Caballeros 1

viernes, 11 de marzo de 2011

Ana Sofía Pérez Bustamente.

Pude yo haber escrito
los anuncios por palabras más tontos
cualquier noche: “Mujer desesperada,
aburridísima,
ruega a extraterrestre piadoso
se sirva abducirla verdaderamente lejos”

Luego me lo pensé mejor. Yo no podría
vivir sin vertical azul celeste
en un vértigo negro de fugitivas luces,
sin días y sin noches, sin ventanas
al aire o con ventanas
virtuales, Windows-equis.
No soy más que un mamífero
que sin mesura sueña entre los límites
de su propio planeta. Lejos, pero no mucho
en términos siderales:
París en primavera, o una balsa
para bajar sin prisa el río Colorado.
Otoño canadiense, y en invierno
África, quizá. Ejemplos, sólo.

Ni muy lejos ni siempre.
Dependo de las cosas de mi ignota
guarida: mi café, mi tabaco, mis trayectos
rituales, esas gentes amables que dicen
“Buenos días”,
y el olor que mi madre se deja en los pañuelos.

Ahora que recrudecen los indicios
de vidas alienígenas, conviene
ser precisos: “Homínida terrestre insatisfecha
de la antinomia entre su ser tan leve
y su vida de plomo, quiere, para variar,
un poco de turismo planetario.
Y aunque preferiría deber su desahogo

al éxito profesional, realmente se conforma
con una generosa lotería”.
Sí. Conviene precisar, no sea
que hubiera por ahí algún extraterrestre
igual de aburridísimo o piadoso
con ganas de abducir
erráticas criaturas sublunares.

Posdata algo más lírica:
“Amable extraterrestre: tú que pasas, detente
en esta risueña estela de palabras queviajan por el espacio: son también estrellas,
cartas de luz que acaso lleguen tarde
tendiendo sus deseos imposibles
contra el blanco del tiempo, como acaso
alguna vez podrías hacer tú”.

2 comentarios:

  1. Ana Sofía Pérez-Bustamante, nació en París (1962). Ha publicado un solo libro: Mercuriales (Col. Esquío, Ferrol, 2003. Accésit del Premio Esquío). Profesora de la Universidad de Cádiz, dirige en la actualidad la colección “Textos y estudios de mujeres”, del Servicio de Publicaciones de la mencionada universidad así como el proyecto de edición de las obras completas de Fernando Quiñones. Ana Sofía no publica su primer y único libro hasta 2003, “nel mezzo del cammin...”, como comienza la cita que abre el libro. Pero Mercuriales, que así se titula, nos entrega a una poeta ya madura, con una voz personal y certera que combina muy eficazmente lo sublime con lo cotidiano, haciendo una lectura irónica de los arquetipos y una lectura escéptica de la vida. Como en Mª Victoria Atencia o Mª Ángeles López, la poeta gaditana construye su poesía con materiales comunes de su vida de mujer, que vive el conflicto de rebelarse contra los roles de su género y a la vez contra los roles del llamado mundo masculino, todo ello resuelto con un desparpajo y con una lucidez demoledora. El interés de Ana Sofía Pérez Bustamante consiste en la revisión que propone acerca de los arquetipos culturales (sociales, lingüísticos...), y de la utilización que hace de ellos, todo lo cual podía considerarse como un simulacro de ocupación simbólica.

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  2. CADUCEO DE HERMES

    (Feérica)

    On dirait qu´une fée a passé dans cela!...
    A. RIMBAUD

    Suavemente me llega
    quizá desde el cansancio perezoso
    el silencioso movimiento
    de una mujer mayor que está planchando,
    absorta en sus dobleces,
    una sábana blanca.
    Esa blanda paciencia, tenaz y delicada,
    que es y que no sabe que es caricia,
    se me eriza en la nuca, en la espalda, en los codos,
    más abajo del vientre. Dulcemente
    soy su hombro, su brazo, la plancha, soy el áspero
    lienzo limpio, el tablero y la manta, soy el aire
    poroso, estremecido,
    la luz de media tarde, la habitación, la casa
    y el silencio: una espiral de gozo
    que fluye de la piel de la cabeza,
    que recorre los vellos verticales,
    que agita remolinos en el sexo
    y desde el sexo gira, gira, gira
    esparciendo hacia abajo y hacia arriba
    océanos de anémonas que ríen, ríen, ríen
    la tranquila sorpresa del placer infinito.
    Oh, cuerpo, qué ternura
    el gesto por el aire:
    una mujer mayor que plancha absorta,
    que estira despaciosa el hilo con que cose,
    unas manos sin prisa
    envolviendo en papel morosamente
    una caja de lápices, un niño
    pasando entre los dedos uno a uno
    sus arrugados cromos de colores,
    o la curva del brazo que se extiende
    para alcanzar un libro que, rozando
    la siesta de otros libros, se desliza en su balda:
    contra un rayo de sol
    espejean en éxtasis los átomos del polvo
    volando por un sueño de doradas serpientes.
    Y, sí, me quedaría, cuerpo sabio,
    no importa con qué excusa,
    aquí, por siempre aquí,
    en este suave mimo,
    entornados los ojos, deshaciéndome
    despacio, muy despacio,
    en la felicidad del mundo de las cosas.

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