VICENTE: Es cierto,padre. Me empujaban. Y yo no quise bajar. Les abandoné, y la niña murió por mi culpa. Yo también era un niño y la vida humana no valía nada entonces... En la guerra habían muerto cientos de miles de personas... Y muchos niños y niñas también..., de hambre o por las bombas... Cuando me enteré de su muerte pensé: un niño más. Una niña que ni siquiera ha empezado a vivir (Saca lentamente del bolsillo el monigote de papel que su padre le dio días atrás). Apenas era más que este muñeco que me dio usted... (Lo muestra con triste sonrisa). Sí. Pensé esa ignominia para tranquilizarme. Quisiera que me entendiese, aunque sé que no me entiende. Le hablo como quien habla a Dios sin creer en Dios, porque quisiera que Él estuviese ahí... (El Padre deja lentamente de mirar la postal y empieza a mirarlo, muy atento). Pero no está, y nadie es castigado, y la vida sigue. Míreme: estoy llorando. Dentro de un momento me iré, con la pequeña ilusión de queme ha escuchado, a seguir haciendo víctimas... De vez en cuando pensaré que hice cuanto pude confesándome a usted y que ya no había remedio, puesto que usted no entiende... El otro loco, mi hermano, me diría: hay remedio. Pero ¿quién puede terminar con las canalladas de un mundo canalla?
(Manosea el arrugado muñeco que sacó)
EL PADRE: ¡Elvirita!...
EL PADRE: Yo.
VICENTE (Lo mira): ¿Qué dice? (Se miran. Vicente desvía la vista) Nada. ¿Qué va a decir? Y sin embargo, quisiera que me entendiese y me castigase, como cuando era un niño, para poder perdonarme luego... Pero ¿quién puede ya perdonar, ni castigar? Yo no creo en nada y usted está loco (Suspira). Le aseguro que estoy cansado de ser hombre. Esta vida de temores y mala fe, fatiga mortalmente. Pero no se puede volver a la niñez.
EL PADRE: No.
(Le entrega el muñeco de papel)
EL PADRE: No (Con energía). ¡No!
VICENTE: ¿Qué?
EL PADRE: No subas al tren.
VICENTE: Ya lo hice, padre.
EL PADRE: Tú no subirás al tren.
VICENTE (Lo mira): ¿Qué dice? (Se miran. Vicente desvía la vista) Nada. ¿Qué va a decir? Y sin embargo, quisiera que me entendiese y me castigase, como cuando era un niño, para poder perdonarme luego... Pero ¿quién puede ya perdonar, ni castigar? Yo no creo en nada y usted está loco (Suspira). Le aseguro que estoy cansado de ser hombre. Esta vida de temores y mala fe, fatiga mortalmente. Pero no se puede volver a la niñez.
EL PADRE: No.
(Se oyen golpecitos en los cristales. El Padre mira al tragaluz con repentina ansiedad. El hijo mira también, turbado)
VICENTE: ¿Quién llamó? (Breve silencio) Niños. Siempre hay un niño que llama (Suspira). Ahora hay que volver ahí arriba... y seguir pisoteando a los demás. Tenga. Se lo devuelvo.(Le entrega el muñeco de papel)
EL PADRE: No (Con energía). ¡No!
VICENTE: ¿Qué?
EL PADRE: No subas al tren.
VICENTE: Ya lo hice, padre.
EL PADRE: Tú no subirás al tren.
(Comienza a oírse, muy lejano, el ruido del tren)
VICENTE (Lo mira): ¿Por qué me mira así, padre? ¿Es que me reconoce? (Terrible y extraviada, la mirada del Padre no se aparta de él. Vicente sonríe con tristeza). No. Y tampoco entiende... (Aparta la vista; hay angustia en su voz). ¡Elvirita murió por mi culpa, padre! ¡Por mi culpa! Pero ni siquiera sabe usted ya quién fue Elvirita (El ruido del tren, que fue ganando intensidad, es ahora muy fuerte. Vicente menea la cabeza con pesar). Elvirita... Ella bajó a tierra. Yo subí... Y ahora habré de volver a ese tren que nunca para... (Apenas se le oyen las últimas palabras, ahogadas por el espantoso fragor del tren. Sin que se entienda nada de lo que dice, continúa hablando bajo el ruido insoportable. El Padre se está levantando)
EL PADRE: ¡No!... ¡No!... (Tampoco se oyen sus crispadas negaciones. En pie y tras su hijo, que sigue profiriendo palabras inaudibles, empuña las tijeras. Sus labios y su cabeza dibujan de nuevo una colérica negativa cuando descarga, con inmensa furia, el primer golpe, y vuelven a negar al segundo, al tercero... Apenas se oye el alarido del hijo a la primera puñalada, pero sus ojos y su boca se abren horriblemente. Sobre el ruido tremendo se escucha, al fin, más fuerte, a la tercera o cuarta puñalada, su última imploración).
VICENTE: ¡Padre!... (Dos golpes más, obsesivamente asestados por el anciano entre lastimeras negativas, caen ya sobre un cuerpo inanimado, que se inclina hacia adelante y se desploma en el suelo. El Padre lo mira con ojos inexpresivos, suelta las tijeras y va al tragaluz, que abre para mirar afuera. Nadie pasa. El ruido del tren, que está disminuyendo, todavía impide oír la llamada que dibujan sus labios).
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