Cuando nos asomamos a
la obra de Pardo Bazán nos encontramos con una de las mujeres más extraordinarias
del siglo XIX y XX. Crítica, novelista, cuentista, autora de infinidad de
crónicas, impresiones de viajes, artículos sobre la vida contemporánea conferenciante incansable, miembro de
numerosas sociedades. Consejera de Instrucción pública, catedrática... y, por
encima de todo, y en palabras de Unamuno:mujer
singular [que] nos ha dejado, entre otras lecciones, las de una laboriosidad admirable y la de una
curiosidad inextinguible, Mujer eminentemente cosmopolita, en lugar
de quedarse anquilosada en su terruño (como un Pereda en su montaña), vive en
Madrid, donde lleva una intensa vida social. Viaja a Francia, Italia, Portugal,
Bélgica, etc., -y ahí quedan como testimonio sus libros de viajes Al pie de
la torre Eiffel, Cuarenta días en la exposición. Por la Europa católica,
Mi romería, etc. Llevada de su afán de saber, aprende idiomas: francés,
inglés, alemán, italiano, etc.; conoce a todas las personalidades literarias de
su época, discute con Víctor Hugo, asiste al desván de los Concourt, donde se
reúnen Zola, Daudet, y los jóvenes Maupassant, Rod, Alexis..., la
espada, la mala y el basto -según sus propias palabras- de la moderna
novela francesa; introduce en España el naturalismo, provocando una
estruendosa polémica -esa eterna compañera que no le abandonará durante
toda su vida- con la publicación de La
cuestión palpitante; da a conocer a los novelistas rusos con su
estudio sobre La revolución y la
novela en Rusia; publica una ingente cantidad de artículos sobre
los temas más diversos, algunos de los cuales aún hoy conservan una
palpitante realidad; pronuncia conferencias en el Ateneo y otros centros;
se relaciona con todas las celebridades de su tiempo, con ellos habla, y si
hace falta con ellos discute, siempre en la línea de fuego para defender
sus ideas feministas, sociales, etc.; condesa. Consejera de Instrucción
Pública, presidenta de la sección de literatura del Ateneo..., y aunque la
lista podría continuarse, baste decir que ahí están, para terminar, sus novelas
y cuentos.
Como era de esperar
en una sociedad y tiempo en el que la mujeres estaban relegadas socialmente, de
ella se ha dicho de todo: que escribía a lo hombre, que se ponía los pantalones
para escribir, que era aficionada ,en extremo, a la novedad, a la moda, que
era una métome en todo. Tampoco
libró de críticas referidas a su físico, irrelevante en los hombres se
convierte en diana en las mujeres; Emilia es obesa, cuellicorta, de aire algo
bovino -como recuerda Guillermo de Torre - miope, condesa, famosa, culta,
independiente, y además buena escritora, y
se atreve a meterse en terrenos
tradicional y excluyentemente masculinos. Dama obispal de la literatura
española la llama Gómez de la Serna.
De los muchos temas que toca y desarrolla doña Emilia en su
obra ,posiblemente, su faceta más decididamente progresista es su constante y
activa preocupación por el tema de la promoción social y cultural de la mujer.
Reivindicación por la que luchó -como lo hicieron los krausistas y nuestra
paisana Concepción Arenal- durante toda su vida, y no sólo con su obra, sino
con su propio ejemplo. Este aspecto ayuda a explicar su amistad con Giner de
los Ríos, Castelar y otras personalidades, con las que no estaba de acuerdo en
puntos trascendentales, pero a las que se sentía unida en una actitud común de
defensa de los derechos de la mujer
Pronto aprendió la enorme dificultad que representaba para
una mujer con inquietudes el moverse en una sociedad excluyentemente masculina:
Apenas pueden los hombres formarse idea
de lo difícil que es para una mujer adquirir cultura autodidáctica y llenar los
claros de su educación. Los varones, desde que pueden andar y hablar, concurren
a las escuelas de instrucción primaria; luego al Instituto, a la Academia, a la
Universidad, sin darse punto de reposo, engrana los estudios (...). Todo
ventajas, y para la mujer, obstáculos todos
Sus críticas recaen ,de forma muy especial ,
sobre la mujer de clase media:
¿Ejercer una profesión, un oficio, una
ocupación cualquiera?, ¡Ah!. Dejarían de ser señoritas ipso facto (...).
Quédense en la casa paterna, criando moho, y erigidas en convento de monjas sin
vocación: viendo deslizarse su triste juventud, precursora de una vejez cien
veces más triste; reducidas a comer mal y poco, a sufrir mil privaciones, para
lograr sus objetivos en que fundar su única esperanza de mejor porvenir. Primero,
que tengan carrera los hermanos varones y puedan "hoy o mañana"
servirlas de amparo; segundo, no carecer de cuatro trapitos con que presentarse
en público de manera decorosa, a ver si parece el ave fénix, el marido que ha
de resolver la situación (...) La modesta familia mesocrática escatima los
garbanzos del puchero a trueque de que las niñas se
presenten en paseos, teatros y reuniones
bien emperejiladas con todos los aparejos convenientes para la pesca conyugal.
Siendo el matrimonio y el provecho que
reporta la única aspiración de la burguesa, sus padres tratan de educarla con
arreglo a las ideas o preocupaciones del sexo masculino (...). Este sistema
educativo, donde predominan las medias tintas, y donde se evita como un sacrilegio
el ahondar y el consolidar, da un resultado inevitable: limita a la mujer, la
estrecha y reduce, haciéndola más pequeña aún que el tamaño natural, y
manteniéndola en perpetua infancia
Esta triste realidad es la que doña Emilia ha dejado patente
en su obra, y de manera particular en alguno de sus cuentos, que constituyen,
en su cruel veracidad, un testimonio de la miserable situación y el precario
porvenir de las muchachas de la pequeña burguesía. Así, por ejemplo, el titulado La
manga en el que una intempestiva
tormenta estival viene a destruir el sombrero -el susto y la ruina de una
familia burguesa (...), un desequilibrio en el presupuesto, la supresión
durante dos meses del plato de carne en la cena- Y el remendado,
pero aparente, atuendo de una joven provinciana, destrozando al mismo tiempo
todas sus ilusiones, al quedar ridiculizada y profanada ente los ojos
del novio que acababa de encontrar. Ya no volvió más al paseo. Para qué. Era
el triste drama de tantas señoritas pobres. No podía reemplazar la ropa
perdida... Ni el novio, perdido al mismo tiempo que la
ropa. En algún caso, como en Los
ramilletes, el final es más duro aún.
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