Caballeros 1

lunes, 7 de mayo de 2012

Lectura de una obra con tintes de escándalo en su época

   “El sí de las niñas” está compuesta por tres actos. Recordemos que antiguamente la comedia poseía cinco Actos, una de las innovaciones que vimos en Lope fue reducirla  a tres.

La historia es simple. Una viuda pobre va a buscar a su hija al convento donde la están educando, la chica de dieciséis años, ya está comprometida en matrimonio por decisión de su madre, con un señor rico, solterón pero muy anciano para ella. Juntos van a buscarla y al regreso se quedan en una posada a pasar la noche. Allí transcurre toda la historia, sólo con una escenografía, y en el lapso de tiempo de una noche. La chica confiesa estar enamorada de un militar que luego resulta ser el único sobrino del anciano rico. Así, que con mucha sabiduría el anciano decide que la joven pareja continúe su amor, retirándose con mucho honor de la disputa y cediéndole la amada a su sobrino, ya que ella es a él a quien quiere.
Hay algunos pasajes puntuales donde vemos claramente hacia qué elementos de la sociedad apunta el autor en la obra. Es precisamente en la escena VII del Acto Tercero, donde Don Diego dice:
He aquí los frutos de la educación. Esto es lo que se llama criar bien a una niña: enseñarla a que desmienta y oculte las pasiones más inocentes con una pérfida disimulación. Las juzgan honestas luego que las ven instruidas en el arte de callar y mentir. Se obstinan en que el temperamento, la edad ni el genio han de tener influencia alguna de sus inclinaciones, o en que su voluntad ha de torcerse al capricho de quien las gobierna. Todo se las permite menos la sinceridad. Con tal que no digan lo que sienten; con tal que finjan aborrecer lo que más desean; con tal que se presten a pronunciar, cuando se lo manden, un sí, perjuro, sacrílego, origen de tantos escándalos, ya están bien criadas; y se llama excelente educación la que inspira en ellas el temor, la astucia y el silencio de un esclavo”.
Moratín critica la hipocresía que supone mantener las apariencias a cualquier precio, incluso de la propia felicidad. Quien hace lo que desea no es digno, es digno aquel que hace lo que de él se espera. Pega muy fuerte asimismo a la educación de la época, que  era religiosa. Son muchas contradicciones que saca a relucir; la educación religiosa enseña a mentir, eso está prohibido dentro de las leyes de la Iglesia. O sea que no pone en tela de juicio simplemente a la educación, sino a todo un sistema y entramado social sostenido en los pilares de la mentira. Casamientos sin amor, por conveniencia que traen al mundo hijos que seguirán la misma tradición.
Más adelante, en la escena XI del mismo Acto, Don Diego hace un comentario, que no por gracioso es menos cierto, él dice: “Esto le pasa a quien se fía de la prudencia de una mujer”. Es muy gracioso, porque en el caso de la protagonista, Doña Irene, la mesura y reflexión no eran precisamente sus virtudes más destacadas. De todos modos la generalización del concepto es lo que a esta altura, siglo XXI, nos da risa, en ese momento, obviamente, era una desestimación a la capacidad de la mujer para resolver de manera práctica los conflictos.
En el final, Don diego dice algo relacionado directamente con el título de la obra.
Esto resulta del abuso de autoridad, de la opresión que la juventud padece; éstas son las seguridades que dan los padres y los tutores, y esto lo que se debe fiar en el sí de las niñas... por una casualidad he sabido a tiempo el error en que estaba... ¡Ay de aquellos que lo saben tarde!”.
Aquí el autor hace una especie de denuncia en boca de uno de sus personajes. Los hombres que se casan con una mujer que ha sido obligada a aceptarlos, no tienen marcha atrás cuando se dan cuenta de que no los quieren. Esto hace matrimonios y vidas infelices, no sólo a la pareja, sino a todo su entorno directo. Se termina viviendo en una gran mentira y lo peor de todo es que además, creyéndola

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