Caballeros 1

martes, 1 de febrero de 2011

Inadaptados literarios; Madame Bovary y Don Quijote.

Vargas Llosa (1975), en su estudio sobre Madame Bovary titulado La orgía perpetua, define al personaje central de Flaubert como “un Quijote con faldas”. La definición, aparentemente cómica, no es gratuita. En efecto, son múltiples los puntos en común que podemos encontrar en la composición de sendos relatos, pero las analogías
se hacen especialmente notorias cuando Cervantes y Flaubert nos presentan a dos
protagonistas que se pasan todo el relato yendo contracorriente. Las lecturas que han hecho de otros libros los han perturbado hasta el punto de hacerles vivir en el ámbito de la locura a Don Quijote o de la ensoñación a Mme. Bovary en una sociedad en la que el apego al realismo impera. Desde luego, existen muchas otras reminiscencias entre ambas obras, como es, por ejemplo, que sendas novelas presenten a sus protagonistas
rodeados de una realidad que en modo alguno refleja y colma sus aspiraciones y que, antes bien, tiende a rechazarlos como elementos de alteridad. Otra particularidad en común es la tendencia de los protagonistas de ambos relatos a idealizar tanto el sentimiento amoroso como al ser al que aman casi de una forma hiperbólica, por no decir insana o enfermiza
En ambos casos, la lectura irá degradando al personaje hasta convertirlo en
objeto de burla en el caso del ingenioso hidalgo o hasta someterlo a un continuo proceso de degradación moral que irá paralelo a la degradación económica en el caso de Mme. Bovary. La lectura hace que ambos personajes se crean lo que no son, Don Quijote un caballero medieval culmen de fuerza y valentía y Mme. Bovary una bella heroína muy por encima de la mediocridad provinciana que la rodea, producto de una imaginación que se ha dejado en todo momento llevar por sus lecturas de juventud, lecturas que, exactamente igual que ocurre en el caso de Don Quijote, Emma ha llevado a cabo sin el menor espíritu crítico. Resulta, pues, lógico que ambos personajes terminen siendo penalizados al haber querido transponer la ficción al ámbito real en el que les ha tocado
vivir, un ámbito además en el que las prescripciones fantasiosas poco lugar pueden tener en un momento en el que el apego a la realidad parece estar en boga. Así, en cierto modo, con su muerte es como si también se extinguieran esos últimos retazos de la literatura que ambos personajes han consumido casi vorazmente y que, además, han creído a pies juntillas.
Desde luego, este rasgo caracterial que presentan tanto Don Quijote en la obra
de Cervantes como Mme. Bovary en la de Flaubert, su apego por la lectura, hacen que ambas obras se caractericen por presentarnos un rico haz de relaciones intertextuales, de las que dan cuenta los narradores como los protagonistas de ambas historias con el peso crítico que a nuestros personajes les ha faltado. Sabemos que Cervantes critica y ridiculiza la novela de caballerías y condena a la hoguera no pocas de estas novelas (Las sergas del virtuoso caballero Esplandián, El caballero Platir, El caballero de la cruz, Florismante de Hircania, entre un largo etcétera) en el que ya no sólo se hace mención
a la novela de caballerías, sino a los libros de poesías e, incluso, a la propia obra de Cervantes, al referirse concretamente el barbero a la Galatea, sobre la que dice que “tiene algo de buena invención” (Cervantes, 1998: 86). En Mme Bovary, el haz de relaciones intertextuales no ocupa, desde luego, un puesto tan privilegiado en la obra, pero, del mismo modo que hiciera Cervantes, Flaubert tampoco puede verse sustraído a mencionar títulos concretos de esas obras que cabría encuadrar en el prerromanticismo o en el romanticismo francés. Nos referimos concretamente a Pablo y Virginia, de Bernardin de Saint Pierre, o al Genio del cristianismo, de Chateaubriand, sobre las que ni mucho menos llega a los extremos de Cervantes. No hay crítica ni castigo en Flaubert, como ocurría en el Quijote, pero, indirectamente, estas obras y las que en general son del mismo género si van a ser cuestionadas a lo largo del relato mediante la
evolución del personaje de Emma, que no tardará en verse envuelta en un mundo de ensoñación, pasiones y grandeza que mucho dista de la realidad prosaica que la envuelve y la asfixia y mediante la deconstrucción también del enamorado romántico a través de la inserción de los dos amantes de Emma, el joven León y el maduro Rodolfo, joven pusilánime con ciertas pretensiones arrivistas, el primero, y galán de un donjuanismo caduco, el segundo.

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