Se ha señalado repetidamente (Weiss, Duby, Bloch y otros ) que el fenómeno del amor cortés es un juego, una diversión en que las reglas establecidas de la sociedad se suspenden, como en una fantasía, pero la realidad diaria no cambia. Igual que durante el rito de Carnaval (Mardigras), se interrumpen las reglas diarias de la vida y se invierten los comportamientos por un rato, pero no se desafía el status quo. Aunque los códigos de conducta del amor cortés elevan el comportamiento masculino y femenino en las clases más altas, el amor cortés no ejerce ningún cambio para disminuir el poder masculino sobre la mujer. Los casamientos seguían arreglándose según intereses políticos, el encierro de la mujer aumentó, y el adulterio (hasta el siglo XX) seguía siendo un delito exclusivamente femenino. De hecho, en España la represión de la mujer aumentó durante los siglos XVI y XVII. Además, como comenta Bloch, las convenciones del amor cortés refuerzan varios patrones misóginos, incluso
• la objetivización de la mujer, son objetos físicos, seres que el hombre necesita perseguir / cazar y conquistar.
• caracterización de la mujer en términos exagerados de bien y mal. Por una parte son diosas para adorar, pero por la otra (cuando no corresponden al deseo masculino) son crueles, tentadoras, implícitas fuentes de pecado carnal.
• para ser dignas de amar, deben ser vírgenes, pero a la vez el caballero intenta gozarlas carnalmente.
• no deben hablar (porque en los modelos del amor cortés el enfoque permanece exclusivamente en el hombre y su psicología, y no se desarrolla la perspectiva femenina).
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