Caballeros 1

domingo, 14 de noviembre de 2010

De poetas y amor.

Katherine Whitmore dejó a la Houghton Library de la Universidad de Harvard un texto algo confuso pero revelador, escrito en el año 1979 (a los ochenta de la autora). En él Katherine confiesa su enamoramiento inicial de Pedro Salinas, pero no se reconoce en los momentos "sumamente pasionales" de La voz a ti debida porque "implican una experiencia que no conocimos". No aclara si no la conocieron nunca o en ese periodo (unas líneas más adelante confiesa, sin embargo, que en el verano de 1933 "todavía estábamos enamoradísimos"), aunque si aceptamos que sabía bien lo que escribía y que está bien traducido, el verbo es claro: no dice no conocíamos (entonces), sino "no conocimos" (nunca). Pero es evidente que el amor no tuvo la misma dimensión para ambos y que la hispanista norteamericana se vio arrastrada, sobre todo a partir de 1934, por la pasión del poeta. "Mi querido Pedro, con su amor y su nostalgia, inventó verdaderamente su infinito", afirma. Con el intento de suicidio de su mujer, Katherine comprende que la relación ha llegado a su fin, pero "Él no veía en ello ningún motivo para separarnos [...]. Parecía no ver conflicto alguno entre su relación conmigo y con su familia". Aunque no creo que sea una explicación, sí es un punto de vista: es posible interpretar la relación con Margarita, su mujer, como una relación filio-materna, mientras que Katherine es verdaderamente la amante, y por lo tanto no debe haber conflicto entre ambas. Continuando con el relato de la amante, para ella la "ruptura fue definitiva cuando, en junio [1937] me marché de Nueva Inglaterra". En 1939 se casa con Brewer Whitmore ("lo que hice rebosante de felicidad"), del que toma el apellido (de nacimiento se llamaba Reding). Don Pedro sigue escribiéndole hasta que en 1943, a la muerte de Brewer, deja de hacerlo. Salinas vive en Puerto Rico y, al parecer, adujo que la censura de la época abría las cartas. "Las pocas veces que vi a Pedro desde su regreso de Puerto Rico, me pareció un extraño", recuerda Whitmore. En 1951 fue el último encuentro, en Northampton, adonde había ido Salinas a dar una conferencia. Pudieron hablar "unos minutos". Salinas no había aceptado ni entendido nunca que ella rompiera su relación. "'¿No entiendes por qué tuvo que ser así?' Me miró con tristeza y contestó: 'No, la verdad es que no. Otra mujer, en tu lugar, se habría considerado muy afortunada'". Creo que no es difícil aceptar que Salinas era ahora el profesor, con conciencia de su propia obra como poeta, y que había dejado de ser esa figura entusiasmada y fulgurante creada por el deseo que testimonia esta correspondencia. En 1951 ambos vieron a dos personas que se podían confundir en la muchedumbre: devastadas por la realidad.

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