Caballeros 1

lunes, 10 de octubre de 2016

12 de octubre.



Vinieron.. Ellos tenían la Biblia y nosotros la tierra.___Y nos dijeron: "Cerrar los ojos y rezar"___ Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros la Biblia. (Cita del pueblo mapuche)

 

 


Dice Eduardo Galeano:

"En 1492, los nativos descubrieron que eran indios,
descubrieron que vivían en América,
descubrieron que estaban desnudos,...

descubrieron que existía el pecado,
descubrieron que debían obediencia a un rey y a una reina de otro mundo y a un dios de otro cielo,
y que ese dios había inventado la culpa y el vestido
y había mandado que fuera quemado vivo quien adorara al sol y a la luna y a la tierra y a la lluvia que la moja"."



La América precolombina


Se desconoce gran parte de la historia indígena de América antes de la conquista porque ésta se conservaba principalmente en la memoria colectiva, y era transmitida oralmente. Lo que se ha podido reconstruir de la historia de pueblos como los guaraníes de la Argentina y Paraguay, los mapuches de Chile, o los potiguares y tupíes del Brasil es muy poco porque el choque de la conquista destruyó su historia. Los textos que permiten reconstruir el pasado de civilizaciones más avanzadas se reducen a los códices de escritura pictográfica que sobrevivieron la destrucción generalizada de este tipo de material por los españoles—como el Códice Florentino--, a historias indígenas escritas después de la conquista por autores mestizos, y a las crónicas redactadas por los conquistadores y clérigos españoles.
 

El Caribe


Las Antillas del Mar Caribe fueron el escenario del primer contacto entre españoles e indígenas en el Nuevo Mundo. Las Antillas Mayores (Cuba, Jamaica, La Española y Puerto Rico) estaban habitadas por indígenas llamados taínos. Las islas de las Antillas Menores estaban pobladas por tribus que los conquistadores llamaron “caribes”. Ambos grupos eran tribus araguas (arawaks) que habían llegado a las islas en oleadas sucesivas desde Sudamérica. Los caribes adquirieron fama entre los conquistadores de ser muy violentos, de donde surgió el mito de los “caníbales”, salvajes que comían carne humana. Estos grupos prácticamente desaparecieron poco después de la llegada de los españoles. Sin embargo, hay palabras de su vocabulario que pasaron a la lengua española, entre ellas ‘hamaca’, ‘huracán’, ‘barbacoa’, ‘bohío’ y ‘guayaba’ y ‘cacique’.
 










Los mayas

Entre las civilizaciones que los españoles encontraron en el “Nuevo Mundo” destacan tres: los mayas, los aztecas y los incas.
Los mayas llegaron a constituir un imperio importante alrededor del siglo X d.C., cuando tenían su capital en la ciudad de Chichén Itzá y controlaban gran parte de la península de Yucatán. El declive de su imperio ocurrió de manera rápida, y existen diversas teorías sobre su causa. Se conservan dos textos principales de la cultura maya: el Popol-Vuh, un compendio de leyendas escrito en español después de la conquista, y otro de documentos culturales, el Libro de Chilam Balam.



 

Los aztecas

El imperio azteca creció sobre las ruinas de civilizaciones anteriores en el valle central del actual México. En el momento de su apogeo (que coincide con la llegada de los españoles), el imperio abarcaba un vasto territorio que se extendía desde el sur de los Estados Unidos hasta Guatemala. Los aztecas asimilaron la cultura y la religión de los toltecas, una civilización antigua que había dejado su huella trescientos años antes en el valle de México. Los toltecas a su vez asimilaron rasgos culturales y religiosos de los teotihuacanos, cuyo centro ceremonial más significativo se encontraba en Teotihuacán, al norte de lo que es hoy la ciudad de México. El mito de fundación azteca propone que los dioses ordenaron a los mexicas fundar su capital en un lugar donde vieran un águila comiendo una serpiente sobre un nopal (un tipo de cactus). La escena ocurrió, según el mito, en una isla en medio del lago Texcoco, donde los aztecas establecieron la capital de su imperio, Tenochtitlán (la escena es el escudo oficial del México moderno, y se reproduce en su bandera). La ciudad de Tenochtitlán fue fundada en 1325 por los mexicas, quienes se consideraban herederos del dios Quetzalcóatl. El nombre “azteca” es de factura posterior a la conquista, y alude a Aztlán, la tierra mítica original de este pueblo de México, a quienes debería llamarse en propiedad “mexicas” o “tenochcas”. De su lengua, el náhuatl, se han incorporado algunos vocablos al español: ‘chocolate’, ‘maíz’, ‘coyote’, tomate’ y  ‘comal’, entre otros.
En el siglo XV los aztecas expandieron su influencia hasta los límites geográficos ya mencionados, impulsados por una súbita explosión demográfica, una clase alta militarizada, y la naturaleza guerrera del culto azteca al dios Huitzilopochtli. Esta deidad solar guerrera requería alimentarse con la esencia de la vida, que se encontraba solamente en la sangre humana. Los aztecas creían que el universo se sustentaba con el sacrificio humano. La guerra y el tributo de seres humanos impuesto a los pueblos conquistados eran maneras de obtener prisioneros para sacrificar a su dios. Los españoles luego justificarían la conquista de la nación azteca debido a la naturaleza “salvaje” de los indígenas, ejemplificada principalmente en la práctica del sacrificio humano.

Los incas

El imperio de los incas, llamado el Tawantinsuyo, se asentaba en las regiones andinas del Perú. La civilización incaica superó a la azteca en su extensión geográfica y organización política. En el siglo XV la influencia incaica se extendió hacia el norte por toda la costa hasta Ecuador, y hasta el Río Maile, en Chile, al sur. El poder incaico residía en el Cuzco, una ciudad en las alturas de los Andes.
Los incas habían habitado esa región desde el siglo XIII, pero empezaron a aumentar su poder en el siglo XV, cuando los cuzqueños se apoderaron de los pueblos cercanos y pusieron en marcha un proyecto de expansión bajo el liderazgo de Túpac Yupanqui. La organización política del territorio incaico se realizó bajo el ayllu (tribu) de Sapa Inca, la familia de Tupac Yupanqui, y se basaba en un sistema de alianzas entre los pueblos autóctonos y el poder central incaico. Los pueblos aliados a los incas eran obligados a pagar tributos al gobierno central, lo que provocaba resentimientos locales que mantuvieron al imperio en un permanente estado de inestabilidad. Al igual que en el caso de los aztecas, la aplicación del nombre “inca” a toda la población es un error histórico, pues este nombre se refería exclusivamente a la alta nobleza del Tawantinsuyo.
El poder del monarca incaico se debía a su descendencia directa del rey sol, Manco Cápac. Para mantener la pureza de la sangre, la sucesión al poder tenía que seguir las reglas de los ayllus que formaban la base dinástica de la sociedad incaica. Sin embargo, en esta sociedad poligámica la sucesión del poder a menudo se convirtió en una competencia entre los varios hijos del rey. La disputa dinástica entre Atahualpa y su medio hermano Huáscar, hijos del rey Huayna Cápac, fue clave en la desintegración política del imperio inca frente a la amenaza española. Justo antes de llegar éstos, Atahualpa había asesinado a Huáscar en el contexto de una guerra civil entre los partidarios de ambos.
Las ruinas de Cuzco, la ciudad ceremonial de Machu Picchu y las líneas de Nazca todavía permanecen como testimonios de esta civilización andina.
 

 
La exploración y colonización españolas del Nuevo Mundo no solamente trastornaron las ideas geográficas europeas, sino que crearon un nuevo papel imperial para la España de comienzos del siglo XVI. Durante esta época de pleno renacimiento europeo, el descubrimiento de nuevas tierras parecía ofrecer el escenario para la realización de las grandes aspiraciones humanas del momento. Algunos esperaban encontrar en el Nuevo Mundo lo que no era posible en el Viejo: riquezas ilimitadas a la disposición del hombre más decidido y emprendedor, pero también la posibilidad de ensayar nuevas configuraciones sociales fuera de los rígidos estamentos sociales de Europa. No es casualidad que la Utopía (1516) de Tomás Moro sea descrita por su autor como una isla en las Américas, ni que surja muy pronto el arquetipo del buen salvaje americano—un ser que vivía en armonía con la naturaleza y con su sociedad—o que se emprenda la búsqueda de seres mitológicos como las sirenas, las amazonas o El Dorado en el Nuevo Mundo.
Estos ideales chocaron violentamente con la realidad brutal de la aniquilación de los indígenas americanos por los abusos a los que eran sometidos y las nuevas enfermedades ante las cuales no tenían defensas. El primer grito en defensa de los indígenas lo había dado en 1511 en La Española el fraile dominico Antonio de Montesinos, quien en un sermón para los días de la Navidad había preguntado a sus feligreses “¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel servidumbre a aquestos indios? ¿Estos no son hombres? ¿No tienen almas racionales?” El debate implícito en las acusaciones de Montesinos tuvo su punto culminante en una disputa formal que sostuvieron en 1550 en Valladolid Fray Bartolomé de las Casas, el gran defensor de los indígenas, y el filósofo Juan Ginés de Sepúlveda. Las Casas argumentaba que los indígenas eran hombres que poseían alma y derechos garantizados por la ley natural y por su calidad de vasallos de la corona. Por su parte, Sepúlveda alegaba que eran “homúnculos”, esclavos naturales incapaces de distinguir entre el bien y el mal que necesitaban tutela adulta. El derecho internacional moderno tiene sus orígenes en las discusiones que surgieron a causa de la extensión de la hegemonía española a los nuevos súbditos y territorios. El teólogo español Francisco de Vitoria fue una figura muy destacada en estos asuntos.

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