Caballeros 1

viernes, 8 de marzo de 2019

Crédito social.


En mayo de 2018 China inauguraba un nuevo método de control social destinado a premiar y castigar a los malos ciudadanos. Esta revolución puede reinventar el concepto de gobernanza y traer una nueva sociedad de clases a largo plazo que los países democráticos pueden sentirse tentados de aplicar.

“La civilización no tiene en absoluto necesidad de nobleza ni de heroísmo. Ambas cosas son síntomas de ineficacia política”, sentenciaba un personaje de Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley. En esta distopía literaria se había conseguido terminar con la anarquía internacional creando un Estado mundial omnipotente que, mediante la perfecta división en clases —fruto de la ingeniería genética y el acondicionamiento— y el control social a través del entretenimiento, había conseguido paz perpetua.
El personaje equipara civilización a estabilidad y paz social de una manera tan pragmática que todo lo que atenta contra ello es, sin duda, una falacia política, un obstáculo innecesario. Nobleza y heroísmo, esas cualidades románticas que en la ficción de Huxley desaparecen por completo, no tienen cabida en el Estado contemporáneo. Las antiguas ideas —el liberalismo, los derechos humanos, el derecho a la intimidad y a la privacidad…— no hacen sino obstaculizar la protección del “bien común”. A cambio, pan y circo adecuados a las necesidades de cada capa para evitar el cuestionamiento político.
China se enorgullece de ser la “civilización más antigua aún existente”. En la filosofía política china siempre ha destacado la necesidad de confiar en un poder centralizado para pacificar y dirigir todo el territorio, poder personalizado en el “Mandato del Cielo”con el que cuentan los gobernantes, la herramienta legitimadora de su poder y su acción. Los siglos de imperio —salvando los periodos de desunión— y ahora la República Popular China siguen ese patrón, que cuenta con milenios de experimentación.
China, protagonista en su visión paralela de la Historia, promociona su glorioso pasado como causa de su éxito, de su forma de gobierno y de sus valores. El paso adelante que ha dado Xi Jinping, tras consolidar su poder, con la introducción de nuevos métodos de control —el bautizado como “crédito social”— no es más que un nuevo giro de tuerca a las herramientas de persuasión y censura que ya caracterizaban al país.

La China de antes

La censura es una herramienta muy útil cuando en el horizonte se perfila una Historia alternativa. Antes de la puesta en marcha del sistema del crédito social, que entró en vigor a nivel nacional en mayo de 2018 y que seguirá desarrollándose hasta 2020, el control chino se llevaba a cabo, de manera generalizada, por medio del control de los medios de comunicación tradicionalesla producción artísticalas empresas, la burocracia, la educación y el ciberespacio.
Con la sustitución de las fuentes de información tradicionales por la era de los titulares, China ha sabido desarrollar con éxito plataformas equivalentes a las propuestas de Silicon Valley y que, además de proporcionar directamente al Gobierno datos de sus ciudadanos, funcionan mejor. Aplicaciones como WeChat fueron de las primeras en ofrecer videollamadas por internet; además, contiene un espacio de “momentos” en el que el usuario puede subir información sobre lo que está haciendo, al estilo de Facebook, Snapchat o Instagram. Hoy WeChat cuenta con otros atributos novedosos, como la posibilidad de utilizarse como tarjeta de pago o para enviar dinero.
Las redes sociales no son la única rama por la que China controla el ciberespacio. Es también conocido el fenómeno de los buscadores, como Baidu —una suerte de Google chino—, plataformas de reproducción y otros servicios. No obstante, es el hecho de la construcción de un cortafuegos que regula las páginas aceptables y prohibidas lo que genera mayor dolor de cabeza al Gobierno chino, puesto que saltarse estos controles es sencillo con herramientas que ocultan la localización —entre otros elementos relacionados con la privacidad—.
Para ampliar“La otra Muralla China: el control de Internet”, Inés Lucía en El Orden Mundial, 2016


La China de ahora

Tras la celebración del 19.º Congreso del Partido Comunista de China en octubre de 2017, el pensamiento de Xi se incluyó en la Constitución china, equiparado a líderes como Deng Xiaoping o el propio Mao. Para la realización de uno de los objetivos de su pensamiento, el retorno a la antigua gloria de China o “Rejuvenecimiento”, el presidente ha centrado su atención en la propagación nacional de los valores comunistas para evitar su relajamiento en el híbrido Estado creado en los 80.
Su PIB per cápita se ha triplicado en la última década y un boom similar ha experimentado el turismo chino en el exterior, donde son los que más gastan; a ello se le suma el hecho de que el número de estudiantes chinos en el extranjero se acerca al medio millón. Se trata de una entrada y salida de ideas que es necesario vigilar. Con una China cada vez más grande, fuerte, competitiva y globalizada, el sistema de crédito social nace para responder a esta necesidad y puede entenderse como un paso más —con cierta lógica retorcida— en la adaptación de los medios disponibles al sistema de censura existente.
Para ampliar“La diáspora china”, Meng Jin Chen en El Orden Mundial, 201

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