Caballeros 1

martes, 20 de mayo de 2014

Las figuras femeninas en el de Zorrilla.

La Inés del Tenorio nace con elementos de dos mujeres del Burlador de Sevilla, así de la duquesa Isabela toma su belleza angelical, y de doña Ana de Ulloa el padre y su condición de prometida de don Juan. Es una joven de diecisiete años, bella e inocente, asociada simbólicamente al cordero, la garza, la paloma y el lirio. Educada en el convento desde la niñez, sin voluntad propia, son las fuerzas que actúan a su alrededor (don Juan, don Gonzalo y Brígida) quienes marcan su destino.

El propio Zorrilla en Recuerdos del tiempo viejo dice de Doña Inés que es una Eva antes de pecar, una flor y un emblema de amor casto:

Mi doña Inés cristiana [...] mi doña Inés [...] hija de Eva antes de salir del Paraíso, mi doña Inés, flor y emblema del amor casto [que] viste hábito y lleva al pecho la cruz de una Orden de Caballería [5].

Su padre nos indica que es (I parte, acto I, escena VII):

D. Gonzalo: una hija sencilla y pura (v. 217)

Brígida nos dice (I parte, acto II, escena IX):

Brígida: irá como una cordera
tras vos [...]
Pobre garza enjaulada,
dentro de la jaula nacida, [...]
No cuenta la pobrecilla
diez y siete primaveras,
y aún virgen a las primeras
impresiones del amor,
nunca concibió la dicha
fuera de su pobre estancia,
tratada desde su infancia
con cauteloso rigor.
Y tantos años monótonos
de soledad y convento [...]
que era el claustro su destino
y el altar era su fin. [...]
Y pensó: “No hay más allá”.
Y sin otras ilusiones
que sus sueños infantiles [...]

Don Juan: ¿Y está hermosa?

Brígida: ¡Oh! como un ángel. (vv. 413- 447)
Tenemos igualmente la descripción que de ella hace don Juan cuando la seduce en su quinta (parte I, acto IV, escena III):
Don Juan: ángel de amor [...]
paloma [...]
gacela [...]
estrella [...]
hermosa [...]
bellísima Inés [...]
Luz [...]
bellísima doña Inés [...]
Inés bella [...]
(vv. 261-382)
La abadesa de doña Inés habla de su bondad e inocencia (parte I, acto III, escena I):
Abadesa: Sois joven, cándida y buena;
vivido en el claustro habéis
casi desde que nacisteis; [...]
que no conociendo el mundo [...]
mansa paloma, [...]
lirio gentil [...] (vv. 4-37)
Incluso difunta y esculpida su belleza es proverbial (parte II, acto I, escena II):
Escultor: La muerte tan piadosa
con su cándida hermosura,
que la envió con frescura
y las tintas de la rosa. [...]
Don Juan: ¡Ah! Mal la muerte podría
deshacer [...]
el semblante soberano
que un ángel envidiaría.
¡Cuán bella [...] (vv. 212-220)
Doña Inés es la destinataria de una carta que don Juan escribe en la hostería de Buttarelli, para la entrega cuenta con la complicidad de Brígida, su dueña, (parte I, acto I y escena I):
Don Juan: Este pliego
irá, dentro del Horario
en que reza doña Inés,
a sus manos a parar. (vv. 39-42)
Aunque Inés leerá la misiva después (parte I, acto III, escena III), Brígida dice a don Juan que Inés ya la ha leído (parte I, acto II, escena IX):
Brígida: Leyendo estará ahora en él
doña Inés. (vv. 409-410)
La novicia está prometida con don Juan, como lo estuvo Ana de Ulloa (parte I, acto I, escena VI):
D. Gonzalo: a ser cierta
la apuesta, primero muerta
que esposa suya la quiero. [...]
Enlace es de gran ventaja,
más no quiero que Tenorio
del velo del desposorio
la recorte una mortaja. (vv. 179-190)
La novicia es la única carencia de don Juan en su lista de conquistas (parte I, acto I, escena XII):
Don Luis: Sólo una os falta en justicia.
Don Juan: ¿Me la podéis señalar?
Don Luis: Sí, por cierto; una novicia
que esté para profesar. (vv. 667-670)
Don Gonzalo de Ulloa y don Diego Tenorio rompen el compromiso de doña Inés con don Juan, pero éste piensa usarla para ganar la apuesta (parte I, acto I, escena XII):
D. Gonzalo: Vuestro buen padre don Diego,
porque pleitos acomoda,
os apalabró una boda
que iba a celebrarse luego [...]
Y adiós, don Juan; mas desde hoy
no penséis en doña Inés.
Porque antes que consentir
en que se case con vos,
el sepulcro, ¡juro a Dios!,
por mi mano le he de abrir. [...]
Don Juan: Y pues hay tiempo, advertir
os quiero a mi vez a vos,
que o me la dais, o ¡por Dios,
que a quitárosla he de ir! [...]
sólo una mujer con ésta
me falta para mi apuesta;
ved, pues, que apostada va. [...]
Don Diego: Comendador, nulo sea
lo hablado.
D. Gonzalo: Ya lo es por mí; (vv. 716-785)
Doña Inés y Ana de Pantoja no son mujeres, sino objetos que se apuestan (parte I, acto I, escena XIII):
Don Juan: van doña Ana y doña Inés
en apuesta. (vv. 805-806)
Brígida enamora a doña Inés, por medio de la palabra, para don Juan, así se convierte en una doble de Celestina que no tenía precedente en el Burlador (parte I, acto II, escena IX):
Don Juan: Y la has dicho...
Brígida: Figuraos
si habré metido mal caos
en su cabeza, don Juan.
La hablé del amor, del mundo,
de la corte y los placeres,
de cuánto con las mujeres
erais pródigo y galán.
La dije que erais el hombre
por su padre destinado
para suyo; os he pintado
muerto por ella de amor,
desesperado por ella
y por ella perseguido,
y por ella decidido
a perder vida y honor.
En fin, mis dulces palabras,
al posarse en sus oídos,
sus deseos mal dormidos
arrastraron de sí en pos;
y allá dentro de su pecho
han inflamado una llama
de fuerza tal, que ya os ama
y no piensa más que en vos (vv. 447-470)
La abadesa notifica a Inés que es voluntad de su padre que se quede en el convento, pero algo ha cambiado en la novicia (parte I, acto III, escenas I y II):
Doña Inés: No sé que tengo, ¡ay de mí!,
que en tumultuoso tropel
mil encontradas ideas
me combaten a la vez [...]
Y no sé por qué al decirme
que podría acontecer
que se acelerase el día
de mi profesión, temblé;
y sentí del corazón
acelerarse el vaivén,
y teñírseme el semblante
de amarilla palidez (vv. 77-102)
Doña Inés es víctima de Brígida y de don Juan (parte I, acto III, escena III):
Brígida: Ya presa en la red está [...]
Doña Inés: El campo de mi mente
siento que cruzan perdidas
mil sombras desconocidas, [...]
Brígida: ¿Tiene alguna, por ventura,
el semblante de don Juan?
Doña Inés: No sé; desde que le vi [...]
y su nombre
me dijiste, tengo a ese hombre
siempre delante de mí.
Por doquiera me distraigo
con su agradable recuerdo,
y si un instante le pierdo,
en su recuerdo recaigo.
No se que fascinación
en mis sentidos ejerce,
que siempre hacia él se me tuerce
la mente y el corazón;
y aquí y en el oratorio,
y en todas partes, advierto
que el pensamiento divierto
con la imagen de Tenorio.
(vv. 166-198)
Si en el Burlador era Ana de Ulloa la que escribía una carta dirigida al marqués de la Mota, en el Tenorio es doña Inés de Ulloa quien la recibe. En ella, el experimentado conquistador hace creer a la novicia que la ama desde el día de su compromiso, y que ese tierno amor que era una chispa se ha convertido en hoguera con el tiempo y en volcán después de anularse la boda, y que está dispuesto a acudir y rescatarla del convento si ella lo llama. Doña Inés experimenta con la lectura los efectos del amor para el que la ha preparado Brígida, e inocente piensa que sus sensaciones son producto de algo maléfico, demoníaco, obra de brujería, e incluso que don Juan es un espíritu, una sombra que podrá entrar en el convento con su sola voluntad (parte I, acto III, escena III y IV):
Doña Inés: Brígida, no sé que siento [...]
Yo desfallezco. [...]
¿Qué es lo que me pasa, ¡cielo!,
que me estoy viendo morir?
Brígida: (Ya tragó todo el anzuelo) [...]
Doña Inés: ¡Ay! ¿Qué filtro envenenado
me dan en este papel,
que el corazón desgarrado
me estoy sintiendo con él?
¿Qué sentimientos dormidos
son los que revela en mí;
qué impulsos jamás sentidos,
qué luz, que hasta hoy nunca vi?
¿Qué es lo que engendra en mi alma
tan nuevo y profundo afán?
¿Quién roba la dulce calma
de mi corazón? [...]
sólo su sombra he de ver? [...]
Me estremezco. [...]
Brígida: De ese don Juan que amáis tanto,
porque puede aparecer. [...]
Doña Inés: ¿Es un espíritu, pues? (vv. 225-319) [...]
¿Sueño... deliro? [...]
¿Es realidad lo que miro,
o es una fascinación...?
Tenedme, apenas respiro...
Sombra... ¡huye por compasión! (vv. 339-344)
Doña Inés, a consecuencia de la sugestión que ha creado Brígida, se desmaya, es secuestrada por Tenorio y trasladada a su quinta en las afueras de Sevilla. Cuando la joven despierta, la dueña, con su habilidad de alcahueta, le dice que don Juan la ha salvado de un incendio en el convento. Inés, a pesar de su inocencia, conoce que no es sitio para ella, comprende ya la pérdida cierta de su honor y que la dueña tiene parte en el asunto, incluida la magia antes mencionada (parte I, acto IV, escena II):
Doña Inés: Me estás confundiendo,
Brígida... y no sé qué redes
son las que entre estas paredes
temo que me estás tendiendo. [...]
mas tengo honor; [...]
que la casa de don Juan
no es buen sitio para mí; [..]
me ha envenenado
el corazón [...]
Tú me diste un papel
de manos de ese hombre escrito,
y algún encanto maldito
me diste encerrado en él. [..]
Tú, Brígida, a todas horas
me venías de él a hablar,[...]
y me has jurado
en su nombre que me amaba. (vv. 173-208)
Doña Inés mantiene una lucha entre el amor y el deber (parte I, acto IV, escena II y III):
Doña Inés: ¿Qué le amo, dices?... Pues bien;
si esto es amar, sí, le amo;
pero yo sé que me infamo
con esa pasión también.
Y si el débil corazón
se ve va tras de don Juan,
tirándome de él están
mi honor y mi obligación (vv. 209-216) [...]
que no podré resistir
mucho tiempo sin morir
tan nunca sentido afán. [...]
oyéndoos me parece
que mi cerebro enloquece
y se arde mi corazón. (vv. 316-322)
Inés cree amar a don Juan por arte de magia, de hechicería (parte I, acto IV, escena III):
Doña Inés ¡Ah! Me habéis dado a beber
un filtro infernal sin duda,
que a rendiros os ayuda
la virtud de la mujer.
Tal vez poseéis, don Juan,
un misterioso amuleto,
que a vos me atrase en secreto
como irresistible imán.
Tal vez Satán puso en vos
su vista fascinadora,
su palabra seductora,
y el amor que negó a Dios. (vv. 323-330)
Doña Inés ya no tiene voluntad propia y se entrega a Tenorio (parte I, acto IV, escena III):
Doña Inés: ¿Y qué he de hacer, ¡ay de mí!,
sino caer en vuestros brazos [...]
No, don Juan, en poder mío
resistirte no está ya. (vv. 335-340)
En estas apasionadas escenas, Inés se convierte en criatura corporal alejada ya de la Virgen María [6], aunque su amor no se consuma, pues los amantes son interrumpidos por don Gonzalo de Ulloa y don Luis Mejía. Don Juan asesina a ambos y huye perseguido por la justicia, abandonando en la quinta a doña Inés y a la dueña (parte I, acto IV, escena X y XI).
Cuando vuelve Tenorio a Sevilla, al cabo de cinco años, regresa al hogar paterno y encuentra allí levantado en el lugar que ocupó el palacio de don Diego Tenorio un panteón dedicado a sus víctimas, entre las que se encuentran su padre, el comendador, don Luis Mejía y doña Inés. Sabemos ahora que la novicia murió de pena (parte II, acto I, escena II):
Don Juan: ¿También murió?
Escultor: Dicen que de sentimiento
cuando de nuevo al convento
abandonada volvió
por don Juan. (vv. 204-207)
La virtuosa doña Inés está en el purgatorio esperando a don Juan, que decidirá para ambos el cielo o el infierno. De nuevo la acción se le escapa y sigue estando en manos de terceros, ahora depende de él la elección y ella, como siempre, debe seguir esperando, siendo una intermediaria entre Dios y don Juan (parte II, acto I, escena IV):
Sombra: mi espíritu, don Juan,
te aguardó en mi sepultura. [...]
mas tengo mi purgatorio
en ese mármol mortuorio [...]
Yo a Dios mi alma ofrecí
en precio de tu alma impura,
y Dios, al ver la ternura
con que te amaba mi afán,
me dijo: “Espera a don Juan
en tu misma sepultura.
Y pues quieres ser tan fiel
a un amor de Satanás,
con don Juan te salvarás
o te perderás con él.
Por él vela: mas si cruel
te desprecia tu ternura,
y en su torpeza y locura
sigue con bárbaro afán,
llévese tu alma don Juan
de tu misma sepultura”. [...]
si piensas bien,
a tu lado me tendrás;
mas si obras mal, causarás
nuestra eterna desventura.
Y medita con cordura
que es esta noche, don Juan,
el espacio que nos dan
para buscar sepultura. [...]
de tu dormida conciencia
la voz que va a alzarse escucha,
porque es de importancia mucha [...]
la elección de aquel momento [...]
al mal o al bien ha de abrirnos
la losa del monumento. (vv. 342-393)
Doña Inés vuelve a advertir a don Juan, ya en su casa, después de la visita del comendador, y antes de que sus amigos despierten del sueño inducido por el espíritu, del camino que debe seguir. Así Inés es una guía de salvación (parte II, acto II, escena IV):
Sombra: Medita
lo que al buen comendador
has oído, y ten valor
para acudir a su cita.
Un punto se necesita
para morir con ventura:
elige con cordura,
porque mañana, don Juan,
nuestros cuerpos dormirán
en la misma sepultura. (vv. 265-274)
Vuelta el alma de don Juan al panteón familiar, elige bien y tiende la mano al cielo clamando piedad, en este momento se desvela el único papel que tiene doña Inés en la acción, pues su amor y su alma pura consiguen la salvación de don Juan Tenorio, arrancándolo de la venganza del comendador y de los espectros que querían llevarlo a los infiernos (parte II, acto III, escena III):
Doña Inés: mi mano asegura
esta mano que a la altura
tendió tu contrito afán,
y Dios perdona a don Juan
al pie de mi sepultura.[...]
Fantasmas, desvaneceos:
Su fe nos salva [...]
la voluntad de Dios es;
de mi alma con la amargura
purifiqué su alma impura,
y Dios concedió a mi afán
la salvación de don Juan
al pie de la sepultura [...]
Yo mi alma he dado por ti,
y Dios te otorga por mí
tu dudosa salvación. (vv. 171-190)
En la escena final, don Juan cae a los pies de doña Inés y sus almas ascienden al cielo rodeados de flores y de ángeles (parte II, acto III, escena IV).

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