Caballeros 1

miércoles, 5 de junio de 2019

Milton en Frankestein.

 El Paraíso Perdido, considerada la obra maestra de John Milton, publicada en 1667, en doce cantos narra la historia de la caída de Adán en un contexto de drama cósmico y profundas especulaciones, el objetivo del poeta era justificar el comportamiento de Dios hacia los hombres.
 La influencia de esta obra está presente en toda la novela y entre ambas podemos establecer temas paralelos como: la formación de un ser humano y el desarrollo de la maldad ( el deseo de venganza).
 ¿Te pedí, / por ventura, Creador, que transformaras / en hombre este barro del que vengo? / ¿Te imploré alguna vez que me sacaras / de la obscuridad y me pusieras / en este maravilloso jardín?”. Fueron estos atronadores y desgarradores interrogantes, que no son sino ruegos por la clemencia divina, los que Mary Shelley  eligió para encabezar la obra.

Al igual que muchos filósofos de la historia, Milton se hizo la pregunta de por qué existen el mal y el sufrimiento en el mundo si Dios, todo bondad y poder, podría eliminarlo fácilmente. Se trata de una reflexión que ya en su día hicieron Epicuro y más tarde muchos otros, como el filósofo empirista David Hume, para quienes la existencia del mal ponía en duda dos cuestiones acerca de Dios: por un lado, si el mal existe es porque Dios así lo quiere, por lo que no podríamos afirmar que es un ser de infinita bondad, puesto que no lo permitiría; por otro, si el mal existe y Dios no puede remediarlo, es que no es todopoderoso.
Este es el gran enigma que trata de resolverse en la obra, que el autor enlaza con un concepto de especial relevancia: el libre albedrío. El mal y el bien son dos caras de la misma moneda; no puede existir uno sin el otro. Por su parte, el mal es una consecuencia directa de nuestra libertad, otorgada por Dios. Ser libres es una gracia divina que, no obstante, tiene una serie de contrapartidas, como son el mal, el dolor, el sufrimiento y el pecado. Dios, sabiéndolo, nos hizo libres, pues prefería que lo fuéramos a vivir una existencia feliz, pero encadenada.

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