Caballeros 1

domingo, 18 de julio de 2010

Nada

Miré el reloj instintivamente.
— Me oyes como quien oye llover, ya lo veo… ¡Infeliz! ¡Ya te golpeará la vida, ya te triturará,
ya te aplastará! Entonces me recordarás… ¡Oh! ¡Hubiera querido matarte cuando pequeña
antes de dejarte crecer así! Y no me mires con ese asombro. Ya sé que hasta ahora no has
hecho nada malo. Pero lo harás en cuanto yo me vaya… ¡Lo harás! ¡Lo harás! Tú no dominarás
tu cuerpo y tu alma. Tú no, tú no… Tú no podrás dominarlos.
Yo veía en el espejo, de refilón, la imagen de mis dieciocho años áridos, encerrados en una
figura alargada, y veía la bella y torneada mano de Angustias crispándose en el respaldo de
una silla. Una mano blanca, de palma abultada y suave. Una mano sensual, ahora desgarrada,
gritando con la crispación de sus dedos más que la voz excitada de mi tía.
Empecé a sentirme conmovida y un poco asustada, pues el desvarío de Angustias amenazaba
abrazarme, arrastrarme también.

No hay comentarios:

Publicar un comentario