Caballeros 1

jueves, 18 de febrero de 2016

Daniel Sánchez Carneiro. Altgea.

¿Y por dónde empezar? Siempre he sido un gran partidario de empezar por el principio; normalmente, aunque no siempre, es la mejor forma de hacerlo. Y puesto que todo tiene un comienzo, será mejor que os hable del de Altgea.

Al principio de los tiempos sólo existía Oscuridad, pero ella se sentía sola, así que de una lágrima creó a Agua, de un suspiro a Viento, y de su dura carne a Tierra. Así nacieron los tres Titanes de la creación. Aunque los creó para dejar de sentirse sola, Oscuridad quería estar segura de seguir siendo la diosa más poderosa en su universo, aunque eso significase vivir en un universo vacío; así que prohibió a sus hijos crear dios, mundo o raza alguna. Durante un tiempo los tres titanes obedecieron, pero ellos habían nacido de la necesidad de Oscuridad de no sentirse sola en un universo vacío y, para ellos, seguía estando tan vacío como cuando aún no habían nacido. Finalmente de la unión entre Tierra y Agua nació Diorna, la diosa de la vida.

                Habiéndola creado contra los deseos de su madre, Tierra y Agua le hicieron la misma prohibición a su hija en la que ellos habían fracasado, para poder ocultarla así de Oscuridad. Pero de la misma manera que ellos fueron incapaces de llevar a cabo esa promesa, Diorna también lo fue. Ella era la diosa de la vida, y en su mente podía imaginar tantas formas distintas de vida que el vacío a su alrededor era una tortura continua. Finalmente, cuando no pudo resistirlo más, Diorna cerró los ojos e imaginó un mundo lleno de vida, de razas y criaturas, de bestias y animales. Cerró los ojos e imaginó todo aquello mientras gastaba su poder para hacerlo realidad. Sin embargo aún era una diosa joven y cuando su poder se agotó y abrió los ojos lo único que había frente a ella era un planeta vacío y muerto; una roca estéril flotando en la Oscuridad infinita y, sin vida en él, el planeta se destruía por momentos.
                Desesperada, Diorna fue a buscar a sus padres para pedirles ayuda, pero, cuando se enteraron de lo que había hecho, el miedo a Oscuridad hizo que se negaran a ayudarla. Entonces fue en busca de su tío el Viento. Viento siempre había sido el más rebelde de los tres y el menos inclinado a obedecer las órdenes de Oscuridad. Su tío le dijo que le ayudaría si pudiera, pero que aquel mundo había nacido de la unión entre Tierra y Agua y no había nada que él pudiera hacer. Entonces, desesperada, Diorna se sentó en el vacío a contemplar como el lugar donde sus sueños debían convertirse en realidad se venía abajo y la pena que sintió fue tan profunda que hizo que derramara la primera lágrima de la vida. Y de esa lágrima nació Ean, el dios de la esperanza.
                Desde el momento de su nacimiento Ean estaba enamorado profundamente de Diorna. Ella al principio estaba temerosa, pero no tardó en sentir lo mismo hacia él. Ean conocía la situación en la que Diorna se encontraba y le prometió ayudarla. Sin embargo, él también era un dios joven y todo su poder tan solo sirvió para sostener el mundo un poco más; sin vida en el se derrumbaría tarde o temprano. Al ver que Ean no podía hacer más, Diorna perdió la esperanza, pero ésta la abrazo y le dijo que no todo estaba perdido; todavía quedaba alguien a quien pedir ayuda. Todavía quedaba Oscuridad.
Antes de partir, Diorna le hizo prometer a Ean que se quedaría allí, que no se arriesgaría a ir con ella. Él lo prometió, se besaron por última vez, y ella partió en busca de Oscuridad; en busca de su última esperanza. Cuando Oscuridad la vio, cuando se dio cuenta de lo que sus hijos habían hecho, de que habían desobedecido sus órdenes, estalló en ira, y de su ira nació Fuego, el gran titán de la destrucción.
                La primera orden del recién nacido fue consumir a Diorna. Fuego la envolvió, y la diosa de la vida ni siquiera trató de defenderse; había consumido su última esperanza, no quedaba nadie a quien pedir ayuda y su mundo desaparecería y, ¿Qué podía hacer una diosa de la vida sin un mundo al que otorgársela? Así se dejó envolver por Fuego y cumplir la venganza de Oscuridad y, con su muerte, la primera de todas, nació Sertia, la diosa de la muerte y la sangre.
Irónicamente, fue su fin lo que hizo su sueño realidad, pues cuando Fuego la envolvió y la consumió se convirtió en cenizas, y sus cenizas cayeron desde el Eternia hasta llegar al mundo, y allí donde caían, surgía la vida. Sin embargo, las cenizas sólo tocaban una pequeña parte de la superficie, mientras el resto de Altgea permanecía desierto y baldío. Fue entonces cuando Viento vio la oportunidad de cumplir su promesa: Descendió al mundo y esparció las cenizas por todas partes, otorgando la vida a todos los rincones de Altgea y cumpliendo así con la palabra que le había dado a Diorna, y aún hoy sigue haciéndolo, cada primavera, esparce las semillas y repite el ciclo para que se sepa que no hay nada que pueda variar la palabra del Viento.

                El mismo instante en el que se produjo el fallecimiento de su hija Tierra y Agua lo notaron y, arrepentidos por su negativa a ayudarla, decidieron hacer realidad su último deseo. Descendieron al mundo y entraron en él; cuando Tierra entró se crearon las montañas y los valles, cuando lo hizo Agua nacieron los ríos y los océanos, y así el mundo que Diorna había imaginado se hizo realidad. Sin embargo, mientras esto ocurría, Oscuridad tomaba una terrible decisión. Llevada por la ira, eligió borrarlo todo, devolver el universo al vacío original donde sólo estaba ella y empezar de nuevo. Sin embargo, los dioses no deseaban morir, en su ira había dado a Fuego demasiado poder, y de su luz nació el único que podía hacerle frente: Sólix, el dios del sol.
                Desde el momento de su nacimiento, Sólix y Ocuridad estuvieron destinados a enfrentarse y la batalla comenzó en ese mismo instante. Fuego, debilitado por los recientes acontecimientos, sabía que no sobreviviría al fuego cruzado de aquella lucha y decidió refugiarse en el único sitio donde pudiera estar seguro; el interior de la tierra. Descendió al mundo y penetró en él, y allí por donde pasó lo consumió todo a su paso, creando el lugar que hoy conocemos como el desierto del fuego. Tierra, sabiendo de la naturaleza destructiva de su hermano, le dejó pasar sin oponer resistencia y, una vez estuvo en el centro, cerró el camino tras de sí, encerrándolo para siempre en el centro de la tierra. Aún hoy, Fuego trata de escapar de su prisión, y cuando consigue abrir una brecha los volcanes estallan y el humo asciende al cielo. Pero Tierra y Agua saben que su misión es que Fuego continúe ahí atrapado, y cada vez que hace una brecha demasiado grande, ellos producen un terremoto o un maremoto, tratando de volver a cerrarla.
Tras mucho tiempo combatiendo Solix y Oscuridad se retiraron a descansar sin que hubiera un vencedor y de las cenizas de esa primera batalla surgió Beliaq, el dios de la guerra. Desde aquel primer combate ambos dioses siguen luchando sin descanso; mientras Solix vence es de día en Altgea pero cuando Oscuridad prevalece la noche toma posesión del cielo.

Cuando Diorna murió, al igual que Tierra y Agua, Ean sintió la perdida de su amada. Hecho a llorar sin poder contener la tristeza y por un instante hasta quiso perder la esperanza. Pero era quien era y la esperanza regreso a él con más fuerza que nunca al ver cómo, gracias a viento, el mundo de la mujer que amaba se había hecho realidad. Entonces comprendió que a veces los caminos no son fáciles pero si te mantienes firme alcanzas tu objetivo, cualquiera que sea al medio. Se dio cuenta entonces de que su único objetivo era volver a ver a Diorna y, completamente convencido pronuncio una frase que hasta entonces no había tenido sentido.
-Es nuestro… destino.
De las vibraciones y el poder surgidos de la ultima palabra, que cobro sentido solamente en el instante en que el la pronunciaba, surgió un nuevo y enigmático dios. Así nació Valian, el dios del destino.
Mientras todo esto sucedía en el Eternia en Altgea pasaban los años y, de las poderosas cenizas de la diosa muerta, surgían no solo bestias, animales y criaturas, sino también razas pensantes y racionales que comprendían a que precio su hogar había sido creado. La primera raza en nacer fueron los silfos, criaturas humanoides similares a como un mortal se imagina ahora un hada pero de tamaño humano. Nacidos de las cenizas mas puras de la diosa estas criaturas eran tremendamente poderosas. Poseían alas y el don de la inmortalidad y podían cambiar el mundo a su voluntad casi por completo, eran como pequeños dioses buenos y compasivos. La segunda raza en despertar fueron los Ent. Creados por los silfos usando el poder de las cenizas para dotar de inteligencia a los arboles de aquella época los Ent fueron criados y educados por los silfos y heredaron de ellos su paciencia y templanza. La tercera raza en aparecer fueron los elfos. Surgieron de las propias cenizas sin que ninguna de las primeras raza interviniera en su despertar pero una vez nacieron se unieron a Silfos y Ent y aprendieron de ellos a mar y honrar el mundo en el que vivían.
Así comenzó una época dorada para Altgea que duraría muchos siglos de utopía entre las viejas razas. Pero nada es eterno y muchas cosas aún estaban por venir. Cosas que cambiarían el destino de Altgea hasta convertirla en lo que es hoy.
Los siglos pasaron en Altgea mientras en el Eternia los dioses empezaban a adquirir sus responsabilidades; Sertia iba en busca de las almas de los muertos mas recientes, Valian hilaba finamente los hilos del destino de muchos de las nuevas razas, Beliaq desafiaba a otros dioses a batallas solo para demostrar su superioridad, Ean seguía buscando la manera de revivir a su amada y Solix y Oscuridad continuaban con su eterna lucha. Fue con el paso de los años, observando atentamente el mundo que la muerte de su amada había dado a luz, cuando Ean se percato de que durante el día, mientras Solix vence, el mundo era un lugar verde y hermoso pero cuando caia la noche, y Oscuridad tomaba el cielo, se convertía en un lugar frio y tenebroso donde las razas buscaban refugio hasta el nuevo amanecer.
Cuando se dio cuenta de esto Ean se sintió frustrado; a pesar de su gran sacrificio el lugar que su amada había creado seguía siendo triste y oscuro la mitad del tiempo. Se dio cuenta rápidamente de que eso no era lo que Diorna hubiera querido y decidió iluminar el cielo nocturno hasta hacerlo tan bello y brillante como el día. Prometió que por cada esperanza cumplida de un ser de las nuevas razas colocaría una estrella en el firmamento y por su propia esperanza, la esperanza de un dios, coloco la luna. Su esperanza aun no se ha cumplido y por eso mengua y se desvanece pero todos los meses regresa a él hasta convertirse de nuevo en luna llena. Pero incluso cuando la suya es invisible las estrellas siguen iluminando el cielo, lo que el no sabia, pobre iluso, es que al llevar la luz a la oscuridad crearía la época de mayor desesperanza.
A medida que nuevas esperanzas se cumplían el firmamento se iba plagando de estrellas y su visión era cada vez mas hermosa hasta que las nuevas razas dejaron de temer a la noche y pasaron a deleitarse en ella, bañarse en la luz de la luna. Algunas hasta la ansiaban mas que al propio día pues la belleza resalta mas en medio de la oscuridad. Con el tiempo, al ver que las razas de Altgea disfrutaban tanto de la noche como del día, Solix se sintió abandonado, triste; ¿para que tanto esfuerzo? ¿para qué tanta lucha constante contra la Oscuridad si al final la amaban a ella mas que a él? Fue entonces cuando decidió crear una nueva raza, una raza que a pesar de las estrellas y la luz siguiera teniendo miedo de la noche, una raza que le amase y valorase su lucha y su esfuerzo. Reunió su poder y creo un cuerpo a su misma imagen y, en el lugar donde iría su corazón, coloco una chispa de su fuego y ese fuego le dio vida.
Así nació la raza de los hombres.
Los hombres se extendieron por el planeta como lo habían hecho las otras razas. Al principio se adaptaron al mundo en el que habitaban y a la paz que lo poblaba y así largos siglos de armonía se sucedieron en Altgea. Y mientras las viejas razas disfrutaban por igual del día y de la noche Solix permanecía contento pues los humanos temían a la oscuridad. Muchos años transcurrieron hasta que todo cambio, años durante los cuales los hombres se dispersaron y extendieron por la superficie de Altgea a un ritmo mayor que las demás razas que la poblaban. Esos tiempos fueron pacíficos y hermosos, una época durante la cual todas las razas se relacionaban entre si como hermanos, un tiempo que tiene el nombre de La época dorada. Sin embargo llega un momento en que todo alcanza su fin y el gran cambio, tal y como sucedería con muchos otros a partir de entonces, vino de manos de los hombres.

Los hombres se habían adaptado al mundo en el que habitaban y durante generaciones había reinado la paz. Por desgracia ellos no habían nacido de la dios de la vida y, por muy poderoso que pueda ser, Solix es un dios guerrero; el dios del día había nacido para luchar no para crear vida. Y sus creaciones… tenían defectos. A lo largo de los siglos habían tomado forma en su interior sentimientos extraños, oscuros. Sentimientos que más tarde darían vid a los demonios. La envidia, la lujuria y el odio empezaron a tomar forma en el interior de los hombres y en algunos de ellos crecieron hasta apoderarse de sus corazones y apagar la luz que Solix había puesto en su interior. Y entonces, al amparo de las sombras de la noche cuyo temor Solix había puesto en su interior, la oscuridad de aquellos sentimientos venció a la ultima chispa que quedaba en el corazón de alguien. Por primera vez en la historia un hombre murió a manos de otro.
Mientras el primer asesinato se perpetraba en la superficie de la tierra en el Eternia tenia lugar un combate entre Beliaq y Valian. El dios del destino arrojo tres flechas a su rival. Cuando Beliaq las desvió las tres flechas cayeron del Eternia y descendieron sobre Altgea en forma una gran bola llameante. La primera se perdió en el océano de las serpientes, la segunda cayó sobre la montaña más alta creando un enorme volcán y la tercera… la tercera sello el destino de este mundo para siempre. La tercera de las flechas cayo en el norte, en el lugar que hoy conocemos como las Tierras Yermas, y abrió una brecha tan grande que pareciera que iba a partir el mundo en dos. Sin embargo, la grieta apenas significo nada, pues lo importante fue lo que ocurrió después. Nadie sabe exactamente como; unos dicen que fue a causa del primer asesinato, otros que fue un castigo de los dioses y otros simplemente dicen que aquella flecha no solo atravesó la tierra de nuestro mundo, sino que abrió una puerta entre este y otro. Aunque nadie sepa cómo o porque lo que sí se sabe con seguridad es lo que sucedió; de la enorme grieta surgieron unas llamas fantasmales altas como cualquiera de las torres de magia y de aquel fuego comenzaron a salir terribles criaturas retorcidas y malvadas, monstruos abominables con poderes destructivos y mentes perversas que devoraron y arrasaron todo aquello que encontraron a su paso.
Ese fue el primer encuentro de Altgea con los demonios y así dio comienzo La guerra de la sangre.
Desde las llamas fantasmagóricas los demonios surgieron rugiendo y devorándolo todo como una plaga. Las civilizaciones cercanas a la gran grieta se vieron forzadas a huir hacia el sur a medida que la innumerable masa de bestias salía sin parar de etéreo espejo a otro mundo, respecto a las que quedaron atrapadas al norte de la grieta… jamás volvió a escucharse nada de ellas. Nadie sabe con exactitud cuanto duro esta guerra pero muchos hijos de los hombres jamás conocieron la paz; nacían bajo la amenaza y sombras de las bestias y la mayoría moría luchando contra ellas.

Al principio de la guerra las cenizas de Diorna seguían frescas en Altgea, justo a flor de piel, y gracias a eso la magia era poderosa y con ella se enfrentaban las razas a los demonios. Pero con los siglos estos restos se fueron extinguiendo, hundiéndose más y más en el interior de Altgea, y cada vez usar la magia era más difícil y no existían las espadas o la forja. Solo podían combatir contra las bestias con la magia… y esta se estaba muriendo.  Los demonios se extendieron hacia el sur conquistando y devorándolo todo a su paso y ningún de las razas podía detenerlos, ni siquiera la ayuda de los dioses era suficiente. Hasta que llego un die en que Beliaq, observando la guerra desde el Eternia y deleitándose en ella, se dio cuenta de que esta estaba llegando a un punto crítico; si los demonios seguían avanzando a este paso pronto conquistarían el mundo entero y entonces la guerra terminaría.
Beliaq, deseoso de mas batallas y actos sangrientos, quería prolongar la guerra lo máximo posible así que reunió sus fuerzas y de los gritos y la sangre de la batalla creo q Hertrus, el dios de la forja. Hertrus, a pesar de tener un padre un tanto cruel, nació con un corazón compasivo y tierno y cuando Beliaq le dijo que enseñara a forjar armas y armaduras a las razas de Altgea este accedió de buen grado. Sin embargo el orgullo de Beliaq hizo que quisiera probar la fuerza de su propia creación. Antes de dejarle descender a Altgea desafío a Hertrus a un combate tan brutal que desfiguraron el cuerpo y el rostro del nuevo dios. Sintiéndose traicionado y avergonzado por su aspecto el dios de la forja noto como el odio crecía en su interior y decidió castigar a su padre de la única manera que podía.
Hertrus se negó así a enseñar la forja a los mortales y abandono a las razas de Altgea a su suerte.

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