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CRIMENES DE "HONOR"
En Jordania, Yemen, Egipto y Pakistán
las mujeres son castigadas con la muerte por perder su virginidad antes del
matrimonio, ser infieles e incluso por ser violadas. Sólo durante el año pasado
murieron 1.500 por estos motivos a manos de sus propios familiares. Éstos
reciben un castigo ridículo: tres meses en prisiones donde son tratados como
héroes. En Jordania se han empezado a denunciar estos asesinatos, y ya existen
refugios donde se les ofrece protección. Yasmin, de 16 años, no tuvo esa
suerte.
Una mujer joven yace al pie
de una hilera de cipreses. Su pelo castaño está recogido, pero algunos mechones
caen sobre su cara. Sus ojos están abiertos. La hojarasca bajo su cuerpo está
teñida de rojo, así como su chaqueta y sus pantalones vaqueros. Una observación
más detallada indica que ha sido degollada. A los 15 años fue violada por tres
hombres y después se casó con un primo suyo que, al poco tiempo, se divorció de
ella. Más tarde se enamoró de un hombre que conocía su historia y, a pesar de
que su familia se oponía a la relación, se fugó con él y contrajeron
matrimonio.
A las tres semanas, la policía los descubrió y los trajo de
vuelta a Amman, la capital de Jordania. Es práctica común que la chica sea
retenida “por su propia seguridad” en la prisión de Jweidah. Su primo llegó para
pagar su fianza. Firmó un contrato donde prometía que la familia abonaría 5.000
dinares jordanos (alrededor de 1330 pesetas) en el caso de que la mataran. Su
padre la aguardaba fuera de la prisión en su camioneta. En vez de llevársela a
casa, la condujo hasta un bosque de cipreses próximo al aeropuerto y le cortó el
cuello.
El homicida pasó tres años en prisión, una sentencia, no
obstante, mucho más severa que la media de tres meses que se aplica a los
hombres que han sido condenados por matar en nombre del honor. En Jordania,
aproximadamente cada dos semanas, se produce el asesinato de una mujer por haber
perdido su virginidad, ya sea víctima de los rumores o de una violación. Sin
embargo, sólo en el transcurso de los últimos años se ha iniciado un intento por
detener estos asesinatos, cambiando una legislación excesivamente
tolerante.
Durante los últimos seis años, Rana Husseini, una periodista
de The Jordan Times, se ha enfrentado a amenazas personales en su país natal por
denunciar estos asesinatos. A pesar de sus denuncias, el panorama no es muy
prometedor. El año pasado, los legisladores jordanos rechazaron, casi por
unanimidad, cualquier intento de terminar con estas muertes. Tras la derrota de
la moción y en medio del torbellino político de Oriente Medio, los asesinatos
por honor, al igual que muchas de las cuestiones que afectan a las mujeres y a
los niños en el contexto de un conflicto bélico, parecen haberse relegado una
vez más. A finales del pasado año, una resolución de las Naciones Unidas, que
expresaba su condena sobre este asunto, sólo pudo ser aprobada con un texto más
diluido, con la abstención de 20 países, incluida Jordania.
Mientras
tanto, en el Instituto Nacional de Medicina Forense de Amman, el doctor Hani
Jahshan percibe pocas novedades en los casos de crímenes contra la mujer:
“Tenemos que cambiar por completo la mentalidad en torno a la virginidad. Cuando
ves a una mujer que llega a la unidad forense inmediatamente se le asocia con la
mala vida”, asegura. Su labor consiste en examinar a las acusadas de llevar una
“inadmisible vida sexual”, que también incluye el verse sometidas al sexo con
intimidación. A menudo, el forense tiene que examinar a niñas que se han fugado
de casa para determinar si han mantenido relaciones sexuales mientras se
encontraban lejos del control de sus familias.
La chica bajo la fila de
cipreses desaparece mientras el doctor Jahshan, a golpe de clic de ratón,
muestra en su monitor algunas de las fotografías del antes y el después de las
pacientes. En su ordenador almacena, aproximadamente, 50 casos que guarda para
una ponencia perteneciente a una conferencia europea sobre la violencia
doméstica y el crimen de honor. Sin embargo, debido a la estricta legislación
jordana sobre la investigación de muertes sospechosas, lo más probable es que
una gran mayoría de los asesinatos de mujeres por motivos de honor pasen
inadvertidos. Por ejemplo, en Egipto, donde el problema es endémico en las
comunidades rurales, las chicas pueden ser asesinadas y enterradas sin que nadie
lo sepa.
El ordenador del doctor Jahshan muestra ahora dos imágenes de
mujeres quemadas por casarse con egipcios. En otro par de fotos, dos hermanas
aparecen acribilladas a balazos. Las obligaron a sentarse en el suelo mientras
su hermano, de pie ante ellas, las rociaba con fuego de ametralladora. Su crimen
parece haber sido actuar de una manera sospechosa.
El doctor muestra las
imágenes con reparo, como si en cada instante que aprieta el botón de su ratón
estuviera penetrando en el reino de los muertos, un lugar donde no tiene derecho
a estar. En la mitad de las imágenes, las muchachas aún están vivas, de pie
junto a su mesa de reconocimiento y exponiendo un brazo o una cadera con
quemaduras del tamaño de una moneda o con hematomas. Sus caras permanecen fuera
del encuadre de la foto. En la segunda imagen, las mismas chicas están muertas y
yacen sobre la mesa. Lo que queda de sus rostros se muestra porque el anonimato
ya no les ofrece protección alguna.
Factores
culturales. Jahshan reposa su mano sobre la barbilla y mueve la cabeza
mientras las imágenes se van alternando de mujer viva a cadáver, y en voz baja
va contando la historia de cada una de ellas: “En ocasiones vienen y te dicen
que van a morir”, afirma mientras aleja su vista de la imagen de una de las
mujeres asesinadas . “Me pongo enfermo cada vez que veo esta foto. La examiné
mientras seguía viva. Una hora más tarde la tenía encima de la mesa para la
autopsia”.
Los crímenes de honor también tienen lugar en Europa, el
sudeste asiático, Sudamérica y África. Las cifras, a pesar de no ser exactas,
revelan el origen del problema. La cuarta parte de todos los crímenes cometidos
en Jordania se atribuye a crímenes de honor. El año pasado fueron asesinadas
1.000 mujeres en Pakistán.Û Û Otras 400 sufrieron el mismo destino en 1997 en
Yemen. En Egipto, la cifra oficial fue de 52. Y entre 1996 y 1998, en El Líbano
se reconocieron 36 asesinatos. En la Franja Oeste y en Gaza, más de las dos
terceras partes de los homicidios se sospecha que son crímenes de honor. ¿De
dónde procede esta necesidad de matar? La afirmación más frecuente y errónea es
que estos asesinatos tienen su origen en la fe islámica, la sharia. En ella
queda claro su postura en cuanto a las relaciones extramatrimoniales y los
castigos que se aplican. Cuatro testigos deben descubrir a la pareja en el acto.
En muchos casos, si están casados, ambos son ejecutados en público; si están
solteros, cada uno recibe 80 latigazos. Los asesinatos, sin embargo, son también
una resaca cultural de la vida tribal que antecedió tanto al islam como a la
cristiandad. Sus raíces se remontan al Código de Hammurabi y a los códices
asirios del año 1.200 a.C, que definen la virginidad de una mujer como propiedad
de su familia. Hoy en día, las mujeres cristianas tienen las mismas
posibilidades de ser asesinadas que las mujeres musulmanas.
Entrevista clandestina. Sarhan Abdullah estuvo, en 1998,
seis meses en la prisión de Jweidah por el asesinato de Yasmin, su hermana de 16
años. “Le disparé cuatro balas en la cabeza”, explica mientras se acomoda en el
asiento posterior de un coche fuera del mercado donde ahora trabaja. Debido al
Ramadán, no hay ningún café abierto, por lo que aparcamos en el arcén de la
autopista para conversar. Yasmin, me dice Sarhan, acababa de regresar a su
domicilio tras visitar la casa de su hermana mayor donde fue violada. En lugar
de identificar identificar al agresor, Yasmin afirmó “ya no soy una niña”. Antes
de presentarse en la oficina gubernamental para ser examinada fue retenida en la
prisión. La familia de Sarhan, su tío, padre, madre, y 700 miembros de su tribu,
decidieron en una asamblea que la joven debía morir para redimir el nombre de la
familia, porque sólo “la sangre lava el honor”. El padre de la víctima acudió a
la prisión para firmar la fianza de 5.000 dinares ( 1.330 pesetas
aproximadamente) de rigor con la cual la familia se comprometía a no asesinar a
la joven.
Sarhan la disparó tan pronto entró por la puerta. “Tuvo que
morir porque cometió un error”, afirma moviéndose en su asiento y tirando de la
borla de su fez rojo. “Si ella no hubiese muerto, tendríamos que haber matado a
mil hombres debido a la vergüenza”. El cuñado de Yasmin fue el responsable de la
violación y tras el acto se dio a la fuga. Sarham pasó los habituales seis meses
en la prisión para hombres de Jweidah donde, según explica, “fui tratado como un
héroe. A todos nos trataron como héroes”. Por aquella época, él era uno de los
27 hombres encarcelados por crímenes de honor. El día de su liberación, sus
padres llegaron a Jweidah portando una espada ceremonial para celebrar su
liberación. “Los cuatro kilómetros que separan la cárcel de mi casa los realicé
montado en un corcel blanco porque con la muerte de mi hermana había lavado el
honor de mi familia”.
Algunos pueden pensar que el fratricida, tal vez,
pueda sentirse orgulloso de su leve sentencia, pero no es así. Tras la muerte de
su hermana, él se ha convertido en un paria. Desearía que el castigo por un
crimen de honor fuera la ejecución. “Si las familias supieran que con ello
también pierden a sus hijos, dejarían de hacerlo”, arguye Sarhan. “Ya le he
pedido a once mujeres que se casen conmigo, incluida la hija del tío que me
apoyó para que fuera a asesinar a mi hermana. Ella se ha negado y las otras se
niegan por temor a que pueda matar a sus hijas. Cometí el acto más estúpido que
jamás pude imaginar: al asesinar... he perdido mi futuro. La mayoría de la gente
me elude y me teme. He perdido la oportunidad de casarme y de tener hijos. Todo
esto por culpa de mi pueblo, ya que ahora, a sus ojos, no soy más que un
criminal”.
Con todo lo que ha atravesado y con su deseo de ver la ley
enmendada, en el caso de que pudiera encontrar una mujer dispuesta a tener sus
hijas con él, ¿volvería a asesinar de nuevo? “Por supuesto que las mataría,
mientras continúe en esta sociedad, tendría que hacerlo”. Más tarde, cuando le
dejamos al lado de la autopista, sentenció: “Esto no se acabará
nunca”.
Se tardan unos 15 minutos en coche desde el centro de Amman hasta
la Prisión y Centro Correccional para Hombres y Mujeres de Jweidah. La prisión
recibe su nombre de este suburbio de la ciudad donde, rodeado por alambre de
espino, se extienden los bajos edificios blancos penitenciarios. Alguien ha
tendido un uniforme de presidiario azul marino sobre una pared de piedra para
que se seque al sol. En este momento, en su interior hay 50 reclusos y reclusas
condenados por crímenes de honor. Una de ellas es Inas Subehi, que lleva seis
años en prisión y que en la actualidad tiene 23 años.
Cuando Rana
Husseini, la periodista de The Jordan Times, y yo solicitamos autorización para
visitar a Inas en la cárcel, el alcaide se negó a ello. Afirmó que la joven se
negaba a hablar, lo cual nos pareció extraño porque lo que ella quiere es que el
mundo sepa su historia. Rana me narra cómo Inas fue obligada a casarse con un
primo, a quien no quería, y de cómo se enamoró de su vecino, un músico que le
cantaba serenatas. Se fugaron juntos y en su huida, su tío la persiguió y le
disparó 12 veces. “A pesar de que ya ha cumplido su sentencia de dos años por
adulterio, no hay forma de que pueda abandonar la prisión. La consideran una
paria y nunca será puesta en libertad a menos que quieran que la maten”, afirma
Rana, mientras estamos sentadas fuera de la cárcel y el alumbrado público se va
encendiendo con el ocaso. La única forma de que Inas pueda abandonar Jweidah es
si otro hombre (por lo general mucho mayor) acude a la cárcel para,
discretamente, casarse con ella.
Existe otra alternativa, un refugio
secreto organizado por la Unión de Mujeres Jordanas (JWU) con cinco camas. Las
mujeres sólo pueden quedarse ahí de dos a siete días. “Sólo acuden a nosotros
cuando no tienen ningún otro lugar donde ir”, afirma la vicepresidente de la
JWU, Nadia Shamrouk. “Además, el Gobierno no nos ayuda económicamente. En
Jordania, el concepto de refugio resulta peligroso. Se percibe como algo
foráneo, procedente de un Occidente con una moral en bancarrota que empuja a una
hija a separarse de su familia”.
El papel del rey.
El año pasado parecía que Jordania, indiscutiblemente una de las naciones
árabes más progresistas, podría servir de experimento para ilegalizar el crimen
de honor. El rey Abdullah II y la reina Rania se manifestaron en contra de los
asesinatos en la televisión francesa. El pasado 14 de febrero, los príncipes Ali
y Ghazi estuvieron al frente de una manifestación de 5.000 personas por las
calles de Amman; Rana Husseini y su comité de once miembros reunieron más de
15.000 firmas de jordanos para abolir el artículo 340 (uno de los dos artículos
que permiten la aplicación de sentencias leves en los crímenes de honor). Pero
79 de los 80 miembros de la cámara baja del Parlamento votaron en dos ocasiones
en contra de la abolición del citado artículo. Los parlamentarios se mostraron
furiosos ante lo que consideraron una claudicación de la monarquía hachemita
ante la presión occidental. Uno de sus detractores, Saud Tamimi, afirma que
Jordania “está siendo chantajeada por 250 millones en fondos de ayuda
procedentes de los Estados Unidos”. La ironía reside en que el texto legal por
el que los líderes tribales lucharon tan enconadamente por proteger es, de
hecho, francés, un vestigio del código napoleónico de 1810.
Mucha gente
sospecha que altos cargos del Gobierno jordano sabotearon intencionadamente la
iniciativa para acabar con los crímenes relacionados con el honor, cuando
mencionaron “la presión internacional y de las organizaciones de derechos
humanos” como responsables de este intento de cambio. Resulta obvio que el
Gobierno se refería a Occidente. Tras la votación en contra, tanto la reina como
el rey han mantenido silencio sobre este asunto.
En la Franja Oeste, la
Intifada se ha convertido en el espectáculo principal en el área de los abusos
de los derechos humanos. Nadera Shalhoub-Kevorkian, la única profesora palestina
en la Universidad Hebrea de Jerusalén, asesora, casi a diario, a muchachas que
temen por sus vidas. Su trabajo sobre los crímenes de honor comenzó durante la
anterior Intifada y su investigación concluyó que las mujeres palestinas estaban
siendo violadas por soldados israelíes y después eran asesinadas por sus
familiares por la pérdida de su honor. “Lo que ocurrió fue similar a lo sucedido
en Bosnia, cuando la violación se utilizó como crimen de guerra”, dice. Ella
afirma que los soldados israelíes sabían que esta profanación llevaría a las
mujeres a la muerte. Ahora ve que las mujeres siguen sufriendo un silencioso
aislamiento. Desde una estudiante que llora porque su novio murió en un
enfrentamiento y no puede vestir de luto por temor a que su familia piense que
se acostó con él hasta una mujer cristiana de 27 años llamada Leila, que tuvo
que luchar por el derecho a estudiar en vez de acatar el deseo de sus padres
para que se casara y abandonara el mundo profesional. “En el instante en que me
gradue, tendré que regresar a casa”, afirma. Su familia ya apareció en una
ocasión y la llevó a rastras de regreso a su pueblo. “Llegaron a mi apartamento
y pensé que venían de visita, pero me exigieron que liquidara mis asuntos en dos
días. Me sentí tan avergonzada que ni siquiera se lo conté a mis
amigos”.
Como no tenía más elección, Leila regresó a su casa y luchó por
el derecho a regresar para realizar el master en el que ya había sido aceptada.
“Todavía me quedan unos cuantos peldaños antes de convertirme en un ser humano”,
afirma ella. Aún así, se muestra decidida a terminar su doctorado. “Cuando mi
hermana pequeña venga aquí, también lucharé por ella”, añade. Le resulta más
fácil luchar por otra persona que por ella misma, aunque de repente parece
percatarse de su atrevimiento: “Quizás exijo demasiado”.
Por lo tanto,
¿cuál es el siguiente paso en la cuestión del honor? Asma Khader, el abogado
jordano especializado en derechos humanos, aboga por un arbitrio social. “Ya
existe un precedente fuera del Juzgado de Familia jordano, aunque sólo en el
caso de violencia doméstica. Supone designar como mediadores a líderes
comunitarios y la solución de problemas individuales fuera de la luz pública,
mediante un acuerdo privado firmado por ambas partes, y donde las familias
puedan evitar la vergüenza pública que les conduce a matar a sus
hijas”.
Sin embargo, las raíces culturales son más poderosas que la ley.
Abdul Karim Dughmi, anterior ministro de Justicia jordano, afirma que “todas las
mujeres asesinadas en casos de honor son prostitutas. Pienso que las prostitutas
merecen la muerte”.
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