En Lázaro de Tormes, las expectativas de Vuestra Merced prefiguran las del lector de la época, pues lo que le ordena escribir a Lázaro equivale obviamente a lo que desea leer: “Y pues vuestra merced escribe se le escriba y relate el caso muy por extenso…”
Lo que Vuestra Merced pretende es un relato picante y divertido a costa de ese marido complaciente, con el condimento adicional de que es éste quien lo contará. Desde nuestra perspectiva actual, lo que pide es humillante y vejatorio, pero no desde su punto de vista, acorde con los marcos mentales imperantes en su época. Lo que reclama es un acto de servicio absolutamente natural para él, que le es debido por ser él quien es y por ser Lázaro… nadie. En cuanto inferior, este debe servirlo y cumplir con la bufonada narrativa que se le exige. Narrar es otra forma de obedecer y servir, según este planteamiento.
Pero Lázaro lo obedecerá desobedeciéndolo: en lugar de centrarse en el caso, partirá “del principio, porque se tenga entera noticia de mi persona”. El individualismo moderno se planta con firmeza frente a la poderosa mentalidad estamental.El relato no se va a centrar, contra lo que el poderoso quería, en el marido engañado, sino en la persona. Para Vuestra Merced y la mentalidad estamental, Lázaro es un marido complaciente como consecuencia de su naturaleza inferior, de su abyección de origen. Estamos en presencia de una suerte de fatalismo ontológico cuya función es enmascarar ideológicamente una estructura social injusta y revestirla de un carácter inamovible y eterno.
Lázaro, por el contrario, en consonancia con la mentalidad emergente (la moderna), instaura la persona en el lugar que ocupaba antes esa condición natural pre-existente, que le negaba el ser y la individualidad. Por eso debe dar “entera noticia” de su persona, porque no es la mera manifestación inevitable de lo innato e indeleble, sino producto no definitivo de una experiencia, resultado de la confrontación entre las circunstancias fortuitas y los condicionamientos sociales por un lado y las cualidades individuales por otro, esas mismas cualidades que le permitieron, “con fuerza y maña remando”, salir “a buen puerto”.
Lázaro, el inferior carente de ser, muestra su orgullo de haber podido mejorar su situación . Haciendo honor a su nombre, resucitó, salió del sepulcro de su miseria y lo hizo sin necesidad de ningún milagro, gracias a su entereza (“fuerza”) e ingenio (“maña”). Su origen está en él mismo, en esa voluntad de remar para llegar “a buen puerto”. De allí su orgullo: “Y también porque consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial, y cuanto más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerza y maña remando salieron a buen puerto”.
Lo que en las novelas de caballería era mero acontecer acumulativo, en “Lazarillo…” se vuelve historia, esto es, proceso con sentido. Ya no es la naturaleza heroica la que, proyectando su grandeza en los hechos que la ponen a prueba, infunde significación al acontecer. Ahora es el individuo descalificado por naturaleza quien, en dura lucha con el medio social, se adueña del acontecer y transforma la mera sucesión en historia.
A diferencia del personaje estamental heroico, que atraviesa ontológicamente incólume el acontecer porque ya es lo que es desde el principio, por lo que cada aventura representa tan sólo la ocasión de manifestar eso que es, el individuo moderno, encarnado aquí por el pícaro, que nada es “a priori”, tiene que convertir el mero suceder en experiencia, esto es, en sustancia de ese ser que no es pero que pretende forjar. El héroe estamental se revela en la acción; el individuo moderno se construye (o se frustra) a través de ella. Uno es plenitud de origen; el otro, proyecto.
Al comienzo de la Era Moderna, el tiempo de aquél ya ha pasado. En consecuencia, no le queda nada que pueda protagonizar. Por eso, degradado en Vuestra Merced, sólo puede aspirar a ser un triste “voyeur” literario de las intimidades del Otro quien, a pesar de sus miserias, o por eso mismo, tiene una historia que contar, la suya, la que ha protagonizado a tal extremo que ha dejado por el camino, junto con la inocencia, los dientes. Pese a lo cual sigue siendo capaz de “morder”: “Y también porque consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial…” En cambio, Vuestra Merced ha perdido, en el fondo, mucho más que los dientes: ha perdido el nombre, la identidad, el ser. Por eso ya no puede narrar ni, mucho menos, protagonizar nada. Porque es tan sólo una fórmula hueca, un vacío que aún impone respeto, pero que empieza ya a ser desobedecido. De allí que sólo le quede leer lo que otros viven.
Junto con la voz, el pícaro impone sobre todo su perspectiva, desenfadada y satírica, con la que pone en evidencia el egoísmo, la falta de caridad, la corrupción y ese absurdo vivir para las apariencias de un ser que ya no se tiene. ¿No se verá Vuestra Merced reflejado, quizás, en el escudero? ¿No son acaso ambos mero título sin sustancia?
En realidad, Vuestra Merced, que deseaba solazarse leyendo un caso de deshonra consentida, terminará leyendo uno de honra ridícula (el escudero) y varios de cristianismo vacuo. Las difíciles relaciones entre el lector y la novela moderna, que una y otra vez defraudará deliberadamente sus expectativas para obligarlo a leerse a sí mismo en el texto, están prefiguradas en el Prólogo de “Lazarillo…”.
Pero el autor apeló también a otro recurso para hacer viable dicha comunicación: el humor que, para la mentalidad vigente, diluía y volvía intrascendente todo lo que tocaba. Por algo Erasmo había dicho: “Finalmente, si se ponen en labios de un personaje cómico de modo que agraden y diviertan, el mismo humor de la palabra excluye cualquier ofensa”
La máscara del humor atenúa lo subversivo de la mirada y hace posible que la voz del Otro sea escuchada. Atenúa, pero es a su vez vehículo de la subversión. Algún lazo debía mantenerse de las antiguas ataduras y el autor escogió el del humor, al que por otra parte solían aparecer asociados los personajes vulgares de la narración estamental. Sólo que aquí el humor no es a costa únicamente del pícaro.
Mientras divierte con las sonrisas que éste provoca, Lázaro aprovecha para reírse, junto con los lectores atentos, no sólo de quienes atormentan a Lazarillo, sino de sus valores. Ser un marido engañado no lo convierte en un narrador complaciente. Quizás porque gracias a la perspectiva que le da el haber llegado “a buen puerto” después de tanto remar, sabe ahora que sus adversidades no son producto de esa inculcada naturaleza inferior, sino de la Fortuna, lo cual torna relativa, a su vez, la tan mentada superioridad “ab origine” de los poderosos. De allí la ironía de que es capaz y con la que termina obteniendo su mayor victoria: convertir a Vuestra Merced en el Otro para el lector y hacer audible la voz del niño maltratado.
A finales de la Edad Media no estaba muy claro si el esposo ofendido debía ser juzgado por el crímen que cometía.
ResponderEliminarLa Lex Julia romana permitía que el marido matara al amante y que el padre de la esposa matara a ambos adúlteros si los hallaba juntos.
El Código Justiniano, hizo más difícil para el marido engañado poder matar a su mujer con impunidad legal. Según la Novelae 117, del año 542, el marido engañado debía dar tres avisos escritos a los adúlteros, cada uno delante de tres testigos fiables, y si después de tres avisos volvía a encontrarlos juntos, entonces podía matar al amante.
A la mujer no la podía matar sin ser acusado de asesino aunque la hubiera acusado previamente de adulterio.
Beaumanior y otros autores desarrollaron esta misma idea a lo largo de la Edad Media.
El derecho germano sin embargo reconoció al marido el derecho de matar a ambos con total impunidad si los sorprendían juntos.
Los visigodos asignaron el mismo derecho al marido, al padre y a los hermano de la adúltera.
Y la mayor parte de los fueros altomedievevales castellanos inspirados en el Fuero Juzgo dotaron al marido del derecho de matar a ambos.