En La Diana de Jorge de Montemayor;
–“Graciosa pastora, soy yo tan vuestra que como tal me
atreví a hacer lo que hice. Suplícoos que no os escandalicéis, porque en
viendo vuestro hermoso rostro no tuve más poder en mí”. Yo entonces muy
contenta me llegué más a ella y le dije medio riendo: - “¿Cómo puede ser,
pastora, que siendo vos tan hermosa os enamoréis de otra que tanto le falta
para serlo, y más siendo mujer como vos?”. –“¡Ay pastora!”, respondió ella,
“que el amor que menos veces se acaba es éste, y el que más consienten
pasar los hados, sin que las vueltas de Fortuna ni las mudanzas del tiempo les
vayan a la mano”.
No nos dejemos conducir por nuestra visión contemporanea es el
amor en versión neoplatónica busca la trascendencia de la belleza del cuerpo,
resplandor y eco de la belleza sublime, inherente a la divinidad, siempre que
los amantes asciendan desde la mera apariencia física a un estadio más
elevado, que representaría el cenit espiritual. De ahí la distinción, común en
las teorías de corte neoplatónico y en buena parte de la filografía renacentista,
que Montemayor establece entre el amor honesto frente al deshonesto, inferior
por su apego a la materia.
En la literatura de María de Zayas
- Señora mía: yo sé que te merezco y mereceré toda la merced que me
hicieres, como lo conocerás con el tiempo; porque te aseguro que desde el
punto que vi tu hermosura, estoy tan enamorada (poco digo: tan perdida), que
maldigo mi mala suerte en no haberme hecho hombre.
- Y a serlo –dijo Laurela-, ¿qué hiciera?
- Amarte y servirte hasta merecerte, como lo haré mientras viviere; que el
poder del amor también se extiende de mujer a mujer, como de galán a dama.
Dióles a todo gran risa oir a Estefanía decir esto, dando un lastimoso suspiro,
juzgando que se había enamorado de Laurela
- Cierto Estefanía, que si fueras, como eres mujer, hombre, que dichosa se
pudiera llamar la que tú amaras.
- Y aun así como así –dijo Estefanía-, pues para amar, supuesto que el alma
es toda una en varón y en la hembra, no se me da más ser hombre que mujer;
que las almas no son hombres ni mujeres, y el verdadero amor en el alma
está, que no en el cuerpo; y el que amare el cuerpo con el cuerpo, no puede
decir que es amor, sino apetito, y de esto nace arrepentirse en poseyendo;
porque como no estaba el amor en el alma, el cuerpo, como mortal, se cansa
siempre de un manjar, y el alma, como espíritu, no se puede enfastiar de nada.
- Sí; mas es amor sin provecho amar una mujer a otra- dijo una de las criadas.
- Ése –dijo Estefanía- es el verdadero amor, pues amar sin premio es mayor
fineza
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