Un subtítulo genérico de una palabra, «poema», nos advierte que La voz a ti debida no es una colección de poesías. Sin embargo, tampoco es un solo poema largo para ser leído sin interrupción. Una nota a la edición de 1933 revela la cuidadosa separación que de
segmentos individuales hizo Pedro Salinas.
La obra tiene unidad; Un único amor se extiende a través de las páginas entretejiéndolas hasta darles unidad sentimental. Pero una «unidad» no es lo mismo que un «todo», y es esto último lo que la palabra «poema» nos invita a buscar.
Los «poemas» en que la persona amada está presente y aquellos otros en que está ausente se alternan, en la obra, con tal rapidez que parece que el poeta premeditadamente inclina al lector a no forjarse una trama. Es el misterio del amor, a la vez completo e incompleto
El «poema» inicial o proemio prende nuestra atención en su primera y última palabras: «Tú» y «yo».
Este «tú» es una mujer, de carne y hueso, que, como toda criatura carnal, está determinada y limitada por el tiempo y el espacio. «El tierno cuerpo rosado», «la arena» y el «reló» son las representaciones inequívocas de estos tres aspectos centrales de la condición humana. No debemos equivocarnos en cuanto a esto, parece advertirnos Salinas. La amada es humana y femenina. De otro modo, las evasiones verbales y el juego poético que nos aguardan podrían ser engañosos.
Del obtenemos una impresión aguda del «tú» una personalidad: decidida «tú vives siempre en tus actos»); agresiva («te arrojas / sobre proas, -sobre alas»); vital («La vida es lo que tú tocas»); directa («Andas / por lo que ves»); segura de sí misma («Tú nunca puedes dudar»); certera
por intuición ante la realidad («Y nunca te equivocaste, /, más que una vez, una noche / que te encaprichó una sombra»).
Desde este poema es fácil llegar a Bécquer quien , como Salinas, en la mayoría de los casos, dirigía sus poemas de la primera a la segunda persona. Es la suya, la amada huidiza, evanescente, evasiva, de las palabras. El «tú» de Salinas muy distante del incorpóreo, intangible En realidades justamente lo contrario una antítesis que Salinas explota y exalta al convertir su primer poema en una serie de variaciones en contrapunto sobre los temas de las más conocidas de las Rimas Así «La mano de nieve» que sabe «arrancar» las
cuerdas del arpa es la amada de Salinas que, usando el mundo entero
como su instrumento, «arrancas ... tu música»! La reminiscencia becqueriana ha reforzado y aclarado a la vez la caracterización del pronombre inicial. De hecho, en la primera estrofa hay una fusión hábil de este eco de la rima séptima con otro de la primera: «Con la punta de tus dedos / pulsas el mundo, le arrancas / aurora, triunfos, colores, / alegrías; es tu música». Los últimos dos componentes de la serie -«colores, alegrías» derivan de los «colores y notas» que deben poseer las
palabras para expresar el «himno gigante y extraño»....
Una segunda inversión de la imagen becqueriana sigue inmediatamente: «De tus ojos, sólo, de ellos / sale la luz que te guía / los pasos. Andas / por lo que ves. Nada más». Esto nos recuerda aquellos ojos inquietantes que brillan y llamean en la rima catorce:
«Adondequiera que la vista fijo, tomo a ver tus pupilas llamear ... ». Para Bécquer estos ojos son una imagen que lo aleja de la realidad; su misma luz es en cierta forma interior, comparable a «la mancha oscura, orlada en fuego, / que flota y ciega, si se mira el sol». Para Salinas, por el contrario, la relación visual de la amada con el mundo inmediato es tan intensa que parece como si la luz fluyera de sus ojos para guiarla en su paso infalible, seguro, a través de la realidad. A fin de dar aún mayor énfasis a la antítesis poética, Salinas termina su estrofa con las mismas dos palabras que terminan la de Bécquer: «Nada más».
Hasta donde se me alcanza, las siguientes dos estrofas centrales abandonan esta
técnica del eco calculado. Se refieren, sin embargo, a dos lugares comunes
tradicionales en la poesía del amor, lugares comunes que son sumamente originales y de vital importancia en las Rimas: la duda del amante y el misterio de la amada.
Sólo en una ocasión,comenta Salinas, perdió su amada el sentido de la proporción. Fue en la noche fatal en que cometió el error de dejarse
hechizar por una sombra e intentó abrazarla. La situación es paralela a la de Bécquer, «Tú, sombra aérea que cuantas veces / voy a tocarte, te desvaneces ... ». Pero ¿cuál fue el error de la amada? ¿Quién es su amante fantasma? Para contestar estas preguntas y para resolver el breve misterio, debemos leer hasta la estrofa final: «Y era yo». La novedad extraordinaria es que en La voz a ti debida no es la amada sino el amante el que está en la sombra impalpable. Es el amante quien, queriendo poner de relieve por contraste la realidad carnal de su amada, se describe así a sí mismo.
Así como su voz no es realmente la suya, sino la de ella, se siente como una sombra e insustancial al compararse con ella. Podemos también observar que la identificación está significativamente situada. Al esperar hasta el verso agudo final para revelar lo que los sociólogos denominarían una inversión en los papeles, Salinas termina el proemio con máxima tensión y énfasis
alusivo: «Y era yo». El propio Bécquer se había servido de esta técnica a menudo. Un ejemplo oportuno es el último verso de la siguiente estrofa de la misma rima: «ansía perpetua de algo mejor / eso soy yo». De modo que al definir el «tú», ambos poetas, aunque sea en sentido negativo, definen el «yo». Ambos completan el paradigma poético, no sólo para dar marco y dirección al fluir de las palabras, sino para que cada una de sus personas -«tú» y «yo”- dé apoyo a la otra.
Las líneas e imágenes individuales de Bécquer han sido primero buscadas y luego sepultadas cuidadosamente bajo la superficie poética desde la cual pueden operar sin ser vistas. Su trabajo es sencillo: guiarnos hacia el poema mayor. En dos formas llenan este cometido. Por una parte, nos recuerdan la tradición de la poesía del amor directamente dedicado, y por otra nos advierten más o menos subconscientemente que no identífiquernos esta amada con su más famosa predecesora. Por esa razón Salinas hace uso de las más populares
de las Rimas, que resuenan en las mazmorras y torreones de toda conciencia
hispánica.
Otras voces resuenan en la obra se Salinas desde El Libro de buen amor , al Diario de un poeta recién casado
Del salón en el ángulo oscuro,
ResponderEliminarde su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo,
veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!
¡Ay!, pensé; ¡cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz como Lázaro espera
que le diga «Levántate y anda»!
Cuando miro el azul horizonte
ResponderEliminarperderse a lo lejos
a través de una gasa de polvo
dorado e inquieto,
me parece posible arrancarme
del mísero suelo,
y flotar con la niebla dorada
en átomos leves
cual ella deshecho.
Cuando miro de noche en el fondo
obscuro del cielo
las estrellas temblar, como ardientes
pupilas de fuego,
me parece posible adonde brillan
subir en un vuelo,
y anegarme en su luz, y con ella
en lumbre encendido
fundirme en un beso
En el mar en la duda en que bogo
ni aún sé lo que creo:
¡Sin embargo, estas ansias me dicen
que yo llevo algo
divino aquí dentro
Cendal flotante de leve bruma,
ResponderEliminarrizada cinta de blanca espuma,
rumor sonoro
de arpa de oro,
beso del aura, onda de luz:
eso eres tú.
Tú, sombra aérea, que cuantas veces
voy a tocarte te desvaneces
¡como la llama, como el sonido,
como la niebla, como el gemido
del lago azul!
En mar sin playas onda sonante,
en el vacío cometa errante,
largo lamento
del ronco viento,
ansia perpetua de algo mejor,
¡eso soy yo!
Yo, que a tus ojos, en mi agonía,
los ojos vuelvo de noche y día;
yo, que incansable corro y demente
¡tras una sombra, tras la hija ardiente
de una visión!.
Yo sé un himno gigante y extraño
ResponderEliminarque anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas páginas son de este himno
cadencias que el aire dilata en la sombras.
Yo quisiera escribirlo, del hombre
domando el rebelde, mezquino idioma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.
Pero en vano es luchar; que no hay cifra
capaz de encerrarle, y apenas ¡oh hermosa!
si teniendo en mis manos las tuyas
pudiera, al oído, cantártelo a solas.