Caballeros 1

sábado, 18 de diciembre de 2010

Salinas para los poetas

Artículo de Luís García Montero
La poesía amorosa implica los mismos riesgos que la escritura de un soneto. Entre los muchos accidentes laborales que puede sufrir un poeta, suelen ser de consecuencia fatal, verdaderas caídas del andamio, las dos caras más torpes de lo previsiblemente lírico: el convencionalismo y la cursilería. Los grandes temas y las formas establecidas en los lugares comunes de la tradición exigen una personalidad poderosa, el esfuerzo de someter las lecciones ajenas al propio mundo. Resulta muy difícil convertir un soneto en un poema propio, lograr que respire por las metáforas, los tonos y los ritmos de una voz personal. Ocurre lo mismo con los libros poéticos centrados en el amor, una materia cargada de viejas tentaciones y de aristas blandas, de referencias claves y de tópicos dulzones en el sentido lírico de la poesía adolescente.

Pedro Salinas es un ejemplo claro, quizás el más significativo de nuestra poesía en el siglo XX, de que el tema amoroso exige una decidida relectura del pasado, una minuciosa transformación de los tópicos en las ambiciones del mundo personal y un calculado proceso de elaboración que convierta la vida en literatura, lo biográfico en hecho autónomo, la anécdota en escena cortada por la intención estética. Los títulos de su trilogía amorosa, La voz a ti debida, Razón de amor y Largo lamento, imponen ya una conciencia de este diálogo personal con el pasado, de esta transformación en literatura de lo vivido. La «Égloga Tercera» de Garcilaso le ofreció el verso «pienso mover la voz a ti debida», con su sentido laico de la infinitud y la permanencia. El poema medieval Razón feita d"amor le permitió encontrar un ámbito de equilibrio entre las razones y las pasiones, entre la fe moderna en la geometría intelectual y los impulsos incontrolables del sentimiento. Y la rima XV de Bécquer, «largo lamento / del ronco viento» le abrió el camino a una sosegada herida romántica, a una conciencia de fracaso que va más allá de la propia historia amorosa y que pone en peligro la fe en el progreso moral humano: «Estoy tan triste porque soy un hombre, / porque el hombre hace daño, / hace daño, hace daño». La intensa lucha poética de Pedro Salinas con la tradición amorosa significa tanto la apropiación personalísima de un caudal ajeno como la transformación del mundo propio. Con la trilogía amorosa, Pedro Salinas no sólo forzó el racionalismo juanramoniano de sus primeros libros, sino que también le abrió las puertas a la poesía descreída en el progreso, casi postmoderna, de Todo más claro.

La primera época de Pedro Salinas condensa un hermoso viaje desde el modernismo tardío, con sus interesantes recursos de coloquialismo sentimental, hasta la poesía desnuda de la palabra exacta. Bajo la presencia de Ortega y Juan Ramón, la palabra depurada, el deseo de nombrar sin retórica la esencia de los objetos y las cosas, implica una fe vital en la capacidad de la razón moderna para fundar el mundo, para ordenar con sus abstracciones y sus mapas el caos de la realidad. Alejado de la ganga superficial del futurismo, uniendo depuración y actualidad, Salinas consigue una poesía en la que los inventos y las máquinas se convierten en cántico, en fe de vida, en confianza intelectual sobre los dominios de la existencia humana. Ya que estamos hablando de poesía amorosa, conviene acordarnos de que en Seguro azar los idilios del poeta desembocan en objetos sorprendentes, en la bombilla que le permite leer por las noches o en el vehículo capaz de subir hasta el abril de Navacerrada: «Alma mía en la tuya / mecánica; mi fuerza/ bien medida, la tuya, / justa: doce caballos».

La trilogía amorosa amplió e hizo girar el mundo de la poesía de Salinas, manteniendo una fidelidad íntima a su proyecto. Cuando los poetas más jóvenes del 27 habían abandonado la pureza juanramoniana por el surrealismo, la conmoción, la catástrofe amorosa, consigue que Pedro Salinas abra una sensualidad intelectual, enlazada con su poética anterior, pero llena de nuevos matices, de afirmaciones y alianzas sentimentales con el mundo: «Murallas, nombres, tiempos, / se quebrarían todos, / deshechos, traspasados / irresistiblemente / por el gran vendaval / de su amor, ya presencia». El carácter intelectual de este amor ha sido con frecuencia malinterpretado, porque se trata de una historia carnal, de piel, de deseo real, que conmociona los horarios del día, los secretos y los ritmos de la vida cotidiana. Las sombras amorosas de Salinas, las invenciones subjetivas del amor, piden realidades: «Acude, ven, conmigo. / Tiende tus manos, tiéndeles tu cuerpo». Lo que ocurre es que la pasión amorosa se integra en un proyecto lírico que necesita llegar a la esencia de la cosas, a las realidades profundas: «Sí, por detrás de las gentes / te busco... / Detrás, detrás, más allá. / Por detrás de ti te busco». Vivir en los pronombres significa eso, llegar más allá de la superficie, habitar el tú y el yo esencial. Pero en este caso Pedro Salinas parte de la piel, de la corporeidad mortal y rosa. Callar el nombre es aquí también un modo de no quedarse social y familiarmente al descubierto.

Razón de amor (1936) es el libro de la plenitud y el equilibrio, de las sombras y los sueños convertidos en realidad. Y Largo lamento, escrito en 1938, pero publicado póstumamente, aporta una fascinante meditación moral sobre la vida y sus fracasos, una conciencia de deseos y límites que cierran sus propios círculos. Salinas duda entonces no sólo del infinito laico inventado por el amor, sino de los artificios humanos y del poder del progreso. Los inventos descubren su otra cara y el dolor conduce al «Cero», a la conciencia de la nada y de la destrucción.

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