Faith odia a su madre, la detesta por su forma de comportarse y por lo que representa. La compara constantemente con su padre y, por supuesto, Myrtle sale perdiendo.
Cuando la conocemos es una señora aparentemente mimada, caprichosa, pasivo agresiva y manipuladora.
Desde el punto de vista de Faith, Myrtle se ocupa de nimiedades y su pretendido orgullo de clase mete a la familia en problemas y consigue que todo el mundo la odie.
A medida que la trama avanza, Myrtle mete la pata más y más. Los vecinos le hacen el vacío, la insultan.
Faith no entiende, al principio, que Myrtle usa sus armas de mujer porque no tiene otras. La sociedad en la que vive no le permite actuar de otro modo.
Los hombres pueden hablar, defenderse y atacara de frente. Las mujeres deben comportarse según unas reglas de decoro tan estrictas que les impiden incluso comer cuando tienen hambre.
Faith se da cuenta de que casi todas las actitudes de su madre son impostadas y la odia por ello. No entiende, al menos no al principio de la historia, que Myrtle no puede actuar de otra manera.
En cuanto a Myrtle, no comprende a su hija, ni lo intenta. Como adulta, conoce las reglas y sabe que las mujeres solo prosperan si las cumplen. No puede permitir que Faith se comporte como un chico, que tenga ideas y las exprese o que parezca inteligente. Por eso no le presta atención.
Hasta que madre e hija se dan cuenta de que están solas frente al mundo. Sus aliados amsculinos no son en absoluto aliados, pero sí son masculinos. Solo se tienen la una a la otra y, afortunadamente para ambas, las dos han decidido sacar el mayor partido a las herramientas de las que disponen. Así que al final unen fuerzas y las cosas se solucionan. Faith se da cuenta de que su madre actua con una inteligencia y confortalezas superiores a las de cualquier hombre.


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