Caballeros 1

lunes, 30 de abril de 2012

La Serrana de La Vega.

Vélez escribió la obra para la actriz Jusepa Vaca, que aparecía en escena montada a caballo, vestida de hombre y tirando repetidamente de espada, mata a varios varones y derriba a un toro. El entusiasmo de Vélez por esta actriz, con su talle de hombre y de provocativa belleza, falsea algo la obra para ella pensada Una mujer que goza de una gran libertad, que rompe con todos los límites y que se convierte en una "heroína" de su tiempo.
Gila (La Serrana) es una mujer diferente a los modelos de su época. Rompe los límites morales y sociales establecidos para la mujer y lleva sus pasiones –y acciones- hasta las últimas consecuencias: primitiva y moderna a la vez, no da por hecho la superioridad masculina en ningún terreno, ni siquiera en el de la fuerza física.
Échele un vistazo al texto siguiente.
Exigido por los papeles que representaba, el disfraz varonil fue sin duda uno de los atractivos más importantes de las representaciones teatrales tanto en las piezas breves, en las que provocaba la hilaridad del auditorio, como en las comedias en las que comportaba una fuerte dosis de erotismo, especialmente ante el público masculino. El otro atractivo que ejercía la mujer vestida de hombre en el escenario era el que indudablemente operaba sobre las mujeres de la cazuela. La mujer que en la comedia se disfrazaba de hombre para alcanzar sus objetivos, representaba para el público femenino de la cazuela su alter ego con el que se identificaba, ya que realizaba, en la ficción teatral, aquellas “otras” posibilidades de vida que en la realidad de facto les eran negadas a las mujeres.[7] Por este mismo motivo muchas de las dramaturgas de la época, de cuyas obras tenemos constancia, al escribir obras teatrales prefirieron las comedias al drama serio porque, según Ferrer Valls, “la comedia, por sus características genéricas, les permitía situar en el centro de la acción personajes femeninos en situaciones más permisivas que el drama” y dentro de algunas de estas comedias el recurso tópico del disfraz varonil fue muy utilizado.

Aunque sólo en la ficción la mujer vistiéndose de hombre usurpaba la personalidad varonil, e invertía el orden social establecido en la realidad, este motivo junto con la componente erótica que el disfraz varonil conllevaba, fueron razones suficientes para que este último fuera condenado por los moralistas y prohibido por las ordenanzas teatrales. Sin embargo, la prohibición impuesta desde la normativa no siempre tuvo su correlativo en la práctica, como explica Catalina Buezo: “Frente a la comedia y a la tragedia, en el teatro breve se toleraba la entrada en escena de la mujer vestida de varón, que no subvertía los límites de unos géneros vinculados a festividades públicas de raigambre carnavalesca donde sí eran posibles inversiones sexuales en el vestido, desenfrenos en la comida y en la bebida, etc.”.

Muestra de ello es el caso de Teresa de Robles, actriz especializada en el papel de alcalde burlesco en las mojigangas dramáticas o de otras actrices que también gustaron del disfraz varonil. Entre ellas cabe recordar también a Micaela Fernández, a Josefa Vaca, a María (de) Navas, y a las ya citadas Bárbara Coronel y Francisca Baltasara. Ésta consiguió su mayor éxito en la escena sobre todo “vestida de hombre, montando a caballo, haciendo de valiente en retos y desafíos”.

En cuanto a su modo de vida, las actrices fueron acusadas de ser promiscuas, lujuriosas, demasiado sensibles a las joyas y a los presentes que recibían de los poderosos que de ellas se encaprichaban y a los que ellas solían ceder convirtiéndose en sus amantes. Muchas son las fuentes contemporáneas que recogen noticias de actrices que eran retiradas del teatro por nobles. Escribía al respecto el anónimo autor de los Diálogos de las comedias:


He visto tantos caballeros y señores perdidos por estas mugercillas comediantas: uno que se va con una; otro que lleva á otra á sus lugares, uno que les da las galas y trata como á reina; otro que la pone casa y estrado y gasta con ella, aunque no quite de su muger e hijos […]; otro que con publicidad celebró en iglesia pública el baptizo de un hijo de una destas farsantas colgando la iglesia y haciendo un excesivo gasto con música de capilla y convite. No hay compañías destas que no lleve consigo cebados de a desenvoltura muchos destos grandes peces ó cuervos que se van tras la carne muerta.


El mismo Luis de Góngora se hizo eco con sus sonetos de la codicia de algunas actrices a daño de los caballeros que las pretendían, como el destinado a la actriz Isabel de la Paz:


De humildes padres hija, en pobres paños

envuelta, se crió para criada

de la más que bellísima Hurtada,

do aprendió su provecho y nuestros daños.


De pajes fue orinal, y de picaños,

hasta que, por barata y por taimada,

un caballero de la verde espada

la puso casa, y la sirvió dos años.


Tulló a un Duque, y a cuatros mercadantes

más pobres los dejaron que el Decreto

sus ojos dulces, sus desdenes agros.


Esta es, lector, la vida y los milagros

de Isabel de la Paz. Sea mi soneto

báculo a ciegos, Norte a navegantes.

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