Caballeros 1

viernes, 13 de junio de 2014

Sobre Maligna y las malas contemporaneas.Artículo de Pere Parramon

"Yo soy rebelde / porque el mundo me ha hecho así / porque nadie me ha tratado con amor..." Exacto, Jeanette y "Soy rebelde" (1971), pero podría cantarlo Angelina Jolie en su papel de Maléfica, porque el guion de su de su última película está, punto por punto, en la letra de la canción. Maléfica (2014), dirigida por Robert Stromberg -en lugar de Tim Burton, por cierto-, recupera la historia de La bella durmiente (Clyde Geronimi, 1959), pero desde el punto de vista de la mala. Así, ni es un remake -una actualización de la historia original-, ni una precuela -una ampliación con elementos previos-, sino un reboot -un nuevo comienzo- en toda regla que pone patas arriba todo lo sabido desde los Cuentos de mamá ganso (Charles Perrault, 1697).
Al margen de lo odiosas que son las comparaciones, la gran diferencia entre las dos Maléficas no estriba en que una sea de dibujos animados y la otra de carne y prótesis, sino en los dos tipos de relato que representan. La bruja que conocíamos resultaba aterradora por ser malísima sin motivaciones aparentes o sólidas. Era un personaje plano, una metáfora de la perversidad absoluta y absurda, una abstracción simbólica típica de la tradición oral y los cuentos de hadas. Sin embargo, la nueva Maléfica pertenece a la literatura moderna, tan interesada en la subjetividad y que desde el siglo XIX hurga en las intimidades para explicarlo todo, desde los crímenes a los castigos. En consecuencia, vueltas de tortilla recientes donde malvadas antagonistas se hacen protagonistas y buenas a fuerza de justificarse, como la hechicera Morgana en la saga literaria Las nieblas de Avalón (Marion Zimmer Bradley, 1983), la bruja Elphaba del musical Wicked (Stephen Schwartz, 2003) y, por supuesto, la estrella de Maléfica.
Para completar la majestad tortuosa y melancólica de Maléfica el romántico tema musical que Sammy Fain elaboró en 1959 a partir del ballet de Tchaikovsky (1889) se convierte en el sensual Once Upon A Dream de 2014. No es Jeanette, pero es Lana Del Rey en un himno a la ominosa profundidad del bosque. Y es que el cuento se ensombrece, pero no en plan macabro -Blancanieves, la verdadera historia (Michael Cohn, 1997)- o freudiano -Caperucita Roja ¿A quién tienes miedo? (Catherine Hardwicke, 2011)-, que el producto sigue siendo un Disney para todos los públicos.

La Maléfica de Jolie no es oscura por mala, sino por ambigua y por extraña. En primer lugar está su ambigüedad feérica, difícil de ubicar en esquemas morales convencionales. En su niñez es un ser mágico huérfano al que, pese a sus acciones benéficas, llaman con un nombre que sugiere "ligeramente" lo contrario: ¡Maléfica! Serán las paradojas del reino de la magia, que desafían la lógica. Y luego está su ambivalencia: es capaz tanto de maldecir con toda la mala uva del averno como de convertirse en el hada madrina que protege a distancia -casi sin ser vista, a la manera de la conmovedora doncella elfo Nellas observando al joven Túrin en Los hijos de Húrin de J. R. R. Tolkien (editado en 2007) o como sucede en tantas leyendas sobre niños perdidos-.
Otro elemento que contribuye a hacer más sombría a Maléfica es su aspecto extraño, de guapa rara y sofisticada hasta el delirio. "Sólo las brujas malas son feas", aseguraba la meliflua Bruja del Norte en El mago de Oz (Victor Fleming, 1939), una teoría reaccionaria y trasnochada que, además de poner verde de rabia a alguna, se ve contradicha por un sinnúmero de pérfidas damas, desde la vanidosa oficial de Blancanieves hasta la mismísima Maléfica. Emperatrices del astracán y de los roperos imposibles, todas ellas ostentan una belleza antinatural, desafiante e hiperbólica -a menudo de drag queen diabólica- que las distancia de sus odiadas princesitas, niñatas de cara lavada y frescura lechuguil. Maléfica, como tantas en el club de las divinas de la muerte, defiende lo de "antes muerta -o reducida a charco humeante- que sencilla".
Ahora bien, más sorpresas del mundo de las hadas, el artificio de todas estas brujas cornudas y emplumadas en realidad remite a lo que parece negar: la naturaleza. Pero no esa bucólica y amable de los pajarillos y los colores pastel, sino la de las fuerzas primigenias, peligrosas, hermosas -tal y como dice Maléfica refiriéndose a los leñosos guerreros de sus ciénagas, "una belleza clásica"- y eminentemente femeninas.
Por eso el poder antiguo y femenil de Maléfica se visibiliza en evocadores tonos de la naturaleza -verde bosque, arce, almez, luciérnaga, fluorita, helecho, encina, escarabajo, musgo, esmeralda- e incluso asociados a la magia misma, como en Excalibur (John Boorman, 1981), donde resplandores verdosos acompañaban a lo sobrenatural. Maléfica, como fuerza de la tierra, entronca -nunca mejor dicho, por lo arbóreo de la palabra- con las doncellas verdes de antiguos cantos, la glaistig anglosajona, las ondinas de las fuentes, las náyades de los ríos... Y con todas las beldades de rarísimos ojos verdes, esos que Bécquer ensalzó en verso y en prosa, esos que comparten diosas -Atenea la de los ojos glaucos-, mujeres de belleza icónica -desde ídolos del cine como Virginia Mayo hasta la niña afgana de Steve McCurry-, y tantos personajes idealizados de la literatura -Melibea en La Celestina (Fernando de Rojas, 1499) o Beatriz Portinari para Dante- y que se ensalzan en coplas como aquella de León, Quiroga y Valverde (1937) que Conchita Piquer podría haber dedicado a Maléfica.
Por inédita y por turbia -en su comportamiento, en su extraña belleza, en el verdor de su poder mujeril-, la Maléfica de Jolie, por mucho que la reconviertan en la Lady Gaga de las hadas, es toda una bruja piruja. Sí, "piruja", una "mujer joven, libre y desenvuelta" según la Real Academia de la Lengua. Una persona fuerte, desatada y que toma sus propias decisiones. Capaz de volar con alas propias, constituye un desafío cornudo para los machos que, viendo sus espadas empequeñecidas, intentarán impedirle que vuele. He ahí el resumen y lo mejor de Maléfica, su sorprendente giro en clave femenina, especialmente en ese final que aquí no vamos a revelar. Y colorín colorado...

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