Caballeros 1

jueves, 6 de octubre de 2011

Teresa Mancha.

Teresa  no pertenece a la alta sociedad española del siglo XIX, ni al círculo de intelectuales que rodea a Espronceda,  forma parte, gracias a su padre, del grupo de exiliados que llegaron a Londres con los que sin embargo no mantiene relación alguna (en el sentido político). Frente a ella se sitúa una sociedad frívola y sectaria que encarna al verdadero enemigo contra el cual la protagonista debe luchar para lograr su supervivencia.  Espronceda  representa, para la sociedad, el ideal de libertad cuando es justamente él quien resulta ser incapaz de alcanzar realmente su independencia como individuo al someterse a lo que la sociedad espera de él.

 Teresa es un personaje bastante alejado de cualquier interés intelectual. Su escasa cultura general es un hecho que se hará evidente a medida que transcurra la historia y se verá reflejado en la “adopción” de mistress Langride (que decide entregar algún tipo de conocimiento a Teresa) o en algunos momentos concretos y tragicómicos, como, por ejemplo, cuando un amigo de Espronceda viene a comunicarle que Polonia está sublevada y Teresa comenta: “¿Te atreves a pronunciar delante de mí un nombre femenino? [...] Y, te lo repito, no te atrevas jamás a mentar en esta casa un nombre de mujer” . Más adelante será el narrador quien retome esta equivocación: “Creyó adivinar de qué hablaban, y, en efecto, a poco oyó un nombre tremendo: Polonia. Teresa se dijo para sí: ‘No ha venido aún’. Y empezó a buscar entre todas las mujeres que había si alguna era digna de ser llamada Polonia” . Resulta difícil, por tanto, pensar en Teresa como un personaje culto, como afirma Rodríguez-Fischer , en tanto el grupo de españoles exiliados que rodean a su padre no lo integran intelectuales liberales, como ella sugiere, sino más bien trabajadores y comerciantes exiliados. Tampoco estaba “acostumbrada” a las conversaciones políticas puesto que no solía participar en tales reuniones e incluso no llega siquiera a manifestar, salvo en una ocasión muy concreta, interés por la situación política española. Es, precisamente, refiriéndose a esta ocasión que Rosa Chacel traza, en líneas generales, su percepción del personaje.


Si aludo a ideas profesionales y políticas, tengo que señalar el empeño que puse en no dar a Teresa el menor carácter intelectual. Me importaba, ante todo, mostrar el bravío típicamente español, en una criatura que afrontara con su inteligencia natural las más arduas situaciones de su época. Por este motivo, ya que sólo se sabe de Teresa que emprendió el exilio con su padre y su hermana siendo casi una niña, la hice pasar antes de su matrimonio, en Londres, por una breve etapa de trato con una mujer culta, inglesa; la hice asomarse un instante a la vida de un artista, todo ello para dar por supuesto que al entrar en el mundo de Espronceda no era totalmente iletrada (10).


Conviene, sin embargo, retomar este dato puesto que a partir de él se desarrolla un nuevo tópico del romanticismo cuando Teresa llega a experimentar, paseando por las calles de Madrid, una verdadera identidad entre su desolada situación personal y la de España.


Teresa, en el momento de su gran crisis, vaga por las calles de Madrid, y las frases que recoge del pueblo, al pasar, provocan en ella reflexiones que se mezclan con sus dramas personales, en una especie de delirio. Marcha durante largo rato obsesionada por una idea –casi una visión- difícil de descifrar, que la llena de angustia, como si sus propios dolores se dilatasen hasta alcanzar a todo lo que en la vida le fue querido. Al fin, recurriendo a la pueril alegoría de España coronada de almenas, con el león a sus pies, la lanzo durante tres largas páginas a meditar en las desventuras de la patria en una identificación de fraternidad femenina, como si el alma de España y la suya propia uniesen en un común lamento sus penas de amor (11).


 Al igual que el resto de los personajes de la novela, Teresa es un personaje “tipo” en la medida en que sus características individuales se sacrifican para potenciar sus características psicológicas y morales, establecidas de antemano por la tradición literaria.

De esta manera Rosa Chacel se acerca a la idea orteguiana de personaje en la medida en que Teresa es la representación pura de un alma en conflicto y la novela privilegia esta representación en desmedro de las acciones que se suceden dentro de ella.


Otra característica que vincula al personaje protagónico con la concepción romántica del personaje es la importancia que el amor cobra dentro de la estructuración del mismo. En principio, el amor es de tipo pasional y posee gran importancia en la concepción que el individuo tiene de la vida. Así, el amor no es algo que complemente la vida del personaje sino que es primordial para su configuración del mundo, en tanto que éste percibe su entorno a partir del estado anímico que el sentimiento le origina. En este caso Teresa hará de su amor por Espronceda el centro de su vida y, como ya se ha dicho, es capaz de comprender la realidad política de España sólo en la medida que ésta se identifica con su sentimiento de abandono, soledad y traición. El medio, por tanto, se corresponde con el estado interior del individuo haciendo de ambos una sola entidad con correspondencia mutua. Está, pues, el amor pasional y su desenlace trágico. Teresa muere escupiendo sangre sobre su cama, en completa soledad y luego de haber sufrido por lo menos tres desengaños amorosos. Está claro que en esta novela la idea del suicidio, a pesar de estar presente como posibilidad (así como en el resto de las novelas de Rosa Chacel) no llega a concretarse; sin embargo, la vida de Teresa, luego del fracaso de su relación con Espronceda, es una alegoría del suicido, de la autodestrucción del personaje consciente de la desgracia que la lleva a prostituirse por las calles de Madrid.


En este punto encontramos un nuevo rasgo del personaje romántico, la concepción negativa de la vida de un alma atormentada y enferma en busca de un sueño que, de antemano, se sabe irrealizable. La inadaptación social y la soledad que esto conlleva explican, en la novela, el desenlace trágico de Teresa, pasando antes, obviamente, por la prostitución que la aleja cada vez más de la posibilidad de retomar su vida después del fracaso sentimental. No debe olvidarse que Teresa es un personaje que vive sumergido en un mundo lleno de recuerdos y fantasías. La inadaptación del personaje es evidente desde las primeras páginas de la novela y sólo logra ser superada en contadas ocasiones, cuando la protagonista siente la cercanía de personajes aparentemente tan marginales como ella: Celia la esposa del zapatero y su sirvienta Florencia. Por otra parte, está la maternidad de Teresa que la sumerge en una angustia aún mayor al no desear a su hija, de la que nunca llega a hacerse cargo realmente (como ocurriera antes con su primer hijo). La conclusión está claramente expresada, más allá de las aspiraciones que puede tener Teresa de pertenecer a un mundo que la ampare. La realidad final es que la solidaridad sólo puede existir entre personajes marginales, razón por la que el resto del mundo, es decir, de la sociedad, se entiende como el gran enemigo que intenta destruir al individuo. Así nos lo explica el narrador y no es necesario buscar demasiado para encontrarse con comentarios como el siguiente:


Alguna vez había imaginado lograr en torno suyo un mínimo círculo social que con su adhesión la sostuviese ante el mundo, ¡proyecto vano! En cambio, este otro, espontáneo, surgido de no sabe qué ocultas raíces humanas, había prosperado por sí mismo, simplemente sustentado por el dinamismo de vivir. Sólo en aquellos dos seres que habían quedado fuera del radio de su ambición, su existencia había despertado un eco cordial (12).



Teresa afronta su soledad y su frustración sumergiéndose en un mundo fantástico en donde los recuerdos y las ensoñaciones componen una realidad paralela a la que vive el personaje. Este es un dato importante para definir a la protagonista, puesto que el narrador, desde el inicio de la novela, presenta un sujeto obsesionado por el pasado y por el desencanto de una vida llena de deseos irrealizables. Desde este punto de vista es explicable que para Teresa el único espacio donde logra sentirse algo más feliz sea el recuerdo de una infancia perdida y lejana, siendo, por el contrario, la pérdida de la inocencia el momento que marca su deambular por una vida solitaria y desencantada. Realidad y fantasía se unen, así, en la idea que Teresa se hace del mundo y de los personajes que la rodean y que son continuamente idealizados por ella.


Dentro de este estado permanente de ensoñación existen momentos en los que la fantasía cobra una mayor importancia, como, por ejemplo, cuando Teresa sueña con una hermosa mujer-muñeca a la que debe aniquilar. El violento sueño es interesante en la medida en que podría ser un símbolo del desdoblamiento de la protagonista, donde el sentimiento de autoaniquilación es expresado con sobrada claridad (13). Es interesante que, aun en su monstruosidad, este sueño esté estrechamente vinculado con la vida de Teresa en lo que se refiere a su rutina diaria: los paseos por Madrid o la fonda donde entra para liberarse de la imagen de la mujer-muñeca y de los personajes que suelen rodearla, es decir, Espronceda y los sirvientes. En todo momento Teresa mantiene un vínculo importante con su realidad, desfigurándola, consciente e inconscientemente, en la medida en que no logra hacerse cargo de ella.


Finalmente, y en relación tanto con la concepción pasional del amor, como con la fantasía por la que Teresa se rodea, es fundamental destacar la poca importancia que el erotismo tiene dentro de la estructuración del personaje protagónico. De partida es curioso que el erotismo no forme parte, en ningún momento de la historia, de la relación amorosa de Teresa con Espronceda o con algún otro amante, sino que sea una proyección más de la imaginación de la protagonista y sólo involucre a las mujeres que la rodean. Ejemplo de ello son las fantasías de Teresa con el cuerpo de mistress Langride:


Se le puso entre ceja y ceja una fantasía irreprimible: ¿qué habría bajo el vestido de mistress Langride? ¿Habría un cuerpo tan hermoso como el de la Eva de miss Blake [...] Teresa la miraba entre la penumbra, veía la solidez dentro del traje de estameña, pero mentalmente desabrochaba su fila de botones y le parecía que el gran cuerpo se derramaba, se relajaba por no estar contenido en su propia forma, como el de Ginever Blake, que podía correr desnuda entre los mirto” (14).


O, más adelante la repentina idea de que sus sirvientas observan a escondidas su cuerpo desnudo:


Acechaban también cuando se cambiaba la ropa de dormir por la ropa de calle, porque las mujeres encuentran una complacencia indecible en ver el cuerpo de otra mujer a quien el amor rinde homenaje (15).


O sus fantasías con su amiga Celia:


Era Celia, con su briosa horquilla en el moño, con su sonrisa generosa y su gracejo lleno de confianza en sí misma, la que se le acercaba de pronto, entreabriéndose el corpiño negro y enseñándole la maravilla de sus senos como dos rosas, como dos perlas incomparables (16).



Por el contrario, no existe ningún momento equivalente en su fuerza erótica que sugiera el mismo deseo por parte de Teresa respecto a sus amantes.


El tema de la belleza, tan recurrente en las novelas de Chacel, tiene relación con todo ello porque la belleza es el mayor tesoro que Teresa puede lucir ante los demás. Así lo entiende Teresa y así también Espronceda; la belleza es el verdadero motor que mueve esta relación, porque, como Chacel apunta, Teresa creía que la belleza era suficiente por sí misma para darle a conocer a los demás la profundidad y la pureza de su relación con el poeta.


También pertenece al primer grupo de personajes mistress Langride, la dama inglesa que acoge a Teresa en Londres y que se transforma en su maestra. De ella el narrador también tiene un conocimiento bastante profundo llegando incluso, en algún momento, a mirar a su personaje protagónico desde el punto de vista de mistress Langride. Por ella sabemos, por ejemplo, que Teresa es un personaje temeroso, confuso y un tanto impredecible, por ella también queda en evidencia la falta de cultura general de la protagonista. Este personaje parece haber sido delineado para tener mayor importancia dentro de la historia y su desaparición podría explicarse sólo en la medida en que no se trata de un personaje histórico sino que ha sido creado con el objeto de delinear, por contraposición, la imagen de la protagonista, esto es, de servirle de espejo.


Celia, la amiga de Teresa, también es un personaje por el que el narrador siente por lo general un mayor aprecio puesto que la valoración que hace de ésta corresponde a la misma percepción de Teresa sobre el personaje. Sin embargo, de Celia se dice poco o nada, aun cuando aparece en gran parte de la novela, específicamente desde la segunda mitad de la historia hasta el fin de ésta. Más adelante su vida privada llega incluso a desdibujarse puesto que mientras mayor es su aparición en la historia, menor es el interés del narrador por su vida normal y cotidiana, es decir, su oficio de vendedora de cremas (que continúa ejerciendo), y su vida hogareña junto a su esposo (el zapatero de Teresa). El caso de este personaje es sin duda interesante ya que, a pesar de todo lo anterior, tiene una importancia notable en la historia pues es ella la que, finalmente, hará posible que se produzcan algunos de los acontecimientos más importantes en la vida de Teresa, y la única que permanecerá con la protagonista hasta el momento en que ésta muera.


Al segundo grupo pertenecen Espronceda, su amigo Escosura y Octavio, que son los tres hombres que mantienen una relación amorosa con Teresa (además de su marido con el que empieza la historia pero que no tiene desarrollo). De ellos el narrador dirá sólo lo que Teresa parece saber de sus vidas, e incluso llega a definirlos como verdaderos “tipos” románticos aunque, sin duda, en el lado negativo de la balanza.


Espronceda es el poeta que canta a la libertad y encarna las ideas del romanticismo; sin embargo, a medida que su relación con Teresa se va deteriorando la imagen del poeta se distorsiona inevitablemente. Pasa, así, de ser un héroe romántico, bello, heroico y poeta, a convertirse en un hombre pusilánime y cobarde, un rebelde temeroso de su madre y de la sociedad en la que vive, y, finalmente, en un hombre obsceno incapaz de amar más que a su propio ego. El cambio es radical aunque no tan repentino como parece en principio, puesto que el narrador, adelantándose a la percepción de Teresa, sugiere al lector la incoherencia en el actuar de Espronceda (17), por ejemplo, describiendo a un hombre que tiene la suficiente osadía como para lucir la belleza de su amante en la ópera frente a su círculo de amigos y, páginas más adelante, a un hombre que siente un verdadero terror al comunicarle a su amante que no puede dejar la casa de su madre e irse a vivir con ella.


El cambio en la manera en que Teresa ve a Espronceda se produce cuando ya ha transcurrido gran parte de la novela, y el detonante es la carta y los poemas que la protagonista encuentra entre los papeles del poeta. La descripción del momento es una de las más importantes en el transcurso de la historia y justificará, a ojos del lector, la actuación posterior de Teresa. Aquí se traza una imagen clara del personaje que comienza, por fin, a ser el mismo para Teresa y para el narrador:


El primer movimiento que pudo hacer fue una sonrisa amarga, llena de sarcasmo, al pensar que allí donde había ido a descubrir a la pérfida robadora de su dicha, donde creía encontrar los nombres de las sirenas, de las magas del pecado, no había encontrado más presencia de mujer que la de una madre, y, ciertamente, el sarcasmo no sólo estribaba en que fuese ella la que reinaba en aquel lugar secreto, sino en que allí, en la cruda intimidad de un papel emborronado, el amor filial aparecería turbio e impuro. Aquellas frases de sumisión y gratitud, sólo por aparecer descuidadamente trazadas con el lápiz dejaban ver bien en claro su condición de máscaras que, con gesto hipócrita, encubrían la fría y apremiante petición (18).


Párrafos más adelante Teresa encuentra los poemas sobre “la mujer” y el narrador escribe.


La composición poética que hacía por descifrar tomaba los giros más inesperados. En torno a un tema clásico, esbozado con maestría en versos bellos y armoniosos, frases de desgarrado humor o de obscenidad tan áspera que cortaba el aliento [...] Teresa no conocía nada semejante; nunca había imaginado que los ocios de Espronceda diesen por resultado tan incalificado engendro [...] Lo que había en aquellos papeles no delataba una traición, no descubría un desliz; su amor, ante aquello, no quedaba pospuesto o sustituido por otro más nuevo y pujante; quedaba derruido, demolido desde su raíz. Más aún: quedaba desmentido, negado. El amor, tal como ella había creído vivirlo, no podía haber coexistido con aquel cieno (19).



Escosura es el mejor amigo de Espronceda. Se enamora de Teresa pero es incapaz de huir con ella cuando ésta se lo propone, por temor al poeta. Finalmente se acerca a Teresa cuando su relación con Espronceda ha terminado pero es incapaz de resistir los celos. Este personaje aparece con frecuencia, aunque su papel es el de comparsa de Espronceda, por lo que no tiene mayor trascendencia para el narrador y para su historia; su importancia reside, tal vez, en sostener, por medio de su gran amistad con Espronceda, la poca valía del poeta, en tanto Escosura es una prolongación de su actuar y de su entorno social.


Octavio es el personaje romántico maldito por excelencia (20). Es un chico refinado, sensible y que sabe lo suficiente como para seducir a mujeres mayores, incluida su tía, lo que le proporciona gran fama entre las mujeres. Su objetivo es huir a América para traficar con lo que sea. Tiene una relación fogosa con Teresa, a la que le propone el huir juntos, sin embargo, luego de hacerlo le interesa poco que ella le abandone en el camino de su viaje a América.


Finalmente, es importante tener presente que Teresa es el personaje menos chaceliano de todos los que la autora creó, y su novela (la historia, la forma) es la que está más alejada del universo compacto construido por Chacel a lo largo de más de sesenta años de escritura. Teresa es, por ejemplo, el único personaje de Chacel que no se relaciona directamente con el relato de su historia, es decir, que no participa de ninguna manera en el acto de escritura y, por ende, no posee conciencia autorial. Su lugar lo ocupa un narrador omnisciente, decimonónico, extraño en una novela chaceliana, aun cuando, como se ha dicho, no siempre logra mantener el tono y el estilo que le son propios, sobre todo en aquellas ocasiones en que se deja permear cómodamente por los distintos puntos de vista de sus personajes.


Pese a ello podemos encontrar en Teresa con facilidad ciertos temas y obsesiones, ciertos rasgos de estilo, típicos del mundo ficcional de la autora. Como ejemplo, y entre los temas más importantes, está la memoria entendida como generadora de las acciones que movilizarán a los personajes. Todos ellos recuerdan (o lo hace el narrador en su lugar), y ese recuerdo determina la razón del relato en tanto que todos buscan incesantemente en él su imagen actual, el sentido de la vida. La memoria, por tanto, no es aquí recuperación de hechos pasados, sino explicación del presente, y esa medida justifica la aparición de otro de los grandes temas chacelianos: la culpa, y, por extensión, la necesidad de confesión. El caso de Teresa no es distinto (la culpa ronda al personaje durante todo el relato), la diferencia es que quizás Teresa no es tan consciente de la responsabilidad que le cabe en lo que le ocurre, y el narrador está aquí para hacérnoslo notar claramente. Teresa muere al final de la novela pero no a causa de un sentimiento de culpabilidad, que ciertamente también posee (otros personajes de Chacel se suicidan o se someten a un autoconfinamiento), sino a raíz de una enfermedad provocada por la vida a la que la ha empujado la maldad de una sociedad que la rechaza; una muerte trágica, romántica, real para Teresa Mancha, a la que Chacel le da sentido y una explicación particular en su novela. Es el narrador el que, en casos como éste, revela al personaje, se involucra en el problema, a veces al margen de los acontecimientos que se suceden, como cuando dice:


Sus sueños, al hacerse reales, se habían investido de una carne mortal. Pero no, no estaba el mal en la carne, precisamente, sino en que lo que empieza acaba: los sueños no empiezan; vienen en nuestra sangre desde el momento en que uno cae de la mano de Dios. Tal vez sea eso el pecado: empeñarse en hacer de los sueños criaturas vivas, porque luego, cuando enferman como cuerpos viciados, sin esperanza de salud, ¿adónde escapar?, ¿con qué sustituirlos?... Con nada (21).



En esta cita no sólo aparece un narrador que vive como propia la tragedia del personaje, sino, lo que es más importante, es un narrador que, con independencia de su tono afectado, recuerda, inevitablemente, a Rosa Chacel (22), al gran tema que la obsesionó en vida y que fue el eje fundamental de sus novelas, en pocas palabras, la culpa en sus diversas facetas.

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