Caballeros 1

lunes, 2 de enero de 2017

Garcilaso.

Leer. Égloga I: http://cvc.cervantes.es/actcult/garcilaso/versos/eglogaprimera01.htm

SONETO XXXVIII
 

   Estoy contino en lágrimas bañado,
rompiendo siempre el aire con sospiros,
y más me duele el no osar deciros
que he llegado por vos a tal estado;
   que viéndome do estoy y en lo que he andado
por el camino estrecho de seguiros,
si me quiero tornar para hüiros,
desmayo, viendo atrás lo que he dejado;

   y si quiero subir a la alta cumbre,
a cada paso espántanme en la vía
ejemplos tristes de los que han caído;

   sobre todo, me falta ya la lumbre
de la esperanza, con que andar solía
por la oscura región de vuestro olvido.

 
Garcilaso en New York
A Mr. A. Huntington
¿Cuándo vino de España aquella carabela que trajo, con esta pequeña joya de libro, seco y manchado hoy, la carga infinita de belleza? Aquí, bajo este árbol preñado de verdura, Garcilaso —que ¿desde cuándo? estaba sentado esperándome— está conmigo, es decir, en mí, mirando con mis propios ojos, en el cielo aún, la primavera nueva, que parece luz levantada con el cristal de su libro, o dilatada imagen de su mirar que vio a abril en Toledo. Sí. En ningún libro, en cuadro alguno, en ninguna insinuación de aquí hay una frescura, un verdor, una suavidad, un rumor, una trasparencia más igual a la de esta primavera que en estos once versos de Garcilaso, que yo digo en voz alta…
—... Leyéndolos yo, cada verso, doncella o doncel desnudos, con toda la hermosura tierna de abril, ha dejado, corriendo al mar por cada calle, verdes, inesperadas y alegres las once avenidas de New York…
—¡Sí! ¡Yo he sido! ¡Yo he sido! ¡Yo he sido!
Pero los policías sonríen.
(Texto tomado de: Diario de un poeta recién casado [1916
Égloga... o convertido en agua, aquí llorando, podréis allá
despacio consolarme.
Garcilaso.
   Un claro caballero de rocío,
un pastor, un guerrero de relente,
eterno es bajo el Tajo; bajo el río
de bronce decidido y transparente.
   Como un trozo de puro escalofrío
resplandece su cuello, fluye y yace,
y un cernido sudor sobre su frente
le hace corona y tornasol le hace.
   El tiempo ni lo ofende ni lo ultraja,
el agua lo preserva del gusano,
lo defiende del polvo, y lo amortaja
y lo alhaja de arena grano a grano.
   Un silencio de aliento toledano
lo cubre y lo corteja,
y sólo va un silencio a su persona
y en el silencio sólo hay una abeja.
   Sobre su cuerpo el agua se emociona
y bate su cencerro circulante
lleno de hondas gargantas doloridas.
   Hay en su sangre fértil y distante
un enjambre de heridas:
diez de soldado y las demás de amante.
   Dulce y varón, parece desarmado
un dormido martillo de diamante,
su corazón un pez maravillado
y su cabeza rota
una granada de oro apedreado
con un dulce cerebro en cada gota.
   Una efusiva y amorosa cota
de mujeres de vidrio avaricioso,
sobre el alrededor de su cintura
con un cedazo gris de nada pura
garbilla el agua, selecciona y tañe,
para que no se enturbie ni se empañe
tan diáfano reposo
con ninguna porción de especie oscura.
El coro de sus manos merodea
en torno al caballero de hermosura
sin un dolor ni un arma,
y él de sus bocas de humedad rodea
su boca que aún parece que se alarma.
   En vano quiere el fuego hacer ceniza
tus descansadamente fríos huesos
que ha vuelto el agua juncos militares.
Se riza ilastimable y se desriza
el corazón aquel donde los besos
tantas lástimas fueron y pesares.
   Diáfano y querencioso caballero,
me siento atravesado del cuchillo
de tu dolor, y si lo considero
fue tu dolor tan grande y tan sencillo.
   Antes de que la voz se me concluya,
pido a mi lengua el alma de la tuya
para descarriar entre las hojas
este dolor de recomida grama
que llevo, estas congojas
de puñal a mi silla y a mi cama.
   Me ofende el tiempo, no me da la vida
al paladar ni un breve refrigerio
de afectuosa miel bien concedida,
y hasta el amor me sabe a cementerio.
   Me quiero distraer de tanta herida.
Me da cada mañana
con decisión más firme
la desolada gana
de cantar, de llorar y de morirme.
   Me quiero despedir de tanta pena,
cultivar los barbechos del olvido
y si no hacerme polvo, hacerme arena:
de mi cuerpo y su estruendo,
de mis ojos al fin desentendido,
sesteando, olvidando, sonriendo,
lejos del sentimiento y del sentido.
   A la orilla leal del leal Tajo
viene la primavera en este día
a cumplir su trabajo
de primavera afable, pero fría.
   Abunda en galanía
y en párpados de nata
el madruguero almendro que comprende
tan susceptible flor que un soplo mata
y una mirada ofende.
Nace la lana en paz y con cautela
sobre el paciente cuello del ganado,
hace la rosa su quehacer y vuela
y el lirio nace serio y desganado.
   Nada de cuanto miro y considero
mi desaliento anima,
si tú no eres, claro caballero.
Como un loco acendrado te persigo:
me cansa el sol, el viento me lastima
y quiero ahogarme por vivir contigo.
 
(Texto tomado de: Antología poética de Miguel Hernández 
Vana interrogación la del que llega
al Danubio a deshora y busca
la memorable isla donde
otro exilio más cruel que el del oprobio
purgara Garcilaso.
                              Allí las aguas
con un manso ruido, en derredor
ni sola una pisada, fingen
aceros entre sordas
escaramuzas de la nieve y una rama
de marchito laurel navega
imperceptible hacia ningún destino,
mientras la noche es cárcel
y duro campo de batalla el lecho.
La seducción que la memoria adeuda
a una lectura justa
en tiempos de desorden, torna
a recobrar su apego
frente a esta orilla de arrasadas
églogas donde,
preso, forzado y solo,
el poeta a la vida imputara
la recompensa hostil de su heroísmo.
Mas la isla no es ya
sino un rastro ilusorio en medio
del furtivo Danubio. Cómplice
de sí misma y antes de tiempo dada
a los agudos filos de la muerte,
sólo el agua discurre
diversa entre contrarios y atestigua
que otro nuevo destierro reservó
la erosión de la historia
al refugio infeliz del desterrado.
(Texto tomado de: 1970. José Manuel Caballero Bonald, Selección natural)

 
Garcilaso 1991
Mi alma os ha cortado a su medida,
dice ahora el poema,
con palabras que fueron escritas en un tiempo
de amores cortesanos.
Y en esta habitación del siglo XX,
muy a finales ya,
preparando la clase de mañana,
regresan las palabras sin rumor de caballos,
sin vestidos de corte,
sin palacios.
Junto a Bagdad herido por el fuego,
mi alma te ha cortado a tu medida.
Todo cesa de pronto y te imagino
en la ciudad, tu coche, tus vaqueros,
la ley de tus edades,
y tengo miedo de quererte en falso,
porque no sé vivir sino en la apuesta,
abrasado por llamas que arden sin quemarnos
y que son realidad,
aunque los ojos miren la distancia
en los televisores.
A través de los siglos,
saltando por encima de todas las catástrofes,
por encima de títulos y fechas,
las palabras retornan al mundo de los seres vivos,
preguntan por su casa.
Ya sé que no es eterna la poesía,
pero sabe cambiar junto a nosotros,
aparecer vestida con vaqueros,
apoyarse en el hombre que se inventa un amor
y que sufre de amor
cuando está solo.
(Texto tomado de: Habitaciones separadas, 1993. Luis García Montero, Casi cien poemas. Antología 1980-1985
Homenaje
Ni mirto ni laurel. Fatal extiende
su frontera insaciable el vasto muro
por la tiniebla fúnebre. En lo oscuro,
todo vibrante, un claro son asciende.
Cálida voz extinta, sin la pluma
que opacamente blanca la vestía,
ráfagas de su antigua melodía
levanta arrebatada entre la bruma.
Es un rumor celándose suave;
tras una gloria triste, quiere, anhela.
Con su acento armonioso se desvela
ese silencio sólido tan grave.
El tiempo, duramente acumulando
olvido hacia el cantor, no lo aniquila;
siempre joven su voz, late y oscila,
al mundo de los hombres va cantando.
Mas el vuelo mortal tan dulce ¿adónde
perdidamente huyó? Deshecho brío,
el mármol absoluto en un sombrío
reposo melancólico lo esconde.
Qué paz estéril, solitaria, llena
aquel vivir pasado, en lontananza,
aunque, trabajo bello, con pujanza
aún surta esa perenne, humana vena.
Toda nítida aquí, vivaz perdura
en un son que es ahora transparente.
Pero un eco, tan solo; ya no siente
quien le infundió tan lúcida hermosura.
(Texto tomado de: Égloga, elegía, oda (1927-1928). Antología poética.

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