Caballeros 1

martes, 13 de marzo de 2012

Tiempo de silencio . Luís Martín Santos.






reiniciar hemorragias, infecciones e internas putrefacciones peligrosas.

Un instinto más seguro que las cabezadas de Amador le decía que tales

meticulosidades, tal hurgar cuidadoso con la cucharilla en los ángulos

por donde la vida aboca a su más primario antro, carecía de toda

utilidad. Los muslos de la muerta habían caído como grandes pétalos y

el pequeño chorro de sangre estaba completamente interrumpido.

«¿Tiene pulso?» «Siga, siga», contestó Amador sin atreverse a seguir

mintiendo. «Siga, ya le falta poco», porque Amador creía que don Pedro

quedaría más tranquilo si en adelante, en los días, meses y años que le

quedaban para imaginarse aquella noche, supiera que efectivamente

había procedido de acuerdo con las normas del arte. Don Pedro, pues, se

esforzaba con gestos deliberadamente hábiles, casi táctiles, en sentir

como con un dedo, si de la mucosa aterciopelada y sangrante no

quedaba ya ningún fragmento por donde pudiera escapar la vida -si aún

tuviera- de la muerta. El tiempo era largo y lento. Seguía repasando la

oscura superficie interna, imaginando la forma de la cavidad ya limpia,

escuchando y al mismo tiempo sintiendo en la mano, rígidamente

transmitido por el instrumento, el crujir de la materia rota. La muerta no

sufría y se dejaba con docilidad imponer unas maniobras que ya no

tenían que ver con ella. Habiendo abandonado el aire al aire y la sangre

al mundo se resignaba a la modesta utilidad de ser campo de aprendizaje

para el sabio que (aunque la había estudiado minuciosamente) realizaba

aquella intervención por vez primera. Pedro, comprendiendo el objeto de

las graves cabezadas de Amador y con una airada conciencia que a sí

mismo no se confesaba de: «La segunda vez lo haré mejor», y: «Una

transfusión a tiempo podría haberla revivido», continuaba

automáticamente el raspado y una vez concluido, taponaba con la gasa

limpia destinada a los ratones, aplicaba un apósito, se limpiaba las

manos, depositaba el cuerpo en forma más decente y se volvía hacia la

madre redonda que todo lo había visto y luego miraba a Amador y todos

esperaban el signo de su rostro, el descomponerse de su gesto, el arrojar

un instrumento al suelo o la blasfemia que desencadenara el lamentable

coro de las plañideras.

http://diarioliberdade.org/index.php?option=com_content&view=article&id=25231%3Atribunais-condenam-os-correios-por-discriminar-umha-mulher-apos-um-aborto&catid=221%3Amulher-e-lgbt&Itemid=155#.T2CdMwP5mTY.facebook

el duraluminio y el cobalto, siguen muriendo jovencitas a las que se ha

asegurado previamente (y a sus amorosas madres) que es cuestión de un

momento.

Al llegar don Pedro procedió, una vez desalojados los locales, como es

de rigor, a establecer el diagnóstico de la afección evidentemente

hemorrágica que aquejaba a la joven incubadora de sus ratones de

experiencia. Durante el viaje, había acariciado la idea de que quizá

hubiera habido un contagio virásico debido a la íntima convivencia y riñó

cariñosamente al caballero ganadero por la forma como había

conseguido la perpetuación de la estirpe a expensas de sus propias hijas

y de sus calores vitales. Pero pronto hubo de advertir la insólita realidad

de los hechos y una luz asombrada golpeó en su ingenuo cerebro. La

sangre de doncella -otra vez- por un momento, le mareó. Sintió un vahído

de comprensión y de miedo. Se volvió airado al Muecas para decirle: «

¡Canalla!», o para gritar: « ¡Trae una ambulancia!», o para pedir como los

toreros: «¡Trasfusión!», pero ya entraba Amador y blandía en el aire los

instrumentos con los que, con la urgencia debida, él en aquel momento,

a pesar de su inexperiencia, debería cumplir con su deber. Se inclinó

sobre la muchacha inmóvil. Ya no gritaba. Dormía o estaba muerta.

Descubrió el pecho. Aplicó el fonendoscopio. Allí estaban los mordiscos

de las ratoncitas. El corazón latía desde lejos. Levantó las gomas. Se

quedó quieto. Amador a la oreja le decía: «Hay que hacer un raspado». Sí.

Es preciso primero colocarla en la adecuada posición ginecológica,

dilatar luego el cuello de la matriz agarrotado por la naturaleza previsora

y finalmente limpiar con un instrumento de aspecto de cuchara el

interior del recóndito nido. Al rozar con el instrumento este tejido hace

un ruido rugoso, rasposo, dentero que parece querer indicar que la

materia desgarrada no es viva sino correosa, leñosa, pedregosa. Este

no-ser-viva la materia, para el inquieto don Pedro se le hacía un

no-estar-viva que, en cualquier momento, podía producirse. La cesación

de la hemorragia podía ser tanto éxito de la terapéutica como

agotamiento de las venas vaciadas. Querría poder estar mirando

mientras trabajaba la cara de la casi-muerta y preguntaba a Amador:

«¿Tiene pulso?». Amador sostenía la mano de la chica y aplicaba sus

cuatro dedos gordos, amaestradores de perros y ratones, en la muñeca

de la frágil muerta. No sentía latido alguno, pero dejaba caer la gruesa

cabeza benévola y los grandes labios en un signo afirmativo cauteloso al

que la mirada de don Pedro se agarraba para poder seguir realizando su

trabajo. «Los ángulos tubáricos» se repetía, sabiendo que es en estos

ángulos —como en su día había estudiado- donde puede ocultarse algún

fragmento de materia viva (no de la misma vida de la madre) y desde allí

los rítmicos dolores que sus espaciados gritos indicaban. El hecho es que

el mago cariacontecido y hasta quizá algo avergonzado,. había

renunciado a toda actividad terapéutica y afirmaba simplemente que la

naturaleza debía seguir su curso, como cualquier médico famoso del

siglo XVII. Los, espíritus vitales a los que esta apelación se dirigía habían

sin duda hecho un caso excesivo de la misma y habían tomado un curso

tan violento como inundatorio. Previamente a este refugio en la fórmula

oral y el exorcismo, el mago había querido completar ta acción

destructora de la aguja con los medios al uso más recomendados. Hizo

sentar encima del vientre de su hija a la redonda consorte, considerando

que así se satisfacían al mismo tiempo las exigencias de una intensa

gravitación y las del pudor debido; comprimió con una cuerda el fino talle

de la muchacha a partir de la altura del ombligo rodeándola más

fuertemente conforme las vueltas del cordel iban descendiendo hacia las

más opulentas caderas; masajeó con ambas manos, una vez retirada la

cuerda que había levantado la piel en la punta de los huesos coxales, la

zona interesada haciendo rápidos movimientos de descenso

enérgicamente mantenidos hasta conseguir la expulsión de toda materia

fecal y de toda orina retenida; administró bebidas sumamente cálidas de

composición secreta que escaldaron (ligeramente, es cierto) la bóveda del

paladar de la no-madre-no-doncella; colocó agua fría sobre el vientre y

agua hirviendo con un poco de mostaza en la parte baja de los muslos;

y sudoroso, aunque no vencido, anunció que iba a sacarlo con la mano

lo que se demostró completamente imposible y a lo que se produjo tanto

la partida de Muecas hacia el salvador lejano, cuanto la irritación de la

consorte -hasta entonces nunca vista- que lo redujo a la inacción

no-dañina y al conjuro de los espíritus vitales.

La consorte, por el contrario, tuvo a bien autorizar la colocación entre

las piernas de una ramita verde de hinojo que atrae al nene por el olor.

Pero pronto la verde ramita perdió su color o bien fue arrastrada, o tal

vez el olor no es percibido en tan temprana edad. También fue tolerado

el rezo del rosario y cierta oración a santa Apolonia que conocía íntegra

una anciana que -según decía, pero nada de ello era cierto- había sido

de joven sacristana y que ella -a causa de su mucha edad- ya no

recordaba que, en lo que estaba acreditada, era en el alivio del dolor de

muelas. Fuera de estos restos de .medicina primitiva característica de los

estadios animistas, el resto de la actividad terapéutica indicaba más bien

una weltanschauung activista-empírica, propia de los pueblos cazadores

y ganaderos y, en cuanto tal, muy adecuada al ambiente pedigrístico de

la chabola. Sólo a una fatalidad poco frecuente puede atribuírsele el

fracaso pero ¿no hay acaso muertes también y a veces muy dolorosas y

muy insospechadas en los más modernos hospitales que ostentan con

orgullo las industriosas ciudades norteamericanas? Sí, allí también, bajo

por casi todos los artífices, sino acajonada mesa de pino gallego antes

servidora del transporte de cítricos de la región valenciana y

posteriormente acondicionada a la función de lecho, soporte del jergón

de mueIle y de las sábanas rojas de su propia sangre abundosamente

huida. La lámpara escialitica sin sombra se sustituta ventajosamente

con, dos candiles de acetileno que emanan un :aroma a pólvora y a

bosque con jaurías más satisfactorio que el del éter y el bióxido de

nitrógeno, consiguiendo, a pesar del temblor que la entrada de intrusos

(desgraciadamente no dotados de la imprescindible mascarilla en la

boca) provocaba, una iluminación suficiente. Tratándose de hembra

sana de raza toledana pareció superflua toda anestesia, que siempre

intoxica y que hace a la paciente olvidarse de sí misma, y es en este

punto en el que mejor se cumplieron los cánones modernos que hoy, por

obra y gracia de la reflexología, la educación previa, los ejercicios

gimnásticos relajantes de la musculatura perineal y la contracción de las

mandíbulas en los momentos difíciles consiguen de vez en cuando

hermosísimos ejemplos de grito sin dolor. Más inculta la muchacha rugía

con palabras destempladas (en lugar de con finos ayes carentes de

sentido escatológico) que contribuían a quitar la necesaria serenidad a

los múltiples asistentes al acto. Éstos podían ser clasificados, según

diversos criterios, en «familiares y no familiares», «peritos en abortos

provocados e imperitos en el mismo arte», «vecinos provenientes de la

plana toledana e inmigrantes de otras regiones de la España árida»,

«gentes aptas para el consejo moral y cínicos que comprendían que así

es la vida», «mujeres que unía una oscura solidaridad y hombres que

unía una furtiva esperanza de llegar a ver los pechos de la paciente» y,

finalmente, para concluir esta ordenación dicotómica, «sabedores de que

el padre de Florita estaba en trance de llegar a ser padre-abuelo y

simples sospechadores de la misma casievidente verdad».

La muchacha, en lugar de en la posición arriba indicada más favorable

para provocar la expulsión del contenido uterino, yacía de lado en el

jergón y con el cuerpo engatillado. Sus gritos dotados de sentido habían

ido haciéndose más débiles conforme aumentaba la pérdida de líquidos

vitales a lo largo de las horas transcurridas desde que la operación

iniciada por el mago de la aguja tuvo su insatisfactorio comienzo. Este

mago debía de haber equivocado la trayectoria del instrumento

punzante, o tal vez la punta del mismo, a causa de su excesivo uso,

había perdido la eficacia tantas veces demostrada. Era también posible

que su excesiva juventud diera, tanto a los tejidos propios como a sus

productos, una consistencia o una elasticidad diferentes de las

acostumbradas. O bien que la contracción de la matriz, otras veces

suficiente para el desembarace de las atribuladas hembras, esta vez sólo

sirviera para dilatar las venas perdedoras de sangre y para hacerla sentir


En contra de la opinión de los arquitectos sanitarios suecos que

últimamente prefieren construir los quirófanos en forma hexagonal o

hasta redondeada (lo que facilita los desplazamientos del personal

auxiliar y el transporte del material en cada instante requerido) aquel en

que yacía la Florita era de forma rectangular u oblonga, un tanto

achatado por uno de sus polos y con el techo artificiosamente

descendente a lo largo de una de sus dimensiones. No gozaba la paciente

casiparturienta de niquelada mesa o de aceroinoxidada mesa con

soportes de muslos para mejor obtener la posición ginecológica preferida

9 comentarios:

  1. Cuentos de Eva Luna; http://www.letrasperdidas.galeon.com/consagrados/c_allende02.htm

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  3. Opino que este texto es muy gore y vilento, ya que le practicaban ala niña una intervención e la cual la persona que la hacia no tenia ni idea.
    La verdad ami el texto no me gusta, ya que ami las cosas tan fuertes y pensar que pudiera ser real me atormentan.

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  4. Yo mantengo mi opinión de que estoy a favor de avorto porque antes eran otros tiempo y como podeis ver aun asi si ellas arriesgaban sus vidas por no tener un bebe con mas razon ahi que poder avortar ahora , porque antes era diferente ahora ,ahora no hay esos riesgos porque tenemos una tecnologia más vanzada y nadie obliga a abortar eso es decisión de cada uno .¿Porque le damos tanta importancia ? cuandoo hay otros problemas más importantes , cada uno hizo siempre lo que quiso, ¿Porque nosotras ahora no podemos hacer lo mismo? , si queremos abortar sera por nuestras razones que nos parecen suficientes para cada uno de nosotros.


    Esa es mi opinión itzy

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  5. NOMBRE: Xabier NG Maceira

    Opino que texto es muy gore, y los que le practicarón el aborto no tenían ni idea, y lo unico que consiguierón fue torturarla hasta la muerte.

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  6. Estoy a favor del aborto por que la mujer es libre para decidir lo que quiera y si quiere tener o no tener un hijo libremente.



    Sergio Silva Martinez

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  7. El texto me parece muy violento por la forma en la que tratan a la que aborta clavandole una aguja,haciendole beber agua caliente,sentando a su madre encima etc. Aparte de que lo hace una persona que no tiene cualidades médicas ni nada.
    Alex Nieto

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  8. Opino que hizo bien en querer abortar porque ese bebe no era deseado fue forzada. Y el padre que no sabia nada de hacer abortos provoco la muerte de la hija y la nieta.

    Luis López Sánchez

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  9. Estoy a favor del aborto de forma segura por que la mujer tiene derecho a decidir si tener el bebe o no tenerlo.

    Albertson Mercado Cuellar

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