
La génesis de algunos de los símiles más misteriosos del misticismo peninsular, "los siete castillos concéntricos" y "la noche oscura del alma",son una adaptación genial de motivos místicos clásicos de la literatura espiritual musulmana. La "islamización" literaria de estos mayores místicos españoles no debe sorprendernos demasiado pues su obra parece injertarse en una tradición europea en la que descubrimos que la aclimatación de motivos o símiles de la espiritualidad oriental es consciente y progresiva.
En el caso de "la noche oscura del alma", Asín descubrió que los textos visionarios de Ibn Abbad de Ronda ya contenían el símil. La inmortal figura no la inauguraron los tardíos sadilíes hispanoafricanos sino que se remonta a la prosa extática de Rûmi, Lahiyi, Semnani. Niffarí, por ejemplo, ya nos habla de la morada de su noche oscura personal como el final del camino místico, el éxtasis último, nada menos que desde el siglo X, es decir, seis siglos antes del reformador. "La noche oscura" es un lugar común en la literatura mística musulmana. La "Llama de amor viva" ya existía en pleno siglo IX. Para Nuri de Bagdad son las lámparas de fuego que iluminan el alma extática. El fuego entra en el alma y su llama se une a la del corazón incendiado del místico. Los carmelitas y los sadis utilizan "la embriaguez" y "la llama" como figuras de su pérdida de conciencia y abandono.
Hay más símbolos el pozo del alma extática, cuyas aguas se metamorfosean en fuego encendido; la fuente que refleja los ojos alegóricos del Amado que matarían al contemplativo si los mirase directamente, el pájaro solitario que no tiene determinado color, el alma como jardín místico; incluso las azucenas del abandono, con las que San Juan cierra admirablemente su "Noche oscura", no son otra cosa para los sufíes que la flor del dejamiento.
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