Caballeros 1

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Rojas.Marrano.

Para los judíos, los conversos podían denominarse:
  • Anusim.- Conversos forzados
  • Meshumadim:- Conversos voluntarios
  • Goyim gemorim.- Gentiles, sin ninguna relación con el judaísmo.
Sin embargo, para los llamados “cristianos viejos”, podían ser:
  • Conversos
  • Confesos
  • Cristianos nuevos
  • Novells
  • Judaizantes
  • Marranos
  • Gallos
  • Gentes de la Nación
  • Maculados
  • Tornadizos
  • Portugueses (más tarde)
  • Judíos.



  • El médico Huarte de San Juan propuso una extravagante teoría sobre la pureza de la sangre. En su Examen de ingenios, explicaba que los judíos nacían deformes debido al tipo de dieta que tenían (no menciona el tipo de deformidad) y también debido al cruce del desierto en los tiempos bíblicos. Este cruce, según Huarte, les hizo mucho mal por la carencia de agua y la insalubre atmósfera. De ahí, dice Huarte, es que todos tienen una cierta melancolía y falsedad, a pesar de ser sagaces e inteligentes. Estas características adquiridas en ese entonces fueron heredadas y transmitidas a través de la sangre. Por lo tanto, concluía Huarte, no se debía mezclar la sangre castiza con la de los judíos. Sin lugar a duda que muchos creyeron estas extrañas y ofensivas opiniones.

  • Al lado de Huarte, Fray Alonso de Espina, rector de la Universidad de Salamanca, publicó un tratado en 1459, La fortaleza de la fe, en donde atacaba violentamente a los judíos con las más increíbles invenciones tomadas de leyendas y cuentos populares difamatorios que circulaban por la península.
    Alrededor de 1480, apareció el Libro verde de Aragón que mostraba que gran parte de la nobleza española tenía antepasados judíos.[12] Salvador de Madariaga explica que desde que las familias ilustres de España durante toda la Edad media se habían casado con las familias judías, probablemente toda la clase social alta, incluyendo la nobleza y los reyes, tenía sangre judía.[13]
    Los conversos servían como gobernadores, cardenales, obispos, diplomáticos y banqueros. Se puede decir que cuando los Reyes Católicos unificaron la Península estaban rodeados de conversos. Esto no disminuyó el problema de los mismos, ya que los rumores, las calumnias y las leyendas se multiplicaron.
    Desde 1484 en adelante las persecuciones en contra de los    conversos, de quienes se creía que mantenían la fe mosaica en secreto, se intensificaron hasta el momento de la expulsión. Numerosos conversos pasaron años en las cárceles de la Inquisición, como, por ejemplo, Alfonso de Zamora, profesor de hebreo en la Universidad de Alcalá; Martín Martínez Cantalapiedra, profesor de Salamanca, quien fue forzado a manchar su frente con la tinta que usaba para imprimir sus libros; el fraile agustino Alonzo Gudiel murió en prisión; y Gaspar de Grajar, abad de Santiago de Peñalba de la Catedral de Astorga, fue juzgado por el tribunal de la Inquisición.
    Algunos conversos, para hacer entender con sus actos que realmente se habían convertido, practicaban el cristianismo con mayor ahínco que el resto de la población y atacaban a los judíos y a las comunidades judías. El caso más notable fue el del rabino Selemoh ha-Leví, que asumió el nombre de Don Pablo de Santa María, que fue obispo de Burgos y llegó a ser canciller del reino. Las persecuciones más acérrimas estuvieron a su cargo.  Cuando comenzó su obispado escribió unas   Ordenanzas sobre judíos y otros, que se llamaron  Las Ordenanzas de doña Catalina, pues fueron firmadas por la reina Catalina, regente de Castilla. Estas Ordenanzas constaban de veintidós artículos cuyas normas trataron de destruir física y moralmente a la población hebrea.
    Los judíos que no se convirtieron y que profesaban abiertamente la religión mosaica continuaron viviendo en la sociedad hasta 1492. Después de la expulsión, la situación empeoró y las autoridades, así como los colegios imperiales y las universidades empezaron a pedir pruebas de limpieza de sangre a todos los conversos.
    Las persecuciones fueron acérrimas. Las penalidades que imponía el tribunal de la Inquisición eran, entre otras, el abandono de toda dignidad y oficio, la confiscación de bienes, la perpetua infamia y el relajamiento al «brazo secular», o la autoridad civil, si no se abjuraba de la fe mosaica. Se desconoce con certitud el número de los que murieron en la hoguera, pero se cree que en los primeros veinte años fueron quemadas más de 10.000 personas
  • En 1522 la Inquisición prohibió conferir títulos a los graduados de la Universidad de Salamanca que no pudieran probar su limpieza de sangre, y en 1525 los Observantes Franciscanos procuraron de Clemente VII un decreto por el cual se prohibió que entrara en religión la persona que fuera descendiente de judío, se hubiera o no convertido.
    Entonces, en ese momento se puede decir que la discriminación no era religiosa, sino racial, pues se pedía prueba de la «limpieza de los antepasados.» Mucho se ha discutido este tema. Algunos piensan que era religiosa y no racial. Sin embargo, los antepasados eran los que contaban como prueba de religión.
    A pesar de que casi toda la nobleza de la época era pariente por un lado o por el otro de familias judías, continuaron apareciendo obras en contra de los cristianos nuevos y sus descendientes.
    Según J. Amador de los Ríos  «se desconoce en la historia de una situación más apremiante. El odio a los descendientes de los conversos llegaba, hasta en los hombres más graves y sesudos, consagrados al cultivo de las ciencias, al punto de tropezar en lo ridículo.»
    En el Tizón de la nobleza del siglo XVI, el cardenal Francisco Mendoza y Bobadilla, arzobispo de Burgos, demostró, como lo había hecho anteriormente en el Libro verde de Aragón, que no tan sólo sus padres, los condes de Chinchón, tenían sangre judía, sino que prácticamente toda la nobleza de la época era descendiente de judíos.  Según Caro Baroja la petulancia de los cristianos viejos llegó al máximo cuando en 1547 el cardenal Silíceo implantó el estatuto en la catedral primada.
    Las persecuciones en España disminuyeron después de 1600, pero el hecho es que aún entonces se le negaba al converso una posición de prominencia. Además, todavía los judíos y cripto-judíos morían en las cárceles de la Inquisición o eran quemados.[31]  En el teatro de la época los chistes y burlas grotescas de carácter racial aparecen continuamente.
    Sin embargo, esta discusión es sobre los “conversos” que quedaron en la Península Ibérica y no sobre los judíos que dejaron la Península. Lo admirable es, como explica Mirian Bodian que los judíos nunca perdieron su “naturaleza hispana.” Los emigrados, en los Países Bajos, o en otros lugares del mundo continuaron manteniendo las tradiciones ibéricas pues se sentían herederos de una antigua tradición.
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