero que mi corazón se rompa, porque tiene que callar mi lengua».
Shakespeare concibe esta escena II en contraste con la anterior. • Escena I: Medianoche, exteriores, almenas del castillo, oscuridad, soledad, silencio, ambiente fantasmal, miedo. • Escena II: Hora indeterminada del día, interior del castillo, salón iluminado, los reyes rodeados de la corte, alegría por la reciente coronación del rey Claudio y por su boda.
Aparentemente nada ocurre fuera de lo ordinario. Pero en el fondo hay desequilibrio:
a) ¿Cómo es posible conjugar la pena por la reciente muerte del rey Hamlet con la felicidad de la coronación del nuevo monarca y de su matrimonio con la esposa del muerto?
b) La fortaleza del nuevo reinado sufre la amenaza del país vecino, Noruega, que prepara una guerra contra ellos. El único que parece darse cuenta de la situación es Hamlet y, por tanto, es el único que se porta con verdad, no con falsedad.
Shakespeare ha querido plantear esta escena así para dar al público una primera impresión desagradable de Claudio —hipócrita, deshonesto, egoísta—, y esta impresión se proyecta también sobre el país, como más tarde dirá el soldado Marcelo al final de la escena IV: «Algo huele a podrido en el reino de Dinamarca. ¡Que el Cielo lo remedie!». Frase que nos va a dejar bien intrigados, porque quiere decir que habrá de ser la Providencia la que arregle la situación o designe a quien hacerlo, pues desde luego no va a ser el rey, que está bien instalado en la podredumbre.
Ya conocemos a Horacio, uno de los personajes más importantes, aunque secundario, de la obra. De sus rasgos físicos no se nos dice nada. Es compañero de estudios de Hamlet y su amigo, por lo que suponemos que es de su misma edad: treinta años. Se nos ocurre preguntarnos lo siguiente: ¿no se es demasiado mayor a esa edad para ser estudiante en la universidad? Pero, por otra parte, si en vez de treinta tuviera, igual que pasa con Hamlet, dieciocho o veinte, ¿podría tener la profundidad psicológica que se tiene a los treinta? Tendremos que pensar que se trata de un despiste de Shakespeare, al que no le importaban estos detalles menores, porque creía que el público no se fijaba en ellos. Horacio encarna el ideal de vida del Renacimiento, tal como lo plasma Baltasar de Castiglione en El cortesano (1528). Al mismo tiempo es el ejemplo del intelectual humanista educado en Wittenberg: inteligente, culto, cortés, respetuoso, gran conversador, con buen humor y escéptico ante lo sobrenatural, pero sin llegar a ser un ciego racionalista. Cuando ve con sus propios ojos al fantasma, se sobrecoge de terror. Si hubiera sido un testigo supersticioso, la gente que asistía a la representación no se hubiera sorprendido tanto, pero así Shakespeare vuelve a dar otro toque de suspense a la obra, al venir el terror de un hombre temeroso, precavido —como se nos presenta en la escena IV de este acto— y, en síntesis, equilibrado. Donde mejor se le describe es en el Tercer acto, escena II, y lo hace Hamlet. No sabemos quién era su familia y, aunque no tiene riquezas, está claro que su ascendencia ha de ser de cierto abolengo. Es un hombre independiente, no adulador de los poderosos en una corte llena de oportunistas. Hamlet lo aprecia porque es íntegro, ecuánime ante la desgracia y la fortuna, justo y sabe dominar las pasiones. De esta fortaleza de espíritu y equilibrio mental carece el protagonista, por eso le admira y le quiere. Todas estas características coinciden con las que propugnaba el Estoicismo, escuela filosófica griega que triunfó tres siglos antes de nuestra era. Así mismo, son los rasgos que definen lo que el poeta latino Horacio (65-8 a. C.) definió en sus Odas como aurea mediocritas, o «dorada moderación», esto es, el individuo que sabe encontrar el punto medio entre los extremos del placer y el furor, la justa medida entre las emociones. Curiosamente, Shakespeare pone a su personaje el mismo nombre que al maestro clásico y no por casualidad. A lo largo de la obra veremos que Horacio es el acompañante, consejero y apoyo de Hamlet, como tantas parejas ha habido en la historia de la literatura, pensemos en Dante y Virgilio de la Divina Comedia, que sin duda Shakespeare conocía .
Horacio es, sobre todo, el fiel e incondicional amigo, hasta el punto de querer morir cuando pierde a su compañero y señor. Pero Hamlet no lo deja, porque tiene que ser su portavoz, el que dé la noticia veraz de todo lo que ha pasado. Solo así Hamlet morirá tranquilo.
Escena III Asistimos ahora a un cuadro familiar. Polonio y sus hijos Frente a la relación aparentemente cariñosa, pero falsa de la familia de Hamlet, especialmente por parte de Claudio, ahora sí estamos ante una verdadera familia, en la que el padre, Polonio, quiere y a la vez ejerce su autoridad sobre sus hijos, los cuales le demuestran respeto y obediencia. Vemos al cabeza de familia aconsejar a sus hijos y se nota una cercanía, una confianza y un cariño verdadero entre ellos. En cuanto a la madre de Hamlet, Gertrudis, estamos seguros de que quiere bien a su hijo, pero no tiene ninguna autoridad sobre él. Se trata de una mujer sumisa, dependiente del marido y que no tiene capacidad de decisión sobre el hijo. Como Laertes y Ofelia, Hamlet también es obediente, pues renuncia a volver a la universidad para complacer a su madre y a su tío. La diferencia entre sexos marca el comportamiento de cada uno de los hijos: mientras que a Laertes se le permite que viva fuera y lleve una vida algo disoluta, y Hamlet también estudia lejos de su hogar, Ofelia ha de permanecer en casa, bien vigilada por el padre, que debe velar por su honor. Es una mujer similar a Gertrudis, educada para estar sometida y ser protegida por el padre, marido o hermano. Los consejos que Polonio da a Laertes nos sirven para conocer la educación y normas de comportamiento de los jóvenes de la época. El primero, que se refiere a la prudencia: «sé comedido en lo que hablas, no digas todo lo que piensas […]. Presta oídos a todos, pero reserva tus opiniones y evita censurar a nadie». Es decir, no seas lenguaraz, no hables de más. Esto está en la línea de las palabras últimas del monólogo de Hamlet: «Pero que mi corazón se rompa, porque tiene que callar mi lengua». (Primer acto, escena II). Era el mejor lema para vivir en una corte en la que las intrigas y las traiciones eran lo habitual.
Se empieza a demorar el tema principal de la obra con otro secundario, pero no menos interesante: el amor entre Hamlet y Ofelia. ¿Qué actitud adoptan ante ello Laertes y Polonio? ¿Por qué? Polonio y Laertes recelan ante el amor que el príncipe Hamlet demuestra por Ofelia, ya que pertenecen a diferente estrato social y, por otro lado, él puede estar sujeto a un matrimonio de estado, común entre las casas reales de la época. Relacionado con este asunto, aparece otro de capital importancia en la sociedad del siglo xvi: el honor, que las mujeres debían guardar y los hombres de su familia, vigilar celosamente. Si se tiene en cuenta este código, se comprenden perfectamente los consejos y órdenes que le dan el padre y el hermano a Ofelia, y que se reducen a asumir la identificación entre amor, sexo y deshonra. De ahí que los hombres tuviesen tanto empeño en que sus mujeres se cuidasen bien de entregar su tesoro a los hombres, que eran vistos como conquistadores, donjuanes y burladores, que las abandonaban tras seducirlas. Hamlet sería uno más, de fogosas palabras y dudosas intenciones. En aquella época, la mujer deshonrada quedaba manchada para toda su vida y su única salida era el convento. Para el padre o el marido, la defensa del honor le obligaba a tener que lavar la ofensa y eso solo era posible con sangre, mediante un duelo. Así que un error de ese calibre acarreaba la desgracia para la familia. La mujer, por tanto, debía estar vigilante de su honra y a la vez vigilada para evitar su deshonra. Esto justifica la tajante orden de Polonio a su hija.
Escena IV Se plantea un tema que puede ser objeto de debate: ¿debe el rey dar buen ejemplo a su pueblo o dada su superioridad puede permitirse llevar una vida complaciente y derrochadora? La escena comienza con una crítica de Hamlet hacia las orgías que Claudio celebra en la corte. A pesar de que esa era la costumbre, a Hamlet no le gusta; pero se dejará llevar por ella y participará de la vida palaciega. En la época que nos ocupa, el deterioro y la degradación moral de las costumbres de las cortes europeas eran un hecho. De ahí que Marcelo exclame: «Algo huele a podrido en el reino de Dinamarca». Así, en la Inglaterra de los tiempos de Shakespeare, Jacobo I Estuardo se hizo impopular por su enfrentamiento con el Parlamento, dada su tendencia absolutista y sus exigencias para que este le concediese continuos subsidios para atender sus excesivos gastos. El 5 de noviembre de 1605 sufrió un atentado, el llamado Gunpowder Plot (Motín de la Pólvora), por parte de un grupo de católicos al mando de Guy Fawkes. El Parlamento, en el que el rey se encontraba, fue incendiado, pero él salió ileso porque el complot fue descubierto a tiempo. Por el contrario, Francia viviría bajo el absolutismo y los lujos más extremos durante el reinado de Luis XIV, el Rey Sol (de 1643 a 1715), cuya frase «El Estado soy yo» ha quedado en los anales de la historia. La diferencia entre una monarquía absoluta y una parlamentaria, como son la mayoría en nuestros días, es muy fácil de establecer, porque en la primera el rey ejerce una autoridad indiscutible, mientras que en una democracia, el rey se sujeta a las leyes que aprueba el Parlamento, siendo su jefatura del Estado solo representativa.
Si antes veíamos a Hamlet abatido, ahora presenta otra faceta de su carácter completamente opuesta, y esta dualidad será característica esencial de su personalidad. Nos referimos a su estado de exaltación o ansiedad, que él alterna con el de abatimiento. Esta dualidad es propia de la depresión, aquí se llama melancolía. Y esa es la enfermedad que padece Hamlet. Ese rasgo de exaltación, excitación o euforia se ve en la seguridad con que deja a sus compañeros, pese a sus consejos, y sigue al fantasma, aun sin saber qué clase de espíritu es y adónde le conducirá. Igualmente en el menosprecio que siente por su vida, en su agresividad y en la amenaza que dirige a los compañeros, que contrasta con su temor inmediatamente anterior. Ejemplo: «Sí, voy a ir. ¿Qué puedo temer? Mi vida vale menos que un alfiler […]. ¡Quitad las manos! […] Soltadme o convertiré en fantasma al que me sujete. ¡Por los Cielos, vamos!».
Escena V Los presagios funestos, los malos augurios y la presencia de fantasmas son elementos propios de la tragedia. Hamlet, al igual que sus compañeros, está aterrorizado ante la presencia del fantasma. Tiene el aspecto de su padre, pero él no está seguro de qué clase de ser es. Si en la tragedia clásica el fantasma era un simple elemento teatral, Shakespeare lo va a convertir en un objeto de discusión teológica. Así, si en la escena I se aludía más a creencias populares y supersticiones, tales como que los fantasmas son almas en pena que vagan por la tierra porque necesitan o quieren algo de los vivos, ahora el planteamiento es mucho más serio. En la escena anterior Hamlet se preguntaba sobre la ambigüedad de los espíritus sobrenaturales: ¿de dónde vienen, del cielo o del infierno?, ¿son espíritus benévolos o malignos?, ¿adónde pretende llevarlo, a la salvación o a la condenación? Esta incertidumbre ante el fantasma la aclara cuando se entera de quién es y qué quiere; ya sabe que es su padre y, por tanto, «un fantasma honrado». Al decirle el espectro de su padre cómo murió, promete vengarse, como era de esperar. Era un deber que el público de esta época entendía y Hamlet lo asume. La venganza entraba dentro de las tradiciones caballerescas representadas por el fantasma, que defiende el código del honor. Sin embargo, Hamlet ha sido educado en las nuevas enseñanzas del cortesano humanista y no encaja ya en ese mundo medieval. De ahí se deriva su conflicto: la duda, la inseguridad, la incertidumbre ante lo que debe hacer. Ha de cumplir una obligación moral a la que se opone su conciencia, porque en esa época la venganza está considerada un asesinato y es Dios el que ha de encargarse del castigo. He ahí, pues, el dilema en el que Hamlet se mueve. Por otra parte, el fantasma no quiere que su venganza incluya a su madre, «deja que el Cielo se ocupe de ella». ¿Por qué? No lo entiende. Por todo ello, la última reflexión del acto: «Los tiempos están desquiciados, ¡qué desgracia haber tenido que nacer yo para enderezarlos!». La tarea que se ha impuesto no es nada fácil, él no es un héroe y su enemigo es poderoso, astuto y sin escrúpulos. Así que va a adoptar la táctica de fingirse loco por razones de seguridad. Y así se lo comunica a Horacio y a sus compañeros, para que no se asombren si lo ven portarse como tal: «Quizá a partir de ahora me veáis actuar de manera insensata o demente; en tales momentos, no hagáis ningún comentario […]». Esta forma de actuar la conocía bien Shakespeare y sus contemporáneos a través del Elogio de la locura (1511) de Erasmo de Rotterdam. En él apunta que los necios son los únicos que dicen la verdad, por eso en las cortes se aceptaban con satisfacción y risas las bromas —no exentas de críticas— de los bufones, mientras que lo mismo dicho por un hombre cuerdo hubiera sido considerado una grave ofensa. Su disfraz de loco va a permitir a Hamlet dar rienda suelta a su tensión interior, que enmascara muchas veces con la ironía y el humor. Así engañará a algunos personajes, como a Polonio, pero no lo hará con su madre ni con su tío.
Respecto a los malos augurios que supone la aparición del fantasma (Primer acto, escena I), estos aparecen también en la última escena de la obra (Quinto acto, escena II). En ella, Hamlet siente una congoja, tiene un presentimiento, pero no está dispuesto a hacerle caso: «Desafiemos a los augurios». De manera que la obra se inicia con funestos presagios, que desencadenan toda la acción y se cierran con los mismos, que también provocan el desenlace. En este sentido, Shakespeare se muestra determinista, piensa que las estrellas, los hados o los augurios deciden el destino del hombre.
¿Cómo reacciona Hamlet tras escuchar la revelación del espectro de su padre? . Su actitud es de estupor y las veces que se levanta y se arrodilla denotan su nerviosismo y excitación. Esto se refleja en su discurso entrecortado y lleno de oraciones interrogativas y exclamativas, entre otros recursos. Estamos ante un buen ejemplo de soliloquio para analizar figuras retóricas. En él vemos:
• Sintagmas y Oraciones exclamativas: ¡Qué vergüenza! ¡Sí, por el Cielo! ¡Ah, la más perversa de las mujeres! ¡Eso eres tú, tío!
• Interrogativas retóricas: ¿Añado también el infierno? ¿Qué más?
• Vocativo: ¡Oh, huestes celestiales! ¡Eso eres tú, tío! ¿Recordarte, dices?
• Imprecación: ¡Ah, la más perversa de las mujeres! ¡Ah, villano sonriente e hipócrita!
• Metáfora: ¡Oh, huestes celestiales! ----Son los ejércitos de ángeles.
• Metonimia: Aguanta, corazón ----Se refiere a su cuerpo entero. Borraré de mi cabeza ---Por memoria. • Hipérbole: ¡Ah, la más perversa de las mujeres! ¡Qué vergüenza!
• Anáforas y Paralelismos en la construcción sintáctica: ¿Recordarte, dices? Sí, mientras la memoria tenga su asiento en mi frente. ¿Recordarte? Sí, borraré de mi cabeza todas las cosas triviales, lo que he estudiado en los libros, los sucesos del pasado y solo tu mandato vivirá en mi cerebro.
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