¿Y en lo que hace a lo psíquico y a lo psicosomático? Excediendo sus otros “locos” (entre ellos, Cardenio y los locos de Sevilla y de Córdoba, la curiosidad inoportuna y el pesar postrer de Anselmo en El Curioso Impertinente, los celos patológicos del viejo indiano en El celoso extremeño –similar al de su entremés teatral El Viejo Celoso- o la histeria del Licenciado Vidriera de su obra homónima), al propio Alonso Quijano lo describe como loco entreverado “lleno de lúcidos intervalos” (y con esta lúcida alusión a los “lúcidos intervalos” de Don Quijano, Cervantes se adelantó en la práctica cuatro siglos a la psiquiatría contemporánea). A este respecto, se conjetura que la descripción físico-psicológica de su Don Quijote puede haberse basado en el libro Examen de ingenios para las ciencias (lo de “ingenios” es muy llamativo), obra del Dr. Juan Huarte de San Juan dedicada A la Majestad del rey don Filipe, nuestro señor y que mucho circuló por España. Sin embargo, en sus escritos Cervantes no alude directamente a aquél, aprobado eclesiásticamente por Don Fray Lorenzo de Villavicencio y por Licencia Real para Castilla y Aragón fechadas en 1574.
En consecuencia y siguiendo a Reverte Coma (2004), no se ponen en discusión sus notorios conocimientos médicos. Si bien Villechauvaix (1898) afirma que fue médico, lo más probable es que, sin serlo, en tales conocimientos influyeran tanto su padre D. Rodrigo de Cervantes (para algunos: barbero-cirujano y para otros, médico-cirujano) quien le legara casi una decena de libros médicos que figuran en el inventario de su posible biblioteca, como su hermana Andrea, enfermera. Corresponde señalar aquí que, en tiempos de Cervantes, había cirujanos de academia (quienes habiendo pasado por la Universidad o por los Estudios Generales, alcanzaban el grado de licenciado en Medicina y tenían derecho a transporte equino) y cirujanos de cuota o de a pie (cuya sabiduría procedía de la escuela de la vida y quienes adquirían derecho de ejercicio mediante el pago de 4 escudos).
Finalmente cabe destacar que excelentes escritos y recopilaciones se han publicado acerca de la patología médica que posiblemente afectara a Cervantes así como la aquejara a sus personajes.
En síntesis, si bien hoy no podamos enrolar a ciencia cierta a D. Miguel de Cervantes Saavedra entre los médicos-escritores españoles bien podríamos ubicarlo entre los escritores-médicos; esto es, aquéllos que, sin licenciarse en Medicina, saben lo suficiente como para abordarla y como para escribir correctamente y a gusto sobre ella.
Más todavía, bien pudo estar ganado por alguna o algunas de las conjeturas que tratan de explicar las motivaciones que llevan a los médicos a ser escritores, primero, y, a veces, a pasar a la categoría de literatos, de acuerdo con su significado en latín; esto es, cuando salva con pericia la valla de definidos estilos y de establecidas honduras y, a la vez, no sólo revela un conjunto de habilidades que sustentan el buen escribir sino que domina conjuntamente el arte de la gramática, la retórica y la poética.
Y lo que es más aún, médicos-escritores como Santiago Ramón y Cajal o escritores-médicos como proponemos a Cervantes adquieren gran relevancia actual cuando se destaca el valor de la literatura, disciplina humanística como la Medicina, en la formación de los estudiantes de este menester. No en vano, el médico y poeta Richard Blackmore narra en su A treatise upon the small pox (1723) una anécdota personal de cuando, recién llegado a la Facultad de Medicina, se acercó a pedir consejo al gran Thomas Sydenham sobre las lecturas más adecuadas para quien deseare formarse como médico: “Read Don Quixote, it is a very good book, I read it still” (Lea Don Quijote. Es un muy buen libro. Aún lo leo). Se lo siga literalmente o se lo interprete como que el único libro en que se aprende Medicina es la Naturaleza (tal cual hiciera en 1905 el médico humanista William Osler), el sucedido habla a las claras de la íntima vinculación entre literatura y medicina
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