Caballeros 1

martes, 8 de noviembre de 2011

El Amor Cortés en La Celestina.

http://faculty-staff.ou.edu/L/A-Robert.R.Lauer-1/SPAN4153Cel.html
http://parnaseo.uv.es/Lemir/Estudios/LaCelestina.htm
Celestina es una servidora de la sexualidad en todas sus formas; toda su vida se ha dedicado al amor ilícito, hace juicios y da consejos relacionados con el amor y la sexualidad en general. A sus experiencias se unen todo un repertorio de sentencias de los sabios y de refranes populares que dan fuerza doctrinal a sus observaciones.(Russell, P. E., 1991:63 y ss.)

Celestina no sirve al mal por el mal (Maeztu, R., 1962); es capaz de servir al bien si le rinde provecho. Nada le importa fuera de la utilidad; va a lo suyo; es, en una palabra, una mujer lista; sabe lo que le conviene y como conseguirlo; es una profesional del sexo y medra de las pasiones, el vicio y la miseria moral del prójimo, y así lo proclama en varias ocasiones. Sabe que "la naturaleza huye lo triste y apetece lo deleitable", y a procurarlo se dedica, y de lograrlo vive. Es la voz inequívoca de la nueva moral utilitaria, la victoria del interés y del dinero sobre el honor y la religiosidad

Celestina practica la magia unida a la alcahuetería. El elemento mágico en LC responde a que la magia es la gran ciencia en el primer Renacimiento y va ligada a la concepción de la Fortuna: un mundo de fuerzas invisibles que favorecen o perjudican al hombre, lucha contra ellos, los ensalza, los abate, los prima, los castiga...(Maravall, 1976 : 147); exclamará Calixto (Acto XIII, 4.ª):


Cal.- ¡Oh, Fortuna, quanto y por cuantas partes me has combatido!" Pues, por más que sigas mi morada y seas contraria a mi persona, las adversidades con ygual ánimo de han se sofrir, y en ellas se prueva el coraçon rezio o flaco.


Celestina como hechicera o maga trata de actuar sobre las fuerzas de la Fortuna para que sean propicias al hombre y con ello gana dinero, que es su objetivo. La vieja alcahueta-hechicera es, pues, una verdadera experta en actuar sobre el devenir de las fuerzas de la Fortuna así como en el amor como artículo de consumo. Cuando Celestina define qué cosa es el amor reproduce al pie de la letra una definición petrarquista:


Mel.- ¿Cómo dizes que llaman a este mi dolor, que assí se ha enseñoreado en lo mejor de mi cuerpo?

Cel.- ¡Amor dulce!

Mel.- Esso me declara qué es, que en sólo oýrlo me alegro.

Cel.- Es un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura, una delectable dolencia, un alegre tormento, una dulce y fiera herida, una blanda muerte.


Para la vieja tercera, amor y acto sexual son términos intercambiables. Se trata de un sencillo y gozoso acto físico que responde a una necesidad vital predestinada: la continuación de la especie humana (Acto I, 10.ª):


Cel.- [...] Has de saber, Pármeno, que Calisto anda de amor quexoso, y no lo juzgues por eso por flaco; que el amor impervio todas las cosas vence. Y sabe, si no sabes, que dos conclusiones son verdaderas: la primera, que es forçoso al hombre amar a la muger, y la muger al hombre. La segunda, que el que verdaderamente ama es necesario que se turbe con la dulçura del soberano deleyte, que por el Hazedor de las cosas fue puesto por que el linaje de los hombres [se] perpetuase, sin lo qual perescería. [...].


"el soberano deleyte", lo que se propone a Melibea, a lo que aspira Calisto, lo que dice poseer Sempronio, lo que se ofrece a Pármeno, lo que se pide a Areúsa, es decir, gozar de amor carnal y de la juventud y, en general, disfrutar de los placeres de la vida, será la actitud vital más acusada de LC, sólo comparable a la de ciertos textos renacentistas; este principio se solapa a otro más amplio en LC, el placer de vivir, del puro y simple vivir, como un goce y un valor por sí mismo porque en la vida se dan todos los placeres y por esa razón hay que conservarla por encima de todo. Celestina, cuando expone los inconvenientes de la vejez, le dice a Melibea (Acto IV, 5.ª):


Cel.- [...] Dessean llegar allá [toda persona] porque, llegando, viven y el vivir es dulce, y viviendo envegescen. Assí que el niño dessea ser moço, y el moço viejo, y el viejo, más, aunque con dolor. Todo por vivir; porque como dizen, viva la gallina con su pepita. [...].


El principio de universalidad del amor y del placer es base de la "concepción del mundo" en que se apoya las acciones de los personajes (Maravall, 1976: 153 y ss.). La "dulçura del soberano deleyte" les empuja. Melibea, entregada definitivamente al amor, grita a Lucrecia (Acto XVI, 2.ª):


Mel.- [...] ¿Quién es el que me ha de quitar mi gloria? ¿Quién apartarme de mis plazeres?...Calisto es mi ánima, mi vida, mi señor, en quién yo tengo toda mi esperança. Conozco dél que no bivo engañada. Pues él me ama, ¿con qué otra cosa le puedo pagar? Todas las debdas del mundo resciben compensación en diverso género; el amor no admite sino sólo amor por paga. Enpensar en él me alegro, en verlo me gozo, en oýrlo me glorifico. Haga y ordene de mí a su voluntad. Si passar quisiere la mar, con él yré; si rodear el mundo, lleveme consigo; si venderme en tierra de enemigos, no rehuyré su querer. Déxenme mis padres gozar dél, si ellos quieren gozar de mí. No piensen en estas vanidades ni en estos casamientos; que más vale ser buena amiga que mala casada. Déxenme gozar mi mocedad alegre, si quieren gozar su vejez cansada; si no, presto podrán aparejar mi perdición y su sepultura. No tengo otra lástima sino por el tiempo que perdí de no gozarlo, de no conoscerlo, después que a mí me sé conoscer. No quiero marido, no quiero ensuziar los ñudos del matrimonio, ni las maritales pisadas de ageno hombre repisar, como [muchas] hallo en los antiguos libros que leý que hizieron, más discretas que yo, más subidas en estado y lenaje. [...].


El amor experimentado iguala a los jóvenes de la clase alta con los de la clase baja porque las finezas del código del amor cortés son pura hipocresía; esta es una verdad que ha descubierto la vieja celestina. La "dulçura del soberano deleyte" como la parca en las llamadas "Danza de la Muerte" iguala a todos, ricos o pobres, amos o criados, nobles o plebeyos, conversos o cristianos viejos. Sempronio escuchará estas palabras de Celestina cuando va a su casa a reprenderla la tardanza (Acto III, 1.ª):


Cel.- Y aun, assí vieja como soy, sabe Dios mi buen deseo. ¡Quánto más estas que hierven sin fuego! Catívanse del primer abraço, ruegan a quien rogó, penan por el penado, házense siervas de quien eran señoras, dexan el mando y son mandadas, rompen paredes, abren ventanas, fingen enfermedades, a los chirriadores quicios de las puertas hazen con azeytes usar su oficio sin ruydo. No te sabré dezir lo mucho que obra en ellas aquel dulçor que les queda de los primeros besos de quien aman. Son enemigas todas del medio; contino están posadas en los estremos.


Celestina, pues, no cree en el código del amor cortés; se ríe por experiencia de la inversión de las relaciones tanto sociales como sexuales, entre el hombre y la mujer, dentro de aquellas hipócritas doctrinas. Así, el amante debe comportarse ante la amada como siervo o cautivo de ella; la amada, por su parte, tenía obligación de tratar con desdén sostenido cualquier señal de amor que le diese su amante. Y éste, con infinita paciencia, tenía que someterse a prueba para demostrar la profundidad de su amor.

Además la relación tenía que ser totalmente secreta porque la amada que era siempre una doncella y que vivía bajo el techo de su padre se jugaba no sólo su propia honra, sino también la honra familiar.

Celestina sabe por experiencia que, seducida Melibea, ésta actuará como cualquier joven, rendida por el dulce deleite; dejará de ser señora y se hará sierva; no se planteará el matrimonio, antes bien lo rechazará :"No quiero marido, no quiero ensuziar los ñudos del matrimonio...", como en el código del amor cortés porque todos saben "que entre casados no puede haber amor"; el cariño que sienten mutuamente esposo y esposa no tiene nada que ver con el amor, ni con el carnal ni con el cortés; ahí si que coincide la actitud de Melibea, personaje de carne y hueso, con la "platónica amada" del código del amor cortés, pero con resultados muy distintos, evidentemente.

Melibea tendrá un papel muy restringido en la parodia que hace Rojas del amor cortés. Hasta que es seducida por Celestina (según el texto con ayuda de los instrumentos hechiceriles), Melibea mantiene una actitud de desdén y de rechazo para con Calisto y proclama que no puede perdonar su falta, el haber entrado a su huerta detrás de su halcón perdido. Después, una vez seducida, se desentiende del papel que el amor cortés le atribuía y cuando Calisto entra por primera vez de noche a su huerto le acoge, refiriéndose a sí misma, con estas palabras (Acto XIV, 3.ª):


Mel.- Es tu sierva, es tu cativa, es la que más tu vida que la suya estima. ¡O, mi señor, no saltes de tan alto, que me moriré en verlo! Baxa, baxa poco a poco por el escala. ¡No vengas con tanta pressura!.


Melibea aparece ya como una muchacha presa de una pasión amorosa arrolladora que nada tiene que ver con las doctrinas del amor cortés. Tanto el amante como la amada, llegados a ese punto, se proclaman ahora siervos el uno de la otra y viceversa, situación enteramente ajena la amor cortés y que pertenece más bien al amor apasionado que ahora dominan en los amantes: "Haga y ordene de mí a su voluntad", ya vimos que decía Melibea a su criada Lucrecia o aquello de "Faltándome Calisto, me falta la vida...".

Celestina no es alcahueta ni dueña de prostíbulo vulgar para quien el amor es cópula carnal y nada más. La sexualidad para ser bien explotada, pide no sólo destreza y dedicación; hay que gozar también de las otras experiencias eróticas que esperan al amante o a la amada. Insiste mucho, no sólo en el deleite físico, sino en el regocijo psicológico que trae consigo el acto sexual, porque la cópula pura y dura la hacen mejor los asnos en los prados, le reprocha a Pármeno (Acto I, 1.ª):


Cel.- Sin prudencia hablas; que de ninguna cosa es alegre possessión sin compañía. No te retayas ni amargues, que la natura huye lo triste y apetece lo delectable. El deleyte es con los amigos en las cosas sensuales, y especial en recontar las cosas de amores, y comunicarlas: "esto hize"; "esto otro me dixo"; "tal donayre passamos"; "de tal manera la tomé"; "assí la besé"; "assí me mordió"; "assí la abracé"; "así me allegó". ¡O qué fabla! ¡O qué gracia! ¡O qué juegos! ¡O qué besos! "¡Vamos allá!"; "¡Bolvamos acá!"; "Ande la música!"; "pintemos los montes, [cantemos] canciones, [hagamos] invenciones, justemos". "¿Qué cimera sacaremos, o qué letra?" "Ya va a missa." "Mañana saldrá." "Rondemos su calle." "¡Mira su carta!" "¡Vamos de noche!" "¡Tenme la escala!" "¡Aguarda a la puerta!" "¿como te fue?" "¡Cata al cornudo, sola la dexa!" "¡Dale otra buelta!" "¡Tormenos allá!" Y para esto, Pármeno, ¿ay deleyte sin compañia? ¡Alahé, alahé, las que las sube las tañe! Éste es el deleyte, que lo ál, mejor fazen los asnos en el prado.


Rojas nos describe también la alegría espiritual que experimenta el adolescente Pármeno después de su primer encuentro sexual con Areúsa (Acto VIII, 2.ª):


Pár.(Solo)- ¡O plazer singular! ¡O singular alegría! ¿Quál hombre es ni ha sido más bienaventurado que yo? ¿Quál más dichoso y bienandante, que un tan excelente don sea por mí posseído, y quan presto pedido, tan presto alcançado? Por cierto, si las trayciones desta vieja con mi coraçón yo pudiesse sofrir, de rodillas havía de andar a la complazer. ¿Con qué pagaré yo esto? ¡O alto Dios! ¿A quién yo este gozo, a quién descobriría tan gran secreto, a quién daré parte de mi gloria? Bien me dezía la vieja que de ninguna properidad es buena la posesión sin compañía. El plazer no comunicado no es plazer[...].


Como hemos visto también en el fragmento anterior, en LC la sexualidad no es cosa privada ("El plazer no comunicado no es plazer"); por eso la vieja quiere asistir como testigo experto al acoplamiento de Pármeno y Areúsa. Durante la cena en su casa-burdel ella empuja a las dos parejas, Elicia-Sempronio, Pármeno-Areúsa, a que se besen y se abracen ("Mientras a la mesa estáys, de la cintura arriba todo se perdona", Acto IX, 2.ª); Melibea, ya loca de amor, no halla inconveniente en que su criada Lucrecia esté presente en el huerto mientras hace el amor con su amante. Calisto va más lejos al declarar "¿Por qué, mi señora? Bien me huelgo que estén semejantes testigos de mi gloria." (XIV, 3.ª).

Un aspecto del amor cortés, que en parte se dibuja en LC, es considerar a la amada como la perfección suma, no sólo física sino también espiritual; de ahí que en la literatura amorosa se califique a ella con el epíteto de "divina", palabra que no siempre es entendida como mera metáfora hiperbólica. Por ejemplo en algunos poemas cancioneriles del Cuatrocientos español el poeta llega hasta la blasfemia aparente de proclamar que la amada es un Dios, práctica que condenaba, en la Vita Christi (hacia 1482), el gran poeta franciscano Fray Diego de Mendoza, y que se denuncia explícitamente en el íncipit de LC. Calisto con exageración paródica dirá (Acto I, 3.ª):


Sem.- Porque lo que dizes contradize la christiana religión.

Cal.- ¿Que a mi?

Sem.- Tu eres christiano?

Cal.- ¿Yo? melibeo soy, y a Melibea adoro, y en Melibea creo, y a Melibea amo.

Sem. (Aparte)-Tú te lo dirás. como Melibea es grande no cabe en el coraçon de mi amo, que por la boca le sale a borbollones.


Del mismo modo, el amor cortés encierra un tono masoquista porque amar, según estas doctrinas es una experiencia sumamente doloroso, pero es un dolor que da placer ya que, cuanto más sufre el amante, tanto más se asegura de la profundidad del amor; así es frecuente que se pinte al amante como persona enferma. Es un aspecto muy acentuado en LC, y no sólo cuando hablan Calisto y Melibea. Celestina, repetidamente, equipara su papel de alcahueta con el de curandera de las llagas y dolores que causa el amor.

Desde el principio, los lectores de LC se dan cuenta que Calisto, fiel al código del amor cortés, era una figura paródica, y, por tanto, ridícula. Es un caballero adepto de aquella doctrina y habla como piensa. El vocabulario que emplea ("secreto dolor", "galardón", "servicio", "sacrificio", "esquivo tormento" etc.) está tomado directamente del léxico especializado del código del amor cortés. Pero al mismo tiempo ni su conducta ni sus intenciones se armonizan con el supuesto significado de aquel léxico. Su súbita irrupción en el huerto de Melibea y la violencia de su inesperada inicial declaración de amor están en desacuerdo con la doctrina del amor cortés. Calixto carece de la paciencia del amante cortés y lo que busca es conquistar a Melibea.

Calisto, lejos de guardar el secreto de este amor, lo revela a su criado Sempronio según la tradición de los amantes terencianos, expuesto a que la noticia se divulgada; otra contradicción que aparece es que Calisto declara a Melibea como su única divinidad, pero no le impide poner en manos de Celestina la tarea de que colabore a seducirla; de ahí que Sempronio (VIII, 4.ª) comente que Calisto trata a Melibea "como si hobieras embiado por otra qualquiera mercadería a la plaça."

El amor como sentimiento humano se presenta bajo modos que están condicionados por la situación histórica, como hemos visto. Hay ciertamente, en la Celestina ecos de una concepción objetiva del amor, según la escolástica, entendiendo el amor como un orden natural en que cada ser busca su plenitud, "esto obró la naturaleza, dice Celestina, y la naturaleza ordenóla Dios y Dios no hizo cosa mala". Hay también reminiscencias de amor cortés, como ya hemos ido viendo, utilizando la imagen de la sumisión para definir la relación entre amante y amada; es el caso del conocido pasaje en que Calisto confiesa, "Melibea es mi señora, Melibea es mi Dios, Melibea es mi vida: yo su cautivo, yo su siervo".

Pero además, durante los siglos de la baja Edad Media se está desarrollando una nueva doctrina del amor que viene del fondo místico del Pseudo-Dionisio y a la que Rousselot, que la ha estudiado, le ha dado el nombre, tomado de un pasaje de aquél, de doctrina del amor "extático". Esa nueva manera de sentir considera que el amor lanza al sujeto fuera de sí mismo para desordenarlo y enajenarlo, al contrario de lo que sucedía con la doctrina helénico-tomista que veía en el amor el impulso natural del ser hacia su propio fin, hacia la plenitud de su naturaleza. Este nuevo amor es extremadamente libre, porque no tiene más razón que él mismo, separándose de toda inclinación natural, y es a la vez extremadamente violento, porque, negando el fin natural, impulsa al sujeto a la negación de sí mismo (Maravall, 1979:156 y ss).

Esta nueva doctrina del amor viene de fuentes religiosas, se origina como un modo de amor divino desarrollado por victorinos, cistercienses y franciscanos en pleno Medievo. Esta nueva forma de sentimiento, que procede de la doctrina del amor divino en el siglo XIII, se seculariza y propaga desde el siglo XIV y se impone cada vez más en el campo del amor humano y profano. El amor como dolor, llaga, enfermedad, locura, fuego: todos esos aspectos se encuentran en Boccaccio y se difunden en la poesía de los canciones castellanos del siglo XV. Recordemos el verso de Jorge Manrique: el amor "es placer en que hay dolores".

La concepción escolástica y aristotélica, ya lo hemos visto, consideraba al amor como una energía que impulsaba a los seres al centro de su plenitud; con esta nueva concepción del amor extático, se ve en él una fuerza invencible que altera los sentimientos y extraña al sujeto de sí mismo, de su orden natural, dejando a quien lo sufre totalmente alienado. Jorge Manrique escribirá:


yo soy el que por amores

estoy, desde os conocí,

sin Dios y sin vos y mí.


Extrañamiento, enajenación, que forzosamente engendran dolor: el amor saca al hombre de su puesto en ese orden impersonal, cósmico, según el cual la mente escolástica concebía el universo. Pero, al hacerlo así, lo libera de ese frío y abstracto "ordo" para permitirle penetrar en su intransferible y lírico interior. Por ello, Pedro Salinas (1947, pp.13 y ss.) comentando los versos amatorios de Jorge Manrique, escribía: "todo, amor y dolor, firmeza y tristeza, está convertido al fin común de empinar al ser humano a lo sumo de su capacidad vital, de distinguirle entre los demás."

El amor extático produce un desarreglo psicológico en las conciencias, ya que el que sufre de ese amor "tiene dentro del pecho aguijones, paz, guerra, tregua, amor, enemistad, injurias, pecados, sospechas, todo a una causa", como le acontece a Calisto, y esto desata un grave desorden moral porque con él la voluntad no obedece a la razón. Así se nos dice en La Celestina, en La Comedia Thebayda, en El Corbacho del Arcipreste de Talavera, etc. y de individuos en tan grave estado de descomposición psicológica y moral desembocamos en la profunda crisis social del siglo XV. Ésta es la razón, apunta Maravall, por la cual el Arcipreste de Talavera, ante el desordenado amor que prendía en las almas, juzgaba que el mundo venía en decaimiento. El amor, según el Arcipreste, ocasionaba más muertes que la guerra y es la mayor destrucción de las haciendas de los ricos; pero lo peor es que aniquila al propio ser, abrasándolo en una entrega al ser amado que niega todo el orden natural.

Este amor extático exalta de tal manera el placer de amar y de la entrega a la vida y a sus deleites, que prefiere antes la muerte que renunciar a él. En la novela del cardenal Eneas Silvio, "Eurialo y Lucrecia", publicada por M. Pelayo en su Orígenes de la novela, NBAE, t. IV, p. 166, dice la amante: "ninguna cosa espanta a quien no teme morir". Tal es también la actitud de Calisto y Melibea, la de Lisandro y Roselia, en la Tercera Celestina, etc. Amor y muerte son los dos extremos de una desmedida sensualidad que presta al tema del amor, durante el siglo XV, un desarrollo literario incomparable que no sigue las doctrinas del amor platónico, sino del amor carnal, característico también del Renacimiento. Esa veta del amor carnal inspirará obras del tipo de La Lozana Andaluza o de las abundantes novelas del género celestinesco y de muchos episodios de las mismas novelas caballerescas.

La misoginia, cuya tradición llega también al Renacimiento procedentes de fuentes clásicas, encuentra en esa concepción del amor un pretexto para acentuar la crítica de la mujer. En el ánimo de las perversas y engañosas mujeres, ese amor como enfermedad, como "languor", prende con especial violencia según razonará Sempronio en muchos pasajes de la obra, pensamiento que tiene su origen en la concepción aristotélica de la mujer. En la novela Eurialo y Lucrecia se dice: "Las mujeres, quando locamente aman, con sola muerte se pueden atajar sus encendimientos". Ése es el destino de Melibea y el destino que, como instrumento de desorden del amor, hará sufrir a Calisto. ¿Por qué en La Celestina no se habla de matrimonio? No es el judaísmo, como causa racista, lo que se interponía entre los amantes como han apuntado algunos críticos, ni tampoco el rescoldo de las doctrinas del amor cortés; la causa fundamental de que no piensen en el matrimonio es la actitud social de rechazo u olvido de esa institución, propia de la crisis del siglo XV. La cuestión del matrimonio era predominantemente social, en la que muy poco entraba el tema del amor, aunque en La Celestina la posibilidad de matrimonio por amor estaba abierta ya que Pleberio, preocupado por la elección de cónyuge para su hija, nos dice: "en esto las leyes dan libertad a los hombres y a las mujeres, aunque estén so el paterno poder, para elegir".

Pero Melibea no piensa ni por un momento en ello, prefiere ser una buena amante a una mala casada. De ese modo Rojas consigue presentar un ejemplo extremo, sin salvación, de esa corriente del amor subjetivo, violento y libre, que solo ve en sí mismo su razón de ser y que rechaza y niega un marco legal y social de entrega plena. El drama del amor desconcertado necesitaba que los amantes no se plantearan el matrimonio para que pudiera servir de ejemplo; es un amor que enajena y enloquece y no tiene más salida que la muerte. Y ese será el mensaje de La Celestina como exemplum, como "moralidad": tratar de poner patéticamente de manifiesto la raíz del mal en la vivencia de un amor como fuerza libre, violenta e individual y en los males que acarrea a la sociedad.

A ese "amor extático" de Maravall, Russell lo denomina "amor apasionado"; se trata del "loco amor" denunciado por Juan Ruiz (s.XIV) y por el Arcipreste de Talavera (s.XV). En el íncipit de LC se dice que se hizo esta obra "en reprehensión de los locos enamorados..."

"El amor apasionado" para todos los tratadistas no se distinguía de la lujuria; es una manifestación de locura porque el placer carnal necesita siempre un abandono de la razón y de la conducta racional (San Agustín, ciudad de Dios, XIV, 16). De ahí que el Arcipreste de Talavera dirá, al comienzo del Corbacho, "cómo el que ama locamente desplase a Dios" porque el loco amor implica la condena de algo esencial que se daba en las doctrinas del amor cortés: el que se rinde a esa enfermedad "se fase de señor, siervo" y añade "¿Quién es tan loco y tan fuera de seso que quiere dar su poderío a otro... y querer ser siervo de una muger...?; esas palabras son reflejo de una misoginia que también aparece en el Acto I de LC y es un sentimiento opuesto a la idealización de la mujer propia del amor cortés.

La locura de Calisto, por lo que dice y por lo que dicen de él sus allegados, no era una locura metafórica, porque en los tratados de medicina de la época, el amor apasionado es resultado de una inflamación cerebral. Russell (1991:61) avala esto diciendo que Arnaldo de Vilanova, en su obra médica Liber de parte operativa, obra muy divulgada antes y después de la invención de la imprenta, colocaba el loco amor entre los cinco tipos de demencia humana.

El que ama de modo apasionado como Calisto está fuera de sus cabales y el loco amor es una fuerza destructiva de todo orden. Melibea, admitida su pasión amorosa por Calisto, también se comporta como persona loca y no vacila en poner en peligro tanto su fama como la de sus padres, introduciendo a su amante de noche en la huerta (Acto XIV de la Comedia); luego, muerto su amante, comete el pecado mortal de suicidarse... pero no cometerá pecado mortal porque Melibea es víctima de un pacto entre Celestina y el Demonio, y su pasión no procede de su propia voluntad, sino de fuerzas sobrenaturales (magia) y, por tanto, no es responsable ni de su pasión loca ni de los actos a que ésta la conduce.

La trágicas consecuencias que resultan de la intervención de Celestina en los amores de Calisto y Melibea parecen confirmar el propósito te tuvo Rojas a continuar la obra encontrada, veamos:


Concluye el autor, aplicando la obra al propósito por que la acabó.


Pues aqui vemos quán mal fenescieron

aquestos amantes, huygamos su dança.

Amemos a Aquel que espinas y lança,

açotes y clavos su sangre vertieron.

Los falso judíos su haz escupieron,

vinage con hiel fue su potación;

por que nos lleve con el buen ladrón,

de dos que a sus santos lados pusieron.


Algunos críticos modernos como Marcel Batallon o Maravall, ya citado, están convencidos que la obra se continuó para prevenir a los jóvenes contra el amor ilícito. En cambio, Russell dice que el carácter moralizante de la obra se pierde en ambigüedades. Que sean sus lectores quienes decidan. Esa es la riqueza y el precio que hay que pagar por una obra genial de la literatura universal.

Moralizante o no la Comedia o la Tragicomedia, Celestina, personaje primordial, aparece como mujer lista, al servicio de los amores ilícitos en un mundo secularizado y en crisis que abandona la Edad Media y camina, imparable, hacia el Renacimiento, que por dinero (utilitarismo), desempeña las veces de intermediaria entre hombre y mujeres (alcahueta), y en ocasiones ejerce la hechicería para lograr sus objetivos comerciales, pactando con el diablo si fuera preciso.

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