Caballeros 1

viernes, 4 de febrero de 2022

Cartas de amor.

Capítulo XXV. 


Carta de Don Quijote a Dulcinea

    Soberana y alta señora: El herido de punta de ausencia, y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu fermosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, maguer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en esta cuita, que además de ser fuerte es muy duradera. Mi buen escudero Sancho te dará entera relación, ¡oh bella ingrata, amada enemiga mía!, del modo que por tu causa quedo. Si gustares de socorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto, que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo. 

Tuyo hasta la muerte,



Paróse Sancho Panza a rascarXXXIV la cabeza para traer a la memoria la carta, y ya se ponía sobre un pie y ya sobre otro, unas veces miraba al suelo, otras al cielo, y al caboXXXV de haberse roído la mitad de la yema de un dedo, teniendo suspensos a los que esperaban que ya la dijese, dijo al cabo de grandísimoXXXVI rato:

—Por Dios, señor licenciado, que losXXXVII diablos lleven la cosa que de la carta se me acuerda, aunque en el principio decía: «Alta y sobajada señora»33.

—No diríaXXXVIII —dijo el barbero— sobajada, sino sobrehumana o soberana señora.

—Así es —dijo Sancho—. Luego, si mal no me acuerdo, proseguíaXXXIX, si mal no me acuerdo: «el llegoXL y falto de sueño34, y el ferido besa a vuestra merced las manos, ingrata y muy desconocida hermosa», y no sé qué decía de salud y de enfermedad que le enviaba, y por aquí iba escurriendo35, hasta que acababa en «Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura».

No poco gustaron los dos de ver la buena memoria de Sancho Panza, y alabáronsela mucho y le pidieron que dijese la carta otras dos veces, para que ellos ansimesmo la tomasen de memoria para trasladalla a su tiempo. Tornóla a decir Sancho otras tres veces, y otras tantas volvió a decir otros tres mil disparates. Tras esto, contó asimesmo las cosas de su amo, pero no habló palabra acerca del manteamiento que le había sucedido en aquella venta en la cual rehusaba entrar. Dijo también como su señor, en trayendo que le trujese buen despacho de la señora Dulcinea del Toboso36, se había de poner en camino a procurar cómo ser emperador, o por lo menos monarca, que así lo tenían concertado entre los dos, y era cosa muy fácil venir a serlo, según era el valor de su persona y la fuerza de su brazo; y que en siéndoloXLI le había de casar a él, porque ya sería viudo, que no podía ser menos, y le había de dar por mujer a una doncella de la emperatriz, heredera de un rico y grande estado de tierra firme, sin ínsulos ni ínsulas, que ya no las quería.

Decía esto Sancho con tanto reposo, limpiándose de cuando en cuando las narices, y con tan poco juicioXLII, que los dos se admiraron de nuevo, considerando cuán vehemente había sido la locura de don Quijote, pues había llevado tras sí el juicio de aquel pobre hombre. No quisieron cansarse en sacarle del error en que estaba, pareciéndoles que, pues no le dañaba nada la conciencia, mejor era dejarle en él, y a ellos les sería de más gusto oír sus necedades. Y, así, le dijeron que rogase a Dios por la salud de su señor, que cosa contingente y muy agible era venir con el discurso del tiempo a ser emperador37, como él decía, o por lo menos arzobispo o otra dignidad equivalente. A lo cual respondió Sancho:

—Señores, si la fortuna rodease las cosas38 de manera que a mi amo le viniese en voluntad de no ser emperador, sino de ser arzobispo, querría yo saber agora qué suelen dar los arzobispos andantes a sus escuderos.

—Suélenles dar —respondió el cura— algún beneficio simple o curado39, o alguna sacristanía40, que les vale mucho de renta rentadaXLIII, amén del pie de altar41, que se suele estimar en otro tanto.

—Para eso será menester —replicó Sancho— que el escudero no sea casado y que sepa ayudar a misa por lo menos; y si esto es así, ¡desdichado de yoXLIV, que soy casado y no sé la primera letra del abecéXLV! ¿Qué será de mí si a miXLVI amo le da antojo de ser arzobispo, y no emperador, como es uso y costumbre de los caballeros andantes?

—No tengáis pena, Sancho amigo —dijo el barbero—, que aquí rogaremos a vuestro amo42, y se lo aconsejaremos y aun se lo pondremos en caso de conciencia43, que sea emperador y no arzobispo, porque le será más fácil, a causa de que él es más valiente que estudiante.

—Así me ha parecido a mí —respondió Sancho—, aunque sé decir que para todo tiene habilidad. Lo que yo pienso hacer de mi parte es rogarle a Nuestro Señor que le eche a aquellas partes donde él más se sirva y adonde a mí más mercedes me haga.

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