Caballeros 1

martes, 3 de abril de 2018

María Teresa León.


Sobrina de María Goyri. Junto a ella y a su esposo, Ramón Menéndez Pidal, surgió la incipiente vocación literaria de Teresa y una actitud diferente a la que ostentaban las jóvenes de su clase y edad. Se casó apenas con 17 años y se divorció casi una década después con dos hijos.
 Durante La Guerra Civil  dirigió las famosas «Guerrillas de Teatro del Ejército del Centro», con Santiago Ontañón, Jesús García Leoz, Emilia Ardany, Juana Cáceres, etc., con el objeto de aportar diversión y entretenimiento a quienes luchaban desde el frente y la retaguardia y colaboró con la Junta de la Defensa del Patrimonio evacuando cuadros de El Escorial, del Museo del Prado y los que se hallaban en las diversas instituciones de la provincia de Toledo, etc. Gracias a esta última intervención rescató obras de pintores como Velázquez, Goya, Zurbarán, Tiziano, Greco, etc.
   Su paso por el exilio fue igual de comprometido. En 1977 regresó a España. Su salud iba en detrimento de forma muy acelerada, ya que de perder la memoria pasó a perder el habla y, tras esta, la vida en 1988.
 En Memoria de la melancolía, donde sin dejar de repetir «hombres y mujeres», rememoró desde la senectud escenas de guerra, valoró los cambios a favor de la mujer introducidos durante la Segunda República, etc., como vemos en el siguiente fragmento, donde recordaba cómo las norteamericanas a las que les contó lo sucedido en Asturias en 1934 mientras les pedía ayuda, se sorprendieron ante el gran cambio que la española había obtenido y, sobre todo, al verla pronunciando conferencias para solicitar apoyo para sus compatriotas:
¿La situación de España es así? ¿Mataron a tantos mineros? ¿Luego España ya no es ni democrática ni libre? No, allí se ha impuesto la represión de una burguesía asustada. Escuchaban las mujeres. ¿Nos han dicho que en España la mujer no participa en la vida pública? ¿Por qué esta habla tanto? Despertamos, señora. Es un despertar doloroso. A veces siento que me duelen los labios. Las palabras arden. Es triste tener que usar la libertad para denunciar la no libertad. No me miren así, amigas liberadas de América. Soy nada más que una joven española contando lo que de grave y de violento ha ocurrido en un país lejano .
         Teresa León.

  En su cuento «El Mayoral de Bezares», Inés, su protagonista, tras un encuentro amoroso adolescente con el hijo del mayoral, vio cómo la promesa de matrimonio de su amado Manuel se desvaneció al ser enviado a una escuela militar. Ella permaneció en un pueblo cercano, confinada en un convento, soportando durante años las críticas del entorno acerca de su falta de virtud y sufriendo silenciosamente ante la imposibilidad de encontrar esposo. Casi una década después de su noche de amor, Manuel regresó a la villa. Durante días se trataron de forma distante, hasta que una noche ella decidió acercarse a sus aposentos para hablar acerca de lo sucedido. Al verla, Manuel creyó que seguía siendo la chiquilla de siempre, que podría recuperar los besos que pensaba que le habían esperado. Pero ella había cambiado y la actitud sumisa que él esperaba se convirtió en una sarta de reproches:
 — Mira, Manuel, es mejor que yo hable y que tú escuches. Has venido a buscarme; soy, debo ser, tu mujer. Tú eres el único hombre que puede ser mi marido. Los hombres me quieren, pero no para casarse, sino para su diversión; para ellos no sirvo de mujer porque me fui contigo una noche —las mejillas de Inesilla tremaban de pudores— y hasta hoy no has vuelto a cumplir tu promesa —Manuel sonrió—, pero no te inquietes; yo solo quería que volvieses para que todas las picovíboras del pueblo supieran que la Inesilla no estaba sola, como una mala mujer, que tú no me habías olvidado porque despreciabas a la hija del tío Félix, el usurero, porque tú eras el Mayoral de Bezares. Y ahora ya estoy contenta; nadie sabe que he estado contigo; esta noche vine a callandas, para no alarmarles. Con el alba, la Inesilla se marcha a su convento y te deja devolviéndote todas las hieles que le has hecho tragar 
— Inés, Inesilla... —le rogó Manuel. Y, contrariamente a lo que le sucedió a la tarde, le pareció golosa la flor campera. — Y yo soy la que te desprecio, porque ahora que estás cansado de correrla, te acuerdas de que la Inesilla vive en la punta serrana esperando, esperando... Y cuando los brazos del Mayoral se extendieron hacia ella, las manos humildes, recias y cortas, cruzaron la cara del osado
La campesina rompió con su rol, dado que lo más usual hubiera sido que se abalanzara sobre los brazos de Manuel y que le rogara que cumpliera su promesa de matrimonio. Era lo que socialmente más le convenía por dos razones: ya no era considerada una joven honesta, por lo que le resultaba difícil encontrar marido; y, sobre todo, porque se trataba del mayoral del pueblo, un hombre de gran poder adquisitivo y mejor estatus social. Por tanto, a través de este cuento, con el desamor como trasfondo, se ponen de relieve los problemas a los que se enfrenta una mujer cuando hay diferencias de clases, especialmente si la suya es la de menor rango. Nos encontramos ante la prototípica historia en la que, por intereses propios, los familiares del más acaudalado —casi siempre el hombre— separan a la pareja. En estas circunstancias, la historia amorosa suele acabar en el olvido, pero aquí los amantes se reencuentran, no para concluir con el final feliz esperado, sino para que la mujer se revele ante quien vivió sin reproches durante años, contra quien continuó con su existencia sin ser rebajado socialmente por haber disfrutado de unas horas de amor, otro tema de gran relevancia en el relato y que afecta únicamente al sexo femenino.

En el cuento «Liberación de octubre», construido con el trasfondo histórico de la revolución minera asturiana de 1934, el tema esencial es la búsqueda de la libertad, tanto para los amotinados como para la protagonista. Aquí se describe el deseo de Rosa de romper con las cadenas que la ataban a la rutina del hogar. Por ello, ante la indecisión de su marido sobre la posibilidad de unirse a la muchedumbre, le empuja para sumarse ambos al motín de los trabajadores:
— ¿Comprendes? Si toman el poder, no está bien que nosotros nos quedemos sin nada. Los más jóvenes marchaban, sin vacilar, a la muerte. Él, Ramón el electricista, no acertaba a seguirlos
— Creo que debo ir. Si Ramón no comprendía y la tibieza de su casa le volvía blando, si estaba aguardando que Rosa se interpusiese entre él y los fusiles, si le acariciaba la cabeza y se sentía atado a su pelo y a sus ojos pasivos y obedientes, Rosa comprendía muy bien. Rosa se precipitó en la revolución. Adivinaba que libertad quiere decir liberarse de la angustia del jornal miserable de la espera de la muerte con los brazos cruzados, día a día: el padre, de la azada; la madre, de los largos partos de las vecinas de su pueblo. Rosa adivinó que el hombre sentía miedo, notó que pretendía recatarse en ella y por ella el gran silencio de la noche de octubre, deberle la vida. Ramón aguardaba una palabra para poder librarse de aquellos muchachos decididos que repetían a media voz consignas como jaculatorias al final de sus párrafos. Esperaba que Rosa lo hiciera nacer con un grito de sus entrañas sordas. Pero la mujer ni contestó. Ya no volvería a esperarle ni se miraría al espejo haciendo visajes, ni oiría el ruido de los cuchillos, ni el agua última perdiéndose desangrada en la tierra… Alcanzó al camarada que llevaba uno de los fusiles. 
— Dame uno. Los revolucionarios no comprenden lo insólito. — Ten 

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