Caballeros 1

sábado, 30 de junio de 2012

La paloma azul (La Bazán modernista)

Un día, mirando hacia el tejado del cual habíanse apoderado las palomas, vi una cosa que me dejó aturdida de emoción: una paloma nueva, desconocida, pero del mismo color, exactamente del mismo color del trozo de cielo. Una paloma de plumaje de turquesas, un ave que parecía una flor, un ser divino. He dicho antes que la niñez no razona muchas cosas, pero su instinto es cualidad maravillosa mal estudiada aún. ¿Quién me había enseñado a mí que una paloma azul no existía en la realidad, que sólo podía venir del infinito?

Los colores de las palomas eran variadísimos. Las había verde metálico, gris perla, nacaradas, con tonos y cambiantes cobrizos... ¡Pero aquel azul! Aquél era exactamente el matiz de mi alma, era la nota de mis ensueños, mi mismo ser, impregnado, bañado en el fluido de las lejanías misteriosas y la onda clara de los dilatados mares...

Y la paloma de plumaje de turquesa aleteaba dentro de mí, y yo suponía que, después de aparecérseme un instante, iba a levantar el vuelo, perdiéndose otra vez en su elemento propio, la bóveda de turquesa también, que se extendía sobre los prosaicos tejados, justificando la copla popular:

"El cielo de Marianeda
está cubierto de azul...".


Con gran sorpresa mía la sobrenatural paloma se confundió entre las demás vulgares; púsose a seguir a una hembra feúcha, gris pizarra, y porque se atravesó un palomo canelo, le atizó un feroz picotazo, que le arrancó plumas tintas en sangre.

A todo esto la familia había acudido, y asombrada del color de la paloma, resolvía su captura. Cuando vi que iban a recluir en una jaula a la paloma azul, ¡qué ardiente deseo me entró de que huyese, de que levantase el vuelo y se perdiese, ligera flor cerúlea, en el abismo del firmamento! Porque me parecía un sacrilegio ponerle la mano encima y resolví libertarla, abrir su cárcel, restituirla a su esfera propia.

Con granos de trigo y pan desmigajado atrajeron a la paloma hasta meterla en casa, donde cerrada de pronto una ventana, quedó a merced de los cazadores. Palpitante la prendieron y examinaron atentamente sus plumas, pétalos de flor extraña, entablándose discusión de si aquello era o no natural.

Está teñida, decían los más; pero entre los criados, espíritus sencillos, hubo alguno que hasta afirmó haber visto palomas así, aunque muy raras, y siempre proféticas, anunciadoras de grandes acontecimientos. Mis simpatías estaban absolutamente con los criados (caso muy frecuente en la niñez).

¡Teñida la paloma! ¡Vaya una ocurrencia! ¿Pueden las palomas teñirse? ¿Cómo se tiñen? ¿No era más natural creer que unos de los huevecillos preciosos que yo veía en los nidos llevaban en sí, por misteriosa obra de fuerzas desconocidas, el matiz celeste del plumaje, tan igual, tan puro; aquel azul delicado, celeste, luminoso al sol?

Veinticuatro horas llevaba la paloma en una jaula sin que hubiese podido subirme en una silla para darle libertad -¡estaba tan alto el clavo y yo era tan chica!-, cuando recibimos recado de unos vecinos que poseían palomar, y reclamaban la devolución de una paloma blanca, teñida con añil, la víspera, por los chiquillos... Sentí el dolor, la glacial punzada del desengaño. Me puse triste; mi espíritu se encogió: ¡Teñida, falsa, artificial la paloma soñada!

Y por una de las lecturas que sobrepujaban a mi entendimiento de diez años, y en las cuales me enfrascaba entonces, supe aquella misma tarde que tampoco, ¡lástima grande!, es azul el cielo. Y me dolieron y me sangraron las alas de la fantasía que, ¡ésas sí!, eran bien azules...

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