reiniciar hemorragias, infecciones e internas putrefacciones peligrosas.
Un instinto más seguro que las cabezadas de Amador le decía que tales
meticulosidades, tal hurgar cuidadoso con la cucharilla en los ángulos
por donde la vida aboca a su más primario antro, carecía de toda
utilidad. Los muslos de la muerta habían caído como grandes pétalos y
el pequeño chorro de sangre estaba completamente interrumpido.
«¿Tiene pulso?» «Siga, siga», contestó Amador sin atreverse a seguir
mintiendo. «Siga, ya le falta poco», porque Amador creía que don Pedro
quedaría más tranquilo si en adelante, en los días, meses y años que le
quedaban para imaginarse aquella noche, supiera que efectivamente
había procedido de acuerdo con las normas del arte. Don Pedro, pues, se
esforzaba con gestos deliberadamente hábiles, casi táctiles, en sentir
como con un dedo, si de la mucosa aterciopelada y sangrante no
quedaba ya ningún fragmento por donde pudiera escapar la vida -si aún
tuviera- de la muerta. El tiempo era largo y lento. Seguía repasando la
oscura superficie interna, imaginando la forma de la cavidad ya limpia,
escuchando y al mismo tiempo sintiendo en la mano, rígidamente
transmitido por el instrumento, el crujir de la materia rota. La muerta no
sufría y se dejaba con docilidad imponer unas maniobras que ya no
tenían que ver con ella. Habiendo abandonado el aire al aire y la sangre
al mundo se resignaba a la modesta utilidad de ser campo de aprendizaje
para el sabio que (aunque la había estudiado minuciosamente) realizaba
aquella intervención por vez primera. Pedro, comprendiendo el objeto de
las graves cabezadas de Amador y con una airada conciencia que a sí
mismo no se confesaba de: «La segunda vez lo haré mejor», y: «Una
transfusión a tiempo podría haberla revivido», continuaba
automáticamente el raspado y una vez concluido, taponaba con la gasa
limpia destinada a los ratones, aplicaba un apósito, se limpiaba las
manos, depositaba el cuerpo en forma más decente y se volvía hacia la
madre redonda que todo lo había visto y luego miraba a Amador y todos
esperaban el signo de su rostro, el descomponerse de su gesto, el arrojar
un instrumento al suelo o la blasfemia que desencadenara el lamentable
coro de las plañideras.
http://diarioliberdade.org/index.php?option=com_content&view=article&id=25231%3Atribunais-condenam-os-correios-por-discriminar-umha-mulher-apos-um-aborto&catid=221%3Amulher-e-lgbt&Itemid=155#.T2CdMwP5mTY.facebook
el duraluminio y el cobalto, siguen muriendo jovencitas a las que se ha
asegurado previamente (y a sus amorosas madres) que es cuestión de un
momento.
Al llegar don Pedro procedió, una vez desalojados los locales, como es
de rigor, a establecer el diagnóstico de la afección evidentemente
hemorrágica que aquejaba a la joven incubadora de sus ratones de
experiencia. Durante el viaje, había acariciado la idea de que quizá
hubiera habido un contagio virásico debido a la íntima convivencia y riñó
cariñosamente al caballero ganadero por la forma como había
conseguido la perpetuación de la estirpe a expensas de sus propias hijas
y de sus calores vitales. Pero pronto hubo de advertir la insólita realidad
de los hechos y una luz asombrada golpeó en su ingenuo cerebro. La
sangre de doncella -otra vez- por un momento, le mareó. Sintió un vahído
de comprensión y de miedo. Se volvió airado al Muecas para decirle: «
¡Canalla!», o para gritar: « ¡Trae una ambulancia!», o para pedir como los
toreros: «¡Trasfusión!», pero ya entraba Amador y blandía en el aire los
instrumentos con los que, con la urgencia debida, él en aquel momento,
a pesar de su inexperiencia, debería cumplir con su deber. Se inclinó
sobre la muchacha inmóvil. Ya no gritaba. Dormía o estaba muerta.
Descubrió el pecho. Aplicó el fonendoscopio. Allí estaban los mordiscos
de las ratoncitas. El corazón latía desde lejos. Levantó las gomas. Se
quedó quieto. Amador a la oreja le decía: «Hay que hacer un raspado». Sí.
Es preciso primero colocarla en la adecuada posición ginecológica,
dilatar luego el cuello de la matriz agarrotado por la naturaleza previsora
y finalmente limpiar con un instrumento de aspecto de cuchara el
interior del recóndito nido. Al rozar con el instrumento este tejido hace
un ruido rugoso, rasposo, dentero que parece querer indicar que la
materia desgarrada no es viva sino correosa, leñosa, pedregosa. Este
no-ser-viva la materia, para el inquieto don Pedro se le hacía un
no-estar-viva que, en cualquier momento, podía producirse. La cesación
de la hemorragia podía ser tanto éxito de la terapéutica como
agotamiento de las venas vaciadas. Querría poder estar mirando
mientras trabajaba la cara de la casi-muerta y preguntaba a Amador:
«¿Tiene pulso?». Amador sostenía la mano de la chica y aplicaba sus
cuatro dedos gordos, amaestradores de perros y ratones, en la muñeca
de la frágil muerta. No sentía latido alguno, pero dejaba caer la gruesa
cabeza benévola y los grandes labios en un signo afirmativo cauteloso al
que la mirada de don Pedro se agarraba para poder seguir realizando su
trabajo. «Los ángulos tubáricos» se repetía, sabiendo que es en estos
ángulos —como en su día había estudiado- donde puede ocultarse algún
fragmento de materia viva (no de la misma vida de la madre) y desde allí
los rítmicos dolores que sus espaciados gritos indicaban. El hecho es que
el mago cariacontecido y hasta quizá algo avergonzado,. había
renunciado a toda actividad terapéutica y afirmaba simplemente que la
naturaleza debía seguir su curso, como cualquier médico famoso del
siglo XVII. Los, espíritus vitales a los que esta apelación se dirigía habían
sin duda hecho un caso excesivo de la misma y habían tomado un curso
tan violento como inundatorio. Previamente a este refugio en la fórmula
oral y el exorcismo, el mago había querido completar ta acción
destructora de la aguja con los medios al uso más recomendados. Hizo
sentar encima del vientre de su hija a la redonda consorte, considerando
que así se satisfacían al mismo tiempo las exigencias de una intensa
gravitación y las del pudor debido; comprimió con una cuerda el fino talle
de la muchacha a partir de la altura del ombligo rodeándola más
fuertemente conforme las vueltas del cordel iban descendiendo hacia las
más opulentas caderas; masajeó con ambas manos, una vez retirada la
cuerda que había levantado la piel en la punta de los huesos coxales, la
zona interesada haciendo rápidos movimientos de descenso
enérgicamente mantenidos hasta conseguir la expulsión de toda materia
fecal y de toda orina retenida; administró bebidas sumamente cálidas de
composición secreta que escaldaron (ligeramente, es cierto) la bóveda del
paladar de la no-madre-no-doncella; colocó agua fría sobre el vientre y
agua hirviendo con un poco de mostaza en la parte baja de los muslos;
y sudoroso, aunque no vencido, anunció que iba a sacarlo con la mano
lo que se demostró completamente imposible y a lo que se produjo tanto
la partida de Muecas hacia el salvador lejano, cuanto la irritación de la
consorte -hasta entonces nunca vista- que lo redujo a la inacción
no-dañina y al conjuro de los espíritus vitales.
La consorte, por el contrario, tuvo a bien autorizar la colocación entre
las piernas de una ramita verde de hinojo que atrae al nene por el olor.
Pero pronto la verde ramita perdió su color o bien fue arrastrada, o tal
vez el olor no es percibido en tan temprana edad. También fue tolerado
el rezo del rosario y cierta oración a santa Apolonia que conocía íntegra
una anciana que -según decía, pero nada de ello era cierto- había sido
de joven sacristana y que ella -a causa de su mucha edad- ya no
recordaba que, en lo que estaba acreditada, era en el alivio del dolor de
muelas. Fuera de estos restos de .medicina primitiva característica de los
estadios animistas, el resto de la actividad terapéutica indicaba más bien
una weltanschauung activista-empírica, propia de los pueblos cazadores
y ganaderos y, en cuanto tal, muy adecuada al ambiente pedigrístico de
la chabola. Sólo a una fatalidad poco frecuente puede atribuírsele el
fracaso pero ¿no hay acaso muertes también y a veces muy dolorosas y
muy insospechadas en los más modernos hospitales que ostentan con
orgullo las industriosas ciudades norteamericanas? Sí, allí también, bajo
por casi todos los artífices, sino acajonada mesa de pino gallego antes
servidora del transporte de cítricos de la región valenciana y
posteriormente acondicionada a la función de lecho, soporte del jergón
de mueIle y de las sábanas rojas de su propia sangre abundosamente
huida. La lámpara escialitica sin sombra se sustituta ventajosamente
con, dos candiles de acetileno que emanan un :aroma a pólvora y a
bosque con jaurías más satisfactorio que el del éter y el bióxido de
nitrógeno, consiguiendo, a pesar del temblor que la entrada de intrusos
(desgraciadamente no dotados de la imprescindible mascarilla en la
boca) provocaba, una iluminación suficiente. Tratándose de hembra
sana de raza toledana pareció superflua toda anestesia, que siempre
intoxica y que hace a la paciente olvidarse de sí misma, y es en este
punto en el que mejor se cumplieron los cánones modernos que hoy, por
obra y gracia de la reflexología, la educación previa, los ejercicios
gimnásticos relajantes de la musculatura perineal y la contracción de las
mandíbulas en los momentos difíciles consiguen de vez en cuando
hermosísimos ejemplos de grito sin dolor. Más inculta la muchacha rugía
con palabras destempladas (en lugar de con finos ayes carentes de
sentido escatológico) que contribuían a quitar la necesaria serenidad a
los múltiples asistentes al acto. Éstos podían ser clasificados, según
diversos criterios, en «familiares y no familiares», «peritos en abortos
provocados e imperitos en el mismo arte», «vecinos provenientes de la
plana toledana e inmigrantes de otras regiones de la España árida»,
«gentes aptas para el consejo moral y cínicos que comprendían que así
es la vida», «mujeres que unía una oscura solidaridad y hombres que
unía una furtiva esperanza de llegar a ver los pechos de la paciente» y,
finalmente, para concluir esta ordenación dicotómica, «sabedores de que
el padre de Florita estaba en trance de llegar a ser padre-abuelo y
simples sospechadores de la misma casievidente verdad».
La muchacha, en lugar de en la posición arriba indicada más favorable
para provocar la expulsión del contenido uterino, yacía de lado en el
jergón y con el cuerpo engatillado. Sus gritos dotados de sentido habían
ido haciéndose más débiles conforme aumentaba la pérdida de líquidos
vitales a lo largo de las horas transcurridas desde que la operación
iniciada por el mago de la aguja tuvo su insatisfactorio comienzo. Este
mago debía de haber equivocado la trayectoria del instrumento
punzante, o tal vez la punta del mismo, a causa de su excesivo uso,
había perdido la eficacia tantas veces demostrada. Era también posible
que su excesiva juventud diera, tanto a los tejidos propios como a sus
productos, una consistencia o una elasticidad diferentes de las
acostumbradas. O bien que la contracción de la matriz, otras veces
suficiente para el desembarace de las atribuladas hembras, esta vez sólo
sirviera para dilatar las venas perdedoras de sangre y para hacerla sentir
En contra de la opinión de los arquitectos sanitarios suecos que
últimamente prefieren construir los quirófanos en forma hexagonal o
hasta redondeada (lo que facilita los desplazamientos del personal
auxiliar y el transporte del material en cada instante requerido) aquel en
que yacía la Florita era de forma rectangular u oblonga, un tanto
achatado por uno de sus polos y con el techo artificiosamente
descendente a lo largo de una de sus dimensiones. No gozaba la paciente
casiparturienta de niquelada mesa o de aceroinoxidada mesa con
soportes de muslos para mejor obtener la posición ginecológica preferida
Cuentos de Eva Luna; http://www.letrasperdidas.galeon.com/consagrados/c_allende02.htm
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarOpino que este texto es muy gore y vilento, ya que le practicaban ala niña una intervención e la cual la persona que la hacia no tenia ni idea.
ResponderEliminarLa verdad ami el texto no me gusta, ya que ami las cosas tan fuertes y pensar que pudiera ser real me atormentan.
Yo mantengo mi opinión de que estoy a favor de avorto porque antes eran otros tiempo y como podeis ver aun asi si ellas arriesgaban sus vidas por no tener un bebe con mas razon ahi que poder avortar ahora , porque antes era diferente ahora ,ahora no hay esos riesgos porque tenemos una tecnologia más vanzada y nadie obliga a abortar eso es decisión de cada uno .¿Porque le damos tanta importancia ? cuandoo hay otros problemas más importantes , cada uno hizo siempre lo que quiso, ¿Porque nosotras ahora no podemos hacer lo mismo? , si queremos abortar sera por nuestras razones que nos parecen suficientes para cada uno de nosotros.
ResponderEliminarEsa es mi opinión itzy
NOMBRE: Xabier NG Maceira
ResponderEliminarOpino que texto es muy gore, y los que le practicarón el aborto no tenían ni idea, y lo unico que consiguierón fue torturarla hasta la muerte.
Estoy a favor del aborto por que la mujer es libre para decidir lo que quiera y si quiere tener o no tener un hijo libremente.
ResponderEliminarSergio Silva Martinez
El texto me parece muy violento por la forma en la que tratan a la que aborta clavandole una aguja,haciendole beber agua caliente,sentando a su madre encima etc. Aparte de que lo hace una persona que no tiene cualidades médicas ni nada.
ResponderEliminarAlex Nieto
Opino que hizo bien en querer abortar porque ese bebe no era deseado fue forzada. Y el padre que no sabia nada de hacer abortos provoco la muerte de la hija y la nieta.
ResponderEliminarLuis López Sánchez
Estoy a favor del aborto de forma segura por que la mujer tiene derecho a decidir si tener el bebe o no tenerlo.
ResponderEliminarAlbertson Mercado Cuellar