Caballeros 1

jueves, 23 de abril de 2020

Literatura Universal. semana del 20 al 24. 4ª jornada.

Si os parece vamos a utilizar la clase de hoy para volver a realizar la comparación entre la dos mujeres fatales que nos había quedado pendiente del miércoles.


Realizado por: Iván, Lucía, Marian y Nerea.

Después de comparar a los personajes de estos relatos, consideramos que tienen ciertas similitudes. Primero con un análisis sobre la personalidad de Zenia como de la desconocida de la anterior historia, son consideradas femme fatale, esto quiere decir que son unas mujeres que utilizan su sexualidad para conseguir lo que quieren, tachando a los hombres de villanos y victimizándolos. Sin embargo, hay alguna diferencia como es su sororidad entre mujeres, en el caso de Zenia, su grupo de amigas se ha apoyado y ayudado, como una hermandad; en la historia de la mujer desconocida, por el contrario las mujeres no tienen ningún contacto y no se ve muestra de sororidad. Otro tema muy interesante es el mundo oscuro de los depredadores, en el caso de Zenia con el sustantivo sangre, que nos recuerda a la muerte, a lo peligroso y, como no, con los colmillos, al mundo de los vampiros, cazadores natos, en cambio, con la mujer desconocida, se la presenta como una depredadora de hombres y una peligrosa asesina y cazadora.





Si ya habéis acabado, para descansar del teatro clásico, un pouquiño, para el fin de semana... os dejo un texto de Conejero.

Todas las noches de un día de Alberto Conejero.


«Mire estas plantas. ¿Qué están haciendo? Eso le parece. Que no hacen nada. Todo ese mundo vegetal que usted contempla tan tranquilo, tan resignado, está peleando, está peleando, está resistiendo, obstinado en una sola idea: liberarse de las raíces. Mírelas. Están prisioneras en la tierra, pero su espíritu lucha».



SILVIA ¿Dónde vas? Samuel, quise decírtelo aquella noche y no pude. Luego no me atreví, no me atreví. Aunque tú me hubieras entendido, Samuel. Tú sabes lo que puede llegar pesar un recuerdo dentro. Nunca me lo dijiste, no hizo falta. Llegaste aquí huyendo de algo. Como yo. Eso nos unió. Lo que nos empujaba sin saber dónde. Los dos sabemos lo que pesa un recuerdo. Por eso estoy aquí. Por eso sigo hablando. Por eso dentro de ti todas las palabras tienen mi voz. Tendría que habértelo dicho: por qué no pude estar contigo, por qué no pude estar con nadie. Aquel hombre, mi prometido, que me hablaba de ríos sin orillas y de pequeños jardines en las ciudades del sur: lo escogí porque se iba. Precisamente porque se iba, porque nunca estaríamos juntos, porque no tendría que amarlo. Un océano quizá bastaba para poder mentirme, para no tener que admitir que jamás podría amar a nadie. Eso lo entendí luego. Quise llenar mi cuerpo de recuerdos para ahogar uno solo, uno antes de llegar aquí, uno solo que me devoró. Qué me importaba en verdad que no volviese. Ya lo sabía. Ese hombre, mi prometido, nunca me quiso. Y yo a él tampoco. Pero me bastaba para estar entretenida. Sí, entretenida, a salvo de aquel recuerdo, de aquella noche cuando mi familia se rompió para siempre. Pero no ha servido. Las sombras pueden desdibujarse, pero no se van. Nunca se van del todo. Eres tú quien debe irse. Eso lo entendí después. No me dejaste explicarte, no me dejaste decirte quién era yo antes de venir aquí, lo que mi familia me / Por eso cuando él me dijo que se había casado, todo volvió a llenarse de oscuridad. Me quitó la mentira que me mantenía a salvo. Por eso lo hice, Samuel. Por eso empecé a irme con todos esos hombres. He llorado en sábanas de hoteles para intentar ahogarlo. He dejado que me escupieran en la boca para intentar olvidar esto que me araña por dentro. Precisamente con cualquiera. Nada que tuviera que ver con el amor. Nada que tuviera que ver con una familia. Nada que tuviera que ver con un abrazo. Y tú… No tengo la culpa. Pensé que te marcharías. Que decidirías salvarte. Pero seguías aquí, mirándome, hermoso, tan hermoso. Y tan ridículo. Yo lo intenté. Creo que eso lo sabes. Lo intenté. Quererte, poder quererte. Pero entonces una y otra vez, una y otra vez, me llenaba de esa oscuridad. Y debería haberte obligado a marcharte, haber dejado que tú al menos te salvaras. Pero siempre tuve la esperanza (qué ridículo, la esperanza, eso me decías) de que un día podría mirarte y estaríamos tú y yo solos, sin ninguna de esas sombras. Pero era imposible. El mundo se había roto mucho antes de llegar a este invernadero, aquella noche cuando / Hay cosas que no se pueden nombrar. El mundo se rompió y yo decidí quedarme aquí, con mi tío. Y luego contigo. Alcé la mano y dije: aquí terminan las horas, aquí terminan las palabras, aquí terminan todas las noches de un día. Yo soy la dueña de mis sombras. ¿Quién puede entender eso? Yo fui. Alcé la mano y dije: este jardín será mi casa. Levanté una alambrada y afuera dejé el tiempo. A veces, cuando sopla el viento, las púas arrancan jirones y quedan allí, arriba, sangrando: rotos de los meses, de las estaciones, de los cumpleaños, de los días en que la luz brillaba. (Apaga las luces del invernadero. Ella en el claroscuro.) ¿Por qué esperar, Samuel? Quiero hundir las manos y llenar mis heridas de la tierra limpia. Sola, de pie, con el vientre lleno de raíces, y los ojos abiertos a las constelaciones. ¿Por qué hay siempre que esperar? ¿Por qué una mujer no puede decidir cuándo irse? Pero debes ayudarme. Oscuro.



 dos son los personajes que aparecen en escena y sostienen la acción. Sin embargo, cada uno de ellos trae consigo muchos otros que lo acompañan en los momentos fundamentales de la trama: Silvia carga con los fantasmas de su padre, su prometido y su tío, pesadillas terribles y condena a muerte. Los hombres de la vida de Silvia, puestos en orden cronológico, son la perfecta gradación del amor in crescendo. Su padre, en una imperdonable muestra de crueldad, le destrozó la vida y eso marcó en adelante todas sus relaciones; su prometido, elegido expresamente para ello, le es infiel y la abandona finalmente; su tío le ofrece refugio en su casa y vela por ella, pero desde la distancia fría que imponen las viejas jerarquías familiares. No será hasta encontrar a Samuel cuando Silvia se sienta amada de verdad, y entonces ya es demasiado tarde. Por su parte, Samuel arrastra consigo a su madre, su padre y a la propia Silvia, voces y recuerdos de una vida frustrada que no consigue acallar: su madre siempre en contra de cada decisión tomada; su padre ausente quien, sin saberlo ni querer, lo modeló a su imagen y semejanza; Silvia, el amor no correspondido. Además, Samuel está amenazado en el presente de la acción por ese interlocutor in absentia que lo acompaña a lo largo de toda la obra y lo interroga: ¿un policía? Lo averiguamos a medida que avanza la trama y comprobamos que Samuel está inmerso en un interrogatorio que lleva a cabo este personaje, que no existe en su mundo, pero que lo ha invadido sin permiso. Este interlocutor que necesita saber qué ha pasado, tanto como el público, es fundamental en la obra, es el trasunto del lector/espectador en escena, y con él consigue que avance la historia. Como ya he adelantado, encontramos solo dos personajes en el dramatis personae; esto podría hacernos intuir una estructura dialógica sencilla en la que Silvia y Samuel intercambian sus papeles de emisor y receptor sucesivamente y de forma ordenadada. Sin embargo la situación comunicativa no es tan sencilla como podría esperarse. La mayor parte del diálogo no se atiene a ninguno de los tres tipos de buclage tradicionales. El interlocutor principal de Samuel no es Silvia, sino el agente de policía que lo interroga, personaje latente que primero se intuye y acaba por revelarse. Por su parte, Silvia se dirige continuamente a Samuel, pero este no se da nunca por aludido: lo que en un principio parece un diálogo digno del teatro de la incomunicación y la inefabilidad de Harold Pinter o del absurdo hispanoamericano – Griselda Gambaro, José Triana–, se resuelve con la evidencia de que ambos personajes no se encuentran en el mismo plano y jamás podrán volver a mantener otra de esas tantas conversaciones que ambos recrean para sí mismos en escena. «El mundo se había roto mucho antes de llegar a este invernadero, aquella noche cuando/ Hay cosas que no se pueden nombrar. El mundo se rompió y yo decidí quedarme aquí, con mi tío. Y luego contigo. Alcé la mano y dije: aquí terminan las horas, aquí terminan las palabras, aquí terminan todas las noches de un día. Yo soy la dueña de mis fantasmas. ¿Quién puede entender eso?»
 Hay dos grandes sucesos en las vidas respectivas de los personajes que hacen que su mundo se rompa, como dice Silvia en la cita anterior. Los mundos de Silvia y Samuel se rompen a la vez que su capacidad de amar, cuando se mezcla el amor con la violencia o la muerte. Silvia muere dos veces en la historia: la primera vez cuando su padre le rompe el corazón y el alma marcando su vida para siempre con la peor de las consumaciones del incesto; la segunda vez, es la muerte dulce y deseada, fruto del profundo amor que siente Samuel hacia ella, del acto valiente de un enamorado que consigue que se reconcilie, en el último aliento, con todos los pedazos de sí misma quedando por fin y para siempre unida. «Yo fui. Alcé la mano y dije: este jardín será mi casa. Levanté una alambrada y afuera dejé el tiempo. A veces, cuando sopla el viento, las púas arrancan girones y quedan allí, arriba, sangrando: rotos de los meses, de las estaciones, de los cumpleaños, de los días en que la luz brillaba. […] ¿Por qué esperar, Samuel? Quiero hundir las manos y llenar mis heridas de la tierra limpia. Sola, de pie, con el vientre lleno de raíces, y los ojos abiertos a las constelaciones. ¿Por qué hay siempre que esperar? ¿Por qué una mujer no puede decidir cuándo irse?»
El mundo de Samuel se rompe con la muerte. Con la muerte de su padre desaparece todo lo que él es, porque si él es jardinero, si él va a trabajar a casa de Silvia, si él se encierra para siempre en ese invernadero, es porque lo aprendió de su padre. Tras la muerte del padre, Samuel acaba recluido para siempre en el espacio del invernadero, el jardín cerrado, cárcel y paraíso del personaje. Con la muerte de Silvia Samuel queda, además de roto en mil pedazos, condenado a una cárcel y una penitencia reales, opuestas por completo a la reclusión y estoicismo mártir al que él mismo se condenó al comenzar a trabajar con esas plantas.
      Texto de Sara González.

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