
La beata Marina de San Miguel (1596), hizo voto de castidad a los dieciseis años. Sufría “una tentación sensual de la carne desde hacía quince años la cual la obligaba a esos contactos deshonestos hechos con sus propias manos en las partes vergoncossas venia en polucion diciendo palabras deshonestas probocativas a lujuria”. Cuando se encontraba con su amiga: “de hordinario cuando se vian se besaban y abracavan y esta… le metia las manos en los pechos, y vino esta en polucion diez o doze veces las dos dellas en la Iglesia” (Mary E. Giles, Mujeres en la inquisición).
Así de excesiva fue Teresa de Jesús, atravesaba pasos en el éxtasis, hasta alcanzar “la séptima morada” de la “unión transformadora”. La “morada equivalente al cielo”, con la experiencia de “la pérdida de sí y de la unión”. “El alma… no puede ni avanzar ni recular. Diríamos una persona, que sosteniendo en las manos el cirio bendito, está cercana a morir de su muerte deseada
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