Caballeros 1

miércoles, 13 de febrero de 2019

San Valentín

Otra.
En San Valentín me regaló dos tetas, que sostienen impertérritas la mirada a la odiosa ley de la gravedad. Por mi cumpleaños llegaron unos pómulos, lisos y esteparios. Encontré una melena de muñeca muerta al pie del árbol de las últimas navidades.Son tus extensiones de pelo natural, querida, cuestan un riñón, me dijo. Salen juntos, beben y se divierten, él y ella. Yo me echo mucho de menos.
      Patricia Esteban Erlés.



 Alguien abre una puerta
y recibe el amor
en carne viva.
Alguien dormido a ciegas,
a sordas, a sabiendas,
encuentra entre su sueño,
centelleante,
un signo rastreado en vano
en la vigilia.
Entre desconocidas calles iba,
bajo cielos de luz inesperada.
Miró, vio el mar
y tuvo a quién mostrarlo.
Esperábamos algo:
y bajó la alegría,
como una escala prevenida.

        Ida Vitale.












Adán
Esta nueva criatura de pelo largo se entromete bastante. Siempre está merodeando y me sigue a todas partes. Eso no me gusta; no estoy habituado a la compañía. Preferiría que se quedara con los otros animales. Hoy está nublado, hay viento del este; creo que tendremos lluvia… ¿Tendremos? ¿Nosotros? ¿De dónde saqué esa palabra…? Ahora lo recuerdo: la usa la nueva criatura.
Eva
Toda la semana lo seguí y traté de entablar relaciones con él. Yo soy la que tuvo que hablar, porque él es tímido, pero no me importa. Parecía complacido de tenerme alrededor, y usé el sociable “nosotros” varias veces, porque él parecía halagado de verse incluido.
     Mark Twain ; Diarios de Adán y Eva
Anónimo: India (modificado)


Angustiada, la discípula acudió a su instructora espiritual y le preguntó:
-¿Cómo puedo liberarme, Maestra?
La instructora contestó:
-Amiga mía, ¿y quién te ata?
RETRATO.
Conozco a una muchacha generosa y valiente, siempre resuelta a sacrificarse, a perderlo todo, aun la vida, y luego a recapacitar, a recuperar parte de lo que dio con amplitud, a exaltar su ejemplo, a reprochar la flaqueza del prójimo, a cobrar hasta el último centavo.

Bioy Casares.


   


El libro de álgebra deseó convertirse en novela.
Quiso cambiar sus problemas por amor.
Nadie le advirtió sobre las incógnitas que le esperaban.

  Eileen Rada.




Él era obsesivo compulsivo, pero jamás con ella.
   Carolina Zapata.



Y ambos llegaron puntuales a la cita sin darse cuenta de que aún no se conocían.

Gustavo A. Ruíz Carrillo



Él le pidió la prueba de amor.

Ella lo dejó libre.

Livia Hernández.



Insistía en que eran las burbujas del prosecco, pero las mariposas solo aparecían cuando era él quien abría la botella.

   Alba Codutti.

FILTRO DE AMOR
PARA HACERSE QUERER, machacar en un mortero de plomo diez ojos de murciélago y una cabeza de mamba fresca hasta reducirlas a una pasta. Incorporar lentamente quince dientes de ajo crudo y disolver en bencina. Cuando la persona amada beba este filtro le crecerá de inmediato el labio superior hasta colgar por debajo de la barbilla, sus ojos perderán color, adquiriendo un aspecto protuberante, la nariz se le achatará a la manera de los cerdos, la columna vertebral, combada, formará una joroba, las articulaciones de las manos le quedarán rígidas y deformes, se le ennegrecerán los dientes y se enamorará perdidamente de usted.

   Ana María Shua.


La mujer de Capodistria.




Todos mis ancestros terminaron mal de la cabeza. También mi padre, que además fue un gran mujeriego. Ya viejo mandó a fabricar en caucho a la mujer perfecta, tamaño natural, que se podía llenar con agua caliente en las noches de invierno. La llamó Sabina, en honor a su madre.
Él era un apasionado de los trasatlánticos y por dos años vivió en uno, viajando ida y vuelta a Nueva York, con Sabina y su mayordomo Kelly. Todos los días fueron vistos entrar al comedor, con la elegante Sabina en el centro, como una hermosa borracha. La noche en que murió le dijo a Kelly: “Envía un telegrama a Demetrius y dile que Sabina murió en mis brazos y sin dolor”. Fueron enterrados juntos en las afueras de Nápoles.
   Lawrence Durrell
  La mujer gato.
Aquella mujer tenía unos ojos verdes, como los de los gatos, y eran tan iguales a los de los gatos, que hasta fosforescían en la oscuridad.
¡Qué cómodo resultaba amarla!
Porque gracias a las felinas propiedades de sus ojos, en la noche uno veía la hora del reloj, sin tener que encender la luz. Y para leer un libro en los momentos de insomnio, tampoco hacía falta encender la luz. Bastaba con decirle a ella:
—Flérida, hija, haz el favor de enfocarme los ojos al libro, que voy a leer un ratito.
En fin, era una mujer ideal. Lo malo estaba en que, a causa de su espíritu gatuno, le encantaba echarse en la tarima del brasero, y adoraba el pescado, y daba unos arañazos terribles.
Y aun esto podía perdonársele.
Lo que ya no se le podía perdonar era el que en las noches de enero se levantase de madrugada y se subiese al tejado a dar paseítos bajo la luna.
  Enrique Jardiel Poncela.

  La mujer ideal no existe.

Sancho Panza repitió, palabra por palabra, la descripción que el difunto don Quijote le había hecho de Dulcinea.

Verde de envidia, Dulcinea masculló:

-Conozco a todas las mujeres del Toboso. Y le puede asegurar que no hay ninguna que se parezca ni remotamente a esa que usted dice.
   Marco Denivi.
(Fragmento de la novela Fractura)
Siempre he pensado que la gente se ríe como es. Que podemos fingir una mirada, impostar la voz, controlar nuestros movimientos. Pero es muy difícil reírse de otra manera. Conozco risas igual de nerviosas que sus dueños. Risas de boca cerrada, que ocultan más de lo que muestran. Risas estridentes, desesperadas por llamar la atención. Algunas extrañamente largas, que no quieren terminar, como si estuvieran huyendo del dolor. Otras que van subiendo poco a poco, porque necesitan entrar en confianza. Otras que resuenan una vez, cortan el aire y se cierran con rapidez de navaja. Otras roncas por haber vivido mucho. Ninguna de estas risas se parecía a la suya.
   Neuman.




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