Caballeros 1

lunes, 29 de agosto de 2011

Juan de Yepes.

http://es.wikipedia.org/wiki/Literatura_espa%C3%B1ola_del_Renacimiento#Asc.C3.A9tica_y_m.C3.ADstica
El alma que anda en amor, ni cansa ni se cansa”, escribe San Juan de la Cruz.El fraile carmelita, deshoja las rosas de su amor divino en sus poesías. ¿Qué es el Cántico sino una custodia de pétalos, una orfebral fragancia de suspiros, anhelos, adivinaciones, esperanzas, glorias y nostalgias? Esta explosión de fervores, este hervidero de intimidades puestas al fuego, que es el Cántico, se alisa, se encalma en pensamiento cuando Juan de la Cruz comenta palabra a palabra –en finísima exégesis, en un auto análisis– su poema. Sorprende, la mina de amor que el carmelita encuentra en esa especie de manto freático de la “sicología profunda”. Limpias aguas, sin lodo, transparentes. El ilustre Freud ¿ha estudiado alguna vez a San Juan de la Cruz?, ¿se ha inclinado sobre el brocal de su cisterna? Tanto da. Juan de Yepes no es un “ego” que limita al sur con el “ego” y al norte con el “superego”. San Juan de la Cruz es pensamiento empapado de teologales auxilios. Porque el espíritu en exilio “produce” el pensamiento como “contestación”. Dice el santo: “Un pensamiento del hombre vale más que todo el mundo”. Y añade: “Por tanto, sólo Dios es digno de Él”. Maravillosa conclusión. Escribía Valéry: “No conozco a ningún hombre que haya llegado hasta el final”. El reformador carmelita, sí; él sí ha ido, de derivación en derivación, al cabo último; él no se ha detenido; ha seguido hasta las últimas consecuencias. Buscando al amor con la verdad y a la verdad con el amor, se nos muestra como el alpinista de Dios en su Subida al Monte Carmelo. Despegando de la mundanidad que le estorba, es el genuino nauta que, arrojando lastre, encuentra en la Noche Oscura el auténtico medio divino que otorga a su alma la plena “disponibilidad”, la oquedad para la Gracia (¡Ah, la Gracia! Pegúy pensaba que la Gracia es la esencial juventud del hombre que, por naturaleza, decrece. Recrece la Gracia al hombre que, abandonado a sí mismo, se arruga en vejez, en costumbre, en rutina, en “cosa”). Y la fatiga ascética del ascenso, la oscuridad de la renuncia, se compensa en Juan de la Cruz con la luz de la Llama. Llama viva de amor que es llaga y cauterio.

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