Caballeros 1

lunes, 10 de julio de 2017

La mujer . Pardo Bazán-



 Cuando nos asomamos a la obra de Pardo Bazán nos encontramos con una de las mujeres más extraordinarias del siglo XIX y XX. Crítica, novelista, cuentista, autora de infinidad de crónicas, impresiones de viajes, artículos sobre la vida contemporánea  conferenciante incansable, miembro de numerosas sociedades. Consejera de Instrucción pública, catedrática... y, por encima de todo, y en palabras de Unamuno:mujer singular [que] nos ha dejado, entre otras lecciones, las de una laboriosidad admirable y la de una curiosidad inextinguible, Mujer eminentemente cosmopolita, en lugar de quedarse anquilosada en su terruño (como un Pereda en su montaña), vive en Madrid, donde lleva una intensa vida social. Viaja a Francia, Italia, Portugal, Bélgica, etc., -y ahí quedan como testimonio sus libros de viajes Al pie de la torre Eiffel, Cuarenta días en la exposición. Por la Europa católica, Mi romería, etc. Llevada de su afán de saber, aprende idiomas: francés, inglés, alemán, italiano, etc.; conoce a todas las personalidades literarias de su época, discute con Víctor Hugo, asiste al desván de los Concourt, donde se reúnen Zola, Daudet, y los jóvenes Maupassant, Rod, Alexis..., la espada, la mala y el basto -según sus propias palabras- de la moderna novela francesa; introduce en España el naturalismo, provocando una estruendosa polémica -esa eterna compañera que no le abandonará durante toda su vida- con la publicación de La cuestión palpitante; da a conocer a los novelistas rusos con su estudio sobre La revolución y la novela en Rusia; publica una ingente cantidad de artículos sobre los temas más diversos, algunos de los cuales aún hoy conservan una palpitante realidad; pronuncia conferencias en el Ateneo y otros centros; se relaciona con todas las celebridades de su tiempo, con ellos habla, y si hace falta con ellos discute, siempre en la línea de fuego para defender sus ideas feministas, sociales, etc.; condesa. Consejera de Instrucción Pública, presidenta de la sección de literatura del Ateneo..., y aunque la lista podría continuarse, baste decir que ahí están, para terminar, sus novelas y cuentos.
  Como era de esperar en una sociedad y tiempo en el que la mujeres estaban relegadas socialmente, de ella se ha dicho de todo: que escribía a lo hombre, que se ponía los pantalones para escribir, que era aficionada ,en extremo, a la novedad, a la moda, que era una métome en todo. Tampoco libró de críticas referidas a su físico, irrelevante en los hombres se convierte en diana en las mujeres;  Emilia es obesa, cuellicorta, de aire algo bovino -como recuerda Guillermo de Torre - miope, condesa, famosa, culta, independiente, y además buena escritora, y  se atreve  a meterse en terrenos tradicional y excluyentemente masculinos. Dama obispal de la literatura española  la llama Gómez de la Serna.
De los muchos temas que toca y desarrolla doña Emilia en su obra ,posiblemente, su faceta más decididamente progresista es su constante y activa preocupación por el tema de la promoción social y cultural de la mujer. Reivindicación por la que luchó -como lo hicieron los krausistas y nuestra paisana Concepción Arenal- durante toda su vida, y no sólo con su obra, sino con su propio ejemplo. Este aspecto ayuda a explicar su amistad con Giner de los Ríos, Castelar y otras personalidades, con las que no estaba de acuerdo en puntos trascendentales, pero a las que se sentía unida en una actitud común de defensa de los derechos de la mujer
Pronto aprendió la enorme dificultad que representaba para una mujer con inquietudes el moverse en una sociedad excluyentemente masculina:
Apenas pueden los hombres formarse idea de lo difícil que es para una mujer adquirir cultura autodidáctica y llenar los claros de su educación. Los varones, desde que pueden andar y hablar, concurren a las escuelas de instrucción primaria; luego al Instituto, a la Academia, a la Universidad, sin darse punto de reposo, engrana los estudios (...). Todo ventajas, y para la mujer, obstáculos todos
 Sus críticas recaen ,de forma muy especial , sobre  la mujer de clase media:
¿Ejercer una profesión, un oficio, una ocupación cualquiera?, ¡Ah!. Dejarían de ser señoritas ipso facto (...). Quédense en la casa paterna, criando moho, y erigidas en convento de monjas sin vocación: viendo deslizarse su triste juventud, precursora de una vejez cien veces más triste; reducidas a comer mal y poco, a sufrir mil privaciones, para lograr sus objetivos en que fundar su única esperanza de mejor porvenir. Primero, que tengan carrera los hermanos varones y puedan "hoy o mañana" servirlas de amparo; segundo, no carecer de cuatro trapitos con que presentarse en público de manera decorosa, a ver si parece el ave fénix, el marido que ha de resolver la situación (...) La modesta familia mesocrática escatima los garbanzos del puchero a trueque de que las niñas se
presenten en paseos, teatros y reuniones bien emperejiladas con todos los aparejos convenientes para la pesca conyugal.
Siendo el matrimonio y el provecho que reporta la única aspiración de la burguesa, sus padres tratan de educarla con arreglo a las ideas o preocupaciones del sexo masculino (...). Este sistema educativo, donde predominan las medias tintas, y donde se evita como un sacrilegio el ahondar y el consolidar, da un resultado inevitable: limita a la mujer, la estrecha y reduce, haciéndola más pequeña aún que el tamaño natural, y manteniéndola en perpetua infancia
Esta triste realidad es la que doña Emilia ha dejado patente en su obra, y de manera particular en alguno de sus cuentos, que constituyen, en su cruel veracidad, un testimonio de la miserable situación y el precario porvenir de las muchachas de la pequeña burguesía. Así, por ejemplo, el titulado La
manga  en el que una intempestiva tormenta estival viene a destruir el sombrero -el susto y la ruina de una familia burguesa (...), un desequilibrio en el presupuesto, la supresión durante dos meses del plato de carne en la cena- Y el remendado, pero aparente, atuendo de una joven provinciana, destrozando al mismo tiempo todas sus ilusiones, al quedar ridiculizada y profanada ente los ojos del novio que acababa de encontrar. Ya no volvió más al paseo. Para qué. Era el triste drama de tantas señoritas pobres. No podía reemplazar la ropa perdida... Ni el novio, perdido al mismo tiempo que la
ropa. En algún caso, como en Los ramilletes, el final es más duro aún.

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