Caballeros 1

viernes, 4 de marzo de 2011

Góngora versus Quevedo.


El amor, la pasión, el odio... son temas recurrentes de la literatura. Pero pocas veces el enfrentamiento puramente formal se ha llevado a lo personal. Este es el caso de Cultistas y Conceptistas, de Góngora y Quevedo. Son conocidas las diferencias de forma y estilo de las principales corrientes literarias del siglo de oro español. Cultistas y conceptistas llevaron hasta el insulto personal las diferencias de estilo: Góngora desarrolló el culto clasicista de línea “garcilasiana” llevándolo hacia tal extremo que las sutilezas latinistas tan apreciadas de Garcilaso y Fray Luis de León llegan a convertirse en latinajos de difícil lectura.

A don Francisco de Quevedo

Anacreonte español, no hay quien os tope.
Que no diga con mucha cortesía,
Que ya que vuestros pies son de elegía,
Que vuestras suavidades son de arrope

¿No imitaréis al terenciano Lope,
Que al de Belerofonte cada día.
Sobre zuecos de cómica poesía
Se calza espuelas, y le da un galope?

Con cuidado especial vuestros antojos
Dicen que quieren traducir al griego,
No habiéndolo mirado vuestros ojos.

Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
Porque a luz saque ciertos versos flojos,
Y entenderéis cualquier gregüesco luego.

Hipérbaton exagerado, metáforas desbordadas de significado, latinismos gramaticales... llevaron a una poesía excesivamente enrevesada para un público elitista.
Y sin embargo, esta poesía pronto será aplaudida por este sector de la intelectualidad que ve en Góngora el artificio clásico iniciado por Garcilaso llevado a extremos que buscan el desafío cultista. Quevedo se opone violentamente a esta nueva forma de entender la poesía “clásica” de Garcilaso. Quevedo llega a alabar la poesía clásica cultista de Garcilaso y Fray Luis de León, y sin embargo nada hay más opuesto que la obra de Quevedo y la poesía renacentista.
Ambos, Quevedo y Góngora, enfrentados por la forma de entender la literatura -cultistas vs. Conceptistas, etiquetas que se colocaron por la crítica literaria del siglo XVIII para definir ya esta oposición- llevarán el enfrentamiento a lo personal, en un diálogo poético nunca visto hasta entonces.
Sin embargo, bien mirado, la poesía de Góngora bebe del conceptismo al igual que Quevedo se siente influido por el cultismo gongorino: Quevedo da muestras de un latinismo erudito en muchos de sus versos, no sólo en el léxico, la sintaxis de los versos.

3 comentarios:

  1. Era Don Luis un díscolo cura beneficiado de la catedral cordobesa. Tenía Don Luis tal soltura con las palabras, que hay hoy, quien lo considera el gran poeta de habla hispana. Don Luis era oscuro, tanto que ni quienes podían entenderlo lo conseguían. El sinestésico Don Luis barajaba las palabras como los naipes para ganar la partida. Llegó incluso a mezclar barajas y construir un estilo lleno de latinajos, hipérboles y otras figuras, para crear la metáfora de la metáfora; El Culteranismo, como él llamó a su estilo en contraposición al Luteranismo que, a lomos de la recién inventada imprenta, se extendía con rapidez por toda Europa. Consiguió así Don Luis, enrocarse y seguir su lucha contra ese invento diabólico, que poco gustaba entonces a nuestra iglesia. Al amparo del Cultismo, (que suena parecido a culturalidad), siguió Don Luis repartiendo panegíricos y alabanzas por aquí y allá, confiado en que, con la dificultad léxica, la sapiencia iba a quedar a salvo del vulgo, pese a la peligrosa difusión de la imprenta.

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  2. Era Don Francisco un díscolo poeta beneficiado de la taberna. Tenía Don Francisco tal soltura con las palabras, que hay hoy, quien lo considera el gran poeta de habla hispana. Don Francisco era descarado, tanto que ni quienes podían entenderlo lo conseguían. El genio Don Francisco barajaba a Luisillo, las palabras como los naipes para ganar la partida. Llegó incluso a arruinarle comprándole su casa y mandándolo para Córdoba, literalmente. Consiguió así Don Luisillo, enrocarse y morirse de asco en aquella calle diabólica, que poco gustaba entonces a nadie. Al amparo de Quevedo, (que quedó satisfecho con la fechoría), siguió Gongorilla pidiendo limosna por aquí y allá, confiado en que, con la dificultad de vida, iba a quedar a salvo del genio, pese a la peligrosa difusión de la imprenta.

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  3. Desde luego, don Francisco, era un hombre mucho mejor relacionado.

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